Los de derechos humanos ``se van a dar vuelo'', dijo el médico
Pascual Salanueva Camargo /II Ť María de los Angeles Plancarte Costilla fue despojada de su ropa. Y para que sus gritos no se escucharan, una mano le tapó la boca. Parecía inminente la violación. Sin embargo, transcurrieron unos segundos y no ocurrió nada. Las manos que la sujetaban la soltaron. Arrojándole sus prendas, le ordenaron vestirse.
En eso estaba cuando la misma voz de mujer que venía escuchando desde hacía horas, le avisó que tenían con ellos a su madre y a sus dos hijos. A decir de la informante, la madre estaba muy mal por los golpes recibidos y el niño más chico había sido llevado al hospital por las lesiones infligidas en los testículos.
Mientras se preguntaba si lo que le habían dicho era verdad, alguien le sujetó con fuerza la mano izquierda. Le puso en la palma un cigarro encendido, arrancándole alaridos. El tormento continuó. Los verdugos no pararon sino hasta que la habían quemado 14 veces en la mano izquierda y una más en la derecha.
Entrada la mañana del 19 de octubre de 1996 le quitaron el suéter que le cubría la cabeza. Estaban con ella, de pie y en una oficina, dos mujeres; un hombre obeso y moreno, y otro individuo sentado frente a una máquina de escribir.
Posó la vista en el piso y al descubrir el calzado y pantalones que llevaban puestos, no le cupo duda de que habían participado en su tortura. El suéter con el que le cubrían la cabeza no le pemitía ver al frente, pero sí hacia abajo, de ahí que de inmediato los identificara.
Una de las parejas de torturadores le dijeron a María de los Angeles que los acompañara. Caminaron por un pasillo y esperaron el elevador. Bajaron al décimo piso y la metieron a una oficina amplia, y acto seguido se marcharon. Minutos después, le entregaron unas hojas mecanografiadas y le indicaron en dónde tenía que firmarlas.
Ella quiso leer el contenido, pero el hombre que tenía enfrente, poniendo una mano en los papeles, se lo impidió.
-No puedes leerlas. Nada más fírmalas.
Al ver la indecisión de María de los Angeles, uno de los hombres que la torturaron y acababa de asomarse en la puerta se precipitó hacia ella y le dijo al oído.
-No te pases de chingona y firma.
Regresó la pluma que le habían dado para firmar y pidió permiso para hablar por teléfono, pero nadie pareció escucharla. No fue sino varios minutos después cuando la autorizaron a hacer la llamada.
El hermano de María de los Angeles le preguntó si se encontraba bien. Y como quisiera saber el lugar a donde tendría que acudir para verla, ésta tapó la bocina y, a su vez, preguntó a la persona que tenía más cerca la dirección del edificio en donde se encontraba.
-Está usted en la sede de la Policía Judicial capitalina, en la calle de Arcos de Belén número 23, junto al metro Salto del Agua -dirección que repitió al hermano.
Más tarde la bajaron hasta donde había un doctor. Este, al ver la cara encarnada y no precisamente por el maquillaje, le preguntó si había sido golpeada por los judiciales. Sin embargo, por temor a posibles represalias, le respondió que se había caído al bajar de un microbús. Posteriormente recibió la visita de un segundo médico.
-¡Mire nada más en qué condiciones está! Lo que es que con usted, se van a dar vuelo los de derechos humanos -exclamó.
De ahí la llevaron a los separos, en donde la aguardaban dos de sus hermanos. A continuación le tomaron dos fotografías de perfil y dos más de frente. En cada una de ellas aparecía sosteniendo un cartón con una hilera de números. Esto significaba que ya había quedado fichada.
Entrada la noche del 19 de octubre de 1996, la trasladaron a la Procuraduría General de la República. La pasaron inmediatamente con el médico, quien tras revisarla meticulosamente le encontró huellas de tortura en 17 partes del cuerpo. Después fue llevada ante el Ministerio Público Federal.
-Quiero que me digas de qué vives -inició el interrogatorio el funcionario.
-Tenía un taxi, pero lo vendí. Precisamente cuando a mi amigo y a mí nos detuvieron, íbamos a ver la posibilidad de comprar un puesto en el eje Lázaro Cárdenas. Mi idea era vender ropa usada.
-¿Cuánto dinero traías cuando te detuvieron?
-Traía como 120 pesos.
-¿Y cómo los traías?
-Eran dos billetes: uno de a 100 y el otro de 10. El resto era cambio. Nada más eso traía. Lo demás eran objetos personales.
El agente agitó el documento que tenía en el escritorio y clavándole la mirada a la detenida, le preguntó si sabía el motivo de que estuviera en la PGR. María de los Angeles movió la cabeza. Entonces, sacó dos billetes de a 50 pesos y se los mostró.
-¿Estos billetes de 50 pesos, son tuyos?
-No, ya le dije, traía un billete de a 100.
-¿Estás segura?
-Sí, aunque ¿por qué me lo pregunta?
-Bueno, porque da la casualidad que estos dos billetes son falsos y según la Policía Judicial capitalina son tuyos y junto con tu amigo Sotero Flores Peregrina, te dedicabas a venderlos en el interior de los reclusorios.
La detenida se estremeció al pensar que la Judicial iba a cumplir su palabra de enviarla a la cárcel de una u otra manera.
-Pero no te preocupes, te vas a ir de aquí -dijo el agente del MP para tranquilizarla.
-¿A dónde? ¿Al reclusorio?
-No, te vas a ir a tu casa.
El 20 de octubre, alrededor de la medianoche, María de los Angeles abandonó la PGR. Al conductor del taxi le pidió que la llevara al Hospital de Urgencias Médicas de La Villa. Pero debido a que había mucha gente únicamente le revisaron los ojos y le tomaron radiografías de las costillas.
María de los Angeles regresó a su casa. A sus hermanos y demás familiares les contó de principio a fin su odisea. Para ella lo único bueno de todo era haberse encontrado a un agente del Ministerio Público que sin mayores problemas la había dejado en libertad.
-Ni tanto ni tanto. El agente de MP que tú dices nos quería cobrar 50 mil pesos por dejarte en libertad. Y como no los teníamos, tuvimos que agarrar los 8 mil pesos que tenías guardados y reunir otros 8 mil entre todos nosotros; de lo contrario, ahorita estarías en la cárcel acusada de un delito federal.
Unos días después, María de los Angeles acudió a la CDHDF, donde puso una queja por el delito de tortura. La comisión, tras investigar el caso, emitió el pasado 24 de febrero una recomendación a la PGJDF. Pero mientras esta dependencia investiga y detiene a los torturadores, éstos continúan amenazando por teléfono a la que fue su víctima.