La Jornada Semanal, 11 de mayo de 1997
ENTREVISTA CON HECTOR ORTEGA
Actor y director, Héctor Ortega fue protagonista de La muerte accidental de un anarquista, de Darío Fo, por ejemplo. Como guionista de cine colaboró en Calzonzin Inspector y El águila descalza, dirigidas por Alfonso Arau. En su vertiente de dramaturgo destaca la obra El cómico proceso de José K., estrenada en el teatro Santa Catarina en 1982, y publicada el año pasado en Estados Unidos por San Diego State University Press, con artículos de Harry Polkinhorn, Augusto Monterroso, Hugo Hiriart, Emily Hicks y el propio Héctor Ortega. Llevamos al lector al otro proceso del otro Joseph K.
Este libro presenta una visión fresca de Kafka, quizás un Kafka representado por el cine mudo. ¿Tal vez por Chaplin?
-Suena un poco exagerado, pero no lo es tanto: estoy seguro de que, habiendo muerto en 1924, Kafka tuvo una gran influencia del cine mudo. Si no fue Chaplin, tal vez sí Charly Chase: la puesta en escena que nosotros hicimos tuvo a Chase como personaje inspirador de José K. Así que la obra era muy graciosa a pesar de todo el terror metafísico que contiene. Pero también estoy seguro -y lo señalo en el libro- de que la difusión masiva de Kafka, en Europa, se dio con la obra de teatro de André Gide y Jean-Louis Barrault. A partir de ellos fue que se difundió esa visión de Kafka tan metafísica, tan interiorista, tan desoladora.
También influyó la puesta en escena de Orson Welles, quien, independientemente de su pensamiento anarquista -en su versión, el personaje de K. pone una bomba en contra del sistema-, construye una figura atormentada y fundamentalmente solemne. Estoy seguro, y se puede comprobar, que incluso le quitaron a los textos toda la parte humorística, por miedo a que resultaran cómicos. Si ellos se permitieron una visión ``terribilista'' de Kafka, ¿por qué no permitirse una ciento por ciento humorística? Desde luego que resulta exagerado, pero lo es tanto como construir una imagen solemne de Kafka.
-¿Cómo aparece Kafka en tu vida?
-Kafka es para mi juventud lo que para mi niñez fue Frankenstein, ese monstruo lleno de inocencia, que echaba a las niñas al lago para ver si flotaban. Me aterraba. Así me pasó en mi adolescencia con Kafka: es el hombre moviéndose en un mundo desolado, sin Dios, sin amparo, sin solidaridad, lleno de angustia. Para mí era tan aterrador como los personajes de Samuel Beckett. Hasta que un día descubrí que Beckett no era un hombre ``negativo'', sino todo lo contrario: era un profeta que estaba despotricando en contra de la mediocridad del hombre contemporáneo, de su falta de compromiso. Y descubrí lo mismo en Kafka. Si uno en lugar de convertirlo en un personaje trágico lo sitúa en su contexto en 1924, con una historia y una clase social determinadas, descubre que José K. no es un personaje gris y pobre sino un petulante, un señorito que tiene dinero, que no se compromete con nada -con su novia, por ejemplo. Gana muy bien, todo se lo gasta en buena ropa; al salir del trabajo, va a beber a un club de señorones, pues es un alto ejecutivo de un banco. Es un lambiscón, no un empleado más.
-¿Y ese petulante es el personaje de El cómico proceso de José K.?
-Sí. Traté de volverlo a situar en la tierra. Evidentemente, es un hombre que hace abstracción del mundo: habla de la autoridad un poco en abstracto, pero se le puede ubicar en contextos muy concretos. Una de las gracias de la adaptación es haberle quitado su carácter trágico, y haberlo situado en una pieza. La pieza es una confrontación de fuerzas políticas, de clases sociales. Creo que Kafka es evidentemente un crítico de José K., aunque tal vez sea él mismo. Y esta es la acción de la obra: la actitud de alguien que critica el mecanismo de la burocracia oficial, en su parte judicial, y por otro lado, una crítica al mundo de los señores de la iniciativa privada.
-Por ejemplo, en el final de la obra: lo peor para José K. es morir ``como un perro'', como un ser inferior.
-La obra, diría yo, es casi un acto de contrición. El tipo se da cuenta de que ha vivido de una manera absolutamente miserable y mediocre. Y se juzga a sí mismo. Quiere tener otra oportunidad, porque sabe que ha vivido en la mierda. Pero ya no la tiene: le dan una cuchillada en el corazón y lo matan. Eso es lo que lamenta, haber muerto sin dignidad.
-¿Qué es lo que caracteriza tu versión de José K.?
-Buena parte del libro explica por qué la obra se puso en escena en comedia. Por ejemplo, se toca el tema de la mujer, el personaje de la señora Bürstner. Orson Welles la vuelve una prostituta; no sé de dónde lo sacó. Por el contrario, es una mujer culta, inquieta, una de las primeras sufragistas, va todas las noches al cine; además, vive sola y tiene relaciones con bastante libertad. Es una excepción para su momento, y esto la hace una persona encantadora, inteligente. Pero K. se porta muy mal con ella por una especie de sectarismo económico. ¿Cómo la va a aceptar si es una pobre secretaria? En cuanto a las diferencias de clase que plantea, yo pienso que Kafka hace una crítica no sólo a la burocracia, sino a la iniciativa privada. Lo que yo hice en El cómico proceso... es presentar al personaje como un trabajador, un artesano que durante toda la obra está limpiando vidrios, trapeando el piso, haciendo hojalatería: siempre está trabajando con las manos, mientras los otros nada más especulan. Creo que este punto de vista resultó muy interesante. El narrador para mí es Kafka, quien está por encima de las dos clases sociales, de las cuales se puede burlar.
-Se te ha relacionado mucho con el tema del humor como crítica.
-El humor es crítica, o no es humor.
Después de escribir El cómico proceso... me encontré el libro Kafka, hacia una literatura menor, de Gilles Deleuze y Felix Guattari, cuya propuesta dice: ``Todo Kafka es cómico, todo Kafka es político.'' Y me dio mucho gusto coincidir con ellos. Y con Augusto Monterroso, por quien siento una gran admiración por la profundidad filosófica y humorística de su obra.
Por su parte, Woody Allen realizó Sombras y niebla, en donde, mediante el humor kafkiano, hace una película política -en contra de la política, desde su punto de vista.
-Eres un actor que escribe. Esto es singular, hay pocos actores que se dediquen a ello. ¿El trato cotidiano con el escenario genera ideas dramáticas?
-Sin duda los actores tenemos un bagaje que no tiene cualquier escritor. El teatro nos da una actitud, una información, un aprendizaje para percibir las cosas haciendo abstracción de ellas. En la farsa y en la tragedia hay que pasar por una abstracción para llegar al teatro. Por ahí leí que el escenario resulta el lugar donde todo lo que es, es siempre otra cosa; un lugar donde uno entra a otra realidad, en la que se puede abstraer, sintetizar. Como un espacio platónico. Acabo de escribir una obra en la que todo sucede en el escenario. Los personajes no sabemos de dónde vienen ni a dónde van. De pronto, alguien entra al escenario, un actor que puede haber nacido allí mismo. Y todas las partes del teatro se vuelven símbolos. No critico a los que hacen teatro realista, pero yo soy un apasionado de la abstracción, la síntesis de la realidad. Dicen que Charles Chaplin entró una vez a un concurso para imitar a Charlot... y quedó en tercer lugar. Otra vez, en un concurso para ver quién imitaba mejor a un puerco, se subió al proscenio un tipo con un puerco debajo de la capa. Cuando le pellizcó una pata al cerdo para que gruñera, la gente lo abucheó por su mala imitación. Lo que se muestra en el escenario no es la realidad, sino la síntesis de la realidad.
-¿Qué tiene que ver nuestro mundo con el de Kafka?
-``La esencia de la burocracia es el secreto, el misterio guardado, la jerarquía. Si el espíritu del Estado es conocido, se pierde poder'', se dice al principio de la obra. La esencia del siglo XX es también ese secreto impenetrable, la adoración del poder. Es un poco el grito de Ubu Rey: ``No queremos ser libres, no queremos ser libres.'' Son adoradores del poder, anhelan la actitud autoritaria. Porque si no hay autoritarismo, si la figura paterna desaparece, sobreviene la angustia. Por eso el burócrata de corazón adora a la autoridad impositiva; no a la que ``manda obedeciendo'', como dicen los zapatistas, sino a la que manda porque su voluntad es lo más importante. Todos queremos derribar a esa autoridad, la adoramos pero la odiamos.