Las calles de la Nueva España estaban sumidas en la oscuridad cuando Indalecio Bernal salió de la casa que siempre había habitado. El carromato que lo sacaría de la ciudad estaba listo y él lo abordó, asombrado aún de la razón por la que debía huir. Su madre lo despidió llorosa y sus hermanos sólo abrían los ojos, asustados, sin entender la explicación que él les daba acerca de lo que había hecho.
Aquella mañana le habían comunicado que no podría volver a pisar el Colegio Palafoxiano de Puebla, en donde hasta entonces había dado clases. Cuando preguntó la razón, le dieron la espalda sin más explicaciones. Sus amigos, preocupados, le aconsejaron que saliera de la ciudad antes de que la Santa Inquisición interviniera en el asunto.
Desde hacía algunos meses Indalecio Bernal se reunía con un grupo de estudio para leer libros prohibidos: escritos de Galileo, de Newton y de Descartes que habían llegado a la Colonia gracias a que habían sido empastados con títulos falsos. Al conocer las ideas de estos sabios se le abrió un mundo entero de conocimientos y supo que había un método por el que se puede responder las incógnitas del Universo.
¿Por qué se evitaba su difusión en la Nueva España?, ¿por qué se
seguían enseñando, en cambio, los conceptos obsoletos de Aristóteles
y de Santo Tomás? El día anterior, justamente, se había presentado en
un acto público en el que un profesor recitó con mucho orgullo
páginas completas de la
El auditorio se quedó mudo ante semejante blasfemia, y el castigo no
se hizo esperar. Indalecio Bernal fue expulsado del Colegio
Palafoxiano de Puebla, centro de sabiduría de la Nueva España en
aquellos años de principios del siglo XVIII.