La Jornada Semanal, 11 de mayo de 1997


OTRA VEZ EL SNCA

Eduardo Hurtado

En nuestro número anterior, Alberto Blanco habló de su experiencia como jurado en el SNCA. En esta ocasión, Eduardo Hurtado, autor de Rastro del desmemoriado y Ciudad sin puertas, ofrece llaves para algunos de los candados que circundan los métodos de operación de este importante sistema de apoyo de la cultura mexicana.



En una nota publicada en el número 113 de este suplemento, ``El SNCA, una reflexión'', el poeta Alberto Blanco hace una crítica valiente y oportuna de los métodos de operación del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Fundado con el objeto de propiciar mejores condiciones para la creación y de otorgar estímulos a los artistas que han realizado contribuciones significativas a la cultura en México, el SNCA significa un logro para los intelectuales y creadores artísticos del país, y por ello resulta lógico y aun deseable que los integrantes de ese medio reflexionemos sobre los procedimientos utilizados para su conformación y los criterios con los que se distribuyen sus beneficios.

Antes de intentar mi propio análisis, debo aclarar que desde 1994 he solicitado, sin éxito, mi ingreso al SNCA. No me quejo por esto: hay pocos lugares y muchos postulantes, de manera que, como casi todos los que participan, asumo de entrada que no es fácil obtener un dictamen favorable. Otros artistas de mi generación llevan, como yo, más de veinte años dedicados a sus oficios, y a pesar de contar muchos de ellos con un amplio reconocimiento, su solicitud de incorporación al Sistema ha sido rechazada en varias ocasiones. Ninguno protesta por esta razón específica, y sería ilógico hacerlo, pues la posibilidad de no ser aceptado forma parte de las reglas del juego. ¿Por qué, entonces, hay tanta inquietud en el medio ante los resultados de la convocatoria 1997-2000?

El SNCA señala en sus bases de participación una serie de requisitos que los solicitantes deben cubrir para aspirar a un estímulo. Pensar y redactar esos requisitos ha sido una tarea complicada, porque no es nada fácil establecer parámetros que permitan medir el valor de una obra. Desde mi punto de vista, los requisitos de ingreso determinados por el Sistema (los cuales se dan a conocer entre los participantes a través de un folleto que se les entrega junto con la solicitud) son, en la letra, razonables, producto de un necesario balance entre los factores cualitativos y los cuantitativos que Alberto Blanco comenta en su reflexión. Gracias a este equilibrio, al Sistema concurren creadores de muy diversos perfiles: artistas con una obra muy vasta y otros con una producción muy breve; escritores -para hablar del gremio al que pertenezco- con diez o quince libros publicados y autores de un solo título. Esto último no debe alarmar a nadie: sólo por El llano en llamas Juan Rulfo hubiera merecido sobradamente los estímulos que nunca tuvo, y la obra poética de José Gorostiza cabe en un tomo bien delgado.

De haberse exagerado las exigencias de ingreso a partir de criterios cuantitativos, se hubiera generado una injusticia flagrante en un medio en el que la cantidad no es garantía de calidad. El poeta Alí Chumacero no podría ser, en ese esquema, creador emérito. En cuanto a los criterios cualitativos, ni bastan por sí solos ni se les podría excluir de un proceso de valoración como el que aquí se comenta; todo artista sabe que dependen siempre de un alto grado de subjetividad, y que la posibilidad de que ese factor se exprese en su contra existe a partir del momentoÊen que decide dar a conocer su trabajo. El riesgo está, en todo caso, en que las obras se consideren desde perspectivas homogéneas, y por eso el Sistema dispone, en la letra, la creación de comisiones de evaluación plurales, que deberían garantizar análisis realizados desde muy diversas posiciones. Pero a esto volveré un poco más adelante.

En general, insisto, me parecen acertados los criterios de evaluación objetivos y subjetivos que propone el SNCA, con excepción de uno, a mi entender muy discutible, que señala como condición de elegibilidad el haber obtenido premios y ``distinciones'', lo cual descalificaría de entrada a muchos creadores que, con ser excelentes, jamás han recibido ni recibirán premio alguno, bien porque no les interesa solicitarlos, bien porque han decidido no hacer la corte en los círculos que los otorgan, o porque su obra no gusta, de plano, en esos círculos. Por otro lado, el hecho de que la evaluación de los aspirantes esté a cargo de otros intelectuales y creadores (que mal que bien comprenden las dificultades inherentes a este tipo de certámenes) y no en manos de dictaminadores asignados por la SEP, representa una conquista que no debe menospreciarse.

El problema, como sucede a menudo, está en la tendencia de nuestras organizaciones al control piramidal y absoluto. Aunque la letra planteaba métodos inteligentes para alentar la movilidad en el SNCA, en la práctica se ha impuesto la consolidación de una burocracia que ahora luce inamovible. Veamos si no. Una de las reglas de operación del Sistema destinadas a repartir las oportunidades de ingreso era (o es, aunque de manera excluyente, como podrá verse en seguida) simple y clara. Lleva el número 20 y dice (o decía, o dice a veces): ``Una vez concluido el periodo para el que fueron seleccionados, los creadores artísticos deberán esperar tres años para solicitar la renovación de su ingreso al Sistema, misma que deberá ser aprobada por la comisión de evaluación respectiva y ratificada por el Consejo Directivo.'' A qué hora y cómo se ha modificado esta regla es cosa enredadísima y muy difícil de discernir (en algún momento, por ejemplo, se redujo a un año el periodo obligado de receso), el hecho es que para la convocatoria 1997-2000 se decidió hacer una excepción para permitir el reingreso inmediato de la llamada ``primera generación'' de becarios del SNCA, es decir, de los creadores artísticos que habían obtenido su incorporación al Sistema en la promoción 1993-1996.

Para cualquiera que intente ver las cosas con el mínimo sentido de justicia, esta excepción a la regla resulta inexplicable. Porque si son contados los recursos y muchos los solicitantes con merecimientos, como se sabe, ¿de qué manera defender una medida que permitía el reingreso inmediato al Sistema, por otros tres años, a un grupo numeroso de artistas que ya habían recibido, durante el mismo lapso, el beneficio de sus estímulos? ¡Seis años consecutivos de apoyo económico para un invento llamado ``primera generación'', cuando el porcentaje de rechazo en la más reciente convocatoria fue del 90%! Si se aceptó el reingreso inmediato (que no debió hacerse, insisto, dada la evidencia de que muchos otros creadores con los mismos méritos aguardaban una oportunidad), pudo al menos llevarse a cabo una selección crítica de las solicitudes. No obstante, ganó de nuevo la política del ``bloque'': con una o dos excepciones, todos los miembros de esa inexplicable generación primigenia (cerca de 180 creadores artísticos) obtuvieron su reincorporación automática al SNCA.

¿Cómo explicar estas medidas? No hay muchas respuestas a la vista. Al parecer, algunos funcionarios del SNCA (intelectuales y artistas muy destacados en cuyas manos se entregó la administración del Sistema) simple y llanamente no se resignaron a esperar ni siquiera un año para obtener la renovación de los estímulos; y la única forma de renovarse a sí mismos sin que los no-renovados protestaran, era renovar a todo mundo. Casi no es necesario aclarar que esto no es culpa de los reingresados (casi todos ellos aceptaron porque se les habló de una ampliación del número de plazas en el SNCA), sino de los artistas-funcionarios responsables de establecer los lineamientos, políticas y programas del Sistema. Fueron ellos quienes ajustaron el reglamento a su favor, obviamente a espaldas de la mayor parte de la comunidad artística, porque ¿quién iba a reconocer una reforma que aplazaba la posible incorporación al SNCA de 180 nuevos candidatos? Quienes tomaron esta determinación alegarán que era imposible reunir a otros 180 artistas con los mismos méritos, cosa difícil de creer si se atiende a la calidad y la amplitud del medio de los creadores artísticos en México, y a opiniones como la del mismo Alberto Blanco, que tan sólo en la disciplina de Letras encontró a 40 candidatos con merecimientos suficientes para formar parte del Sistema -aunque al final ni una sola de sus propuestas fue considerada.

Y aquí conviene retomar el tema de las comisiones de evaluación: Alberto Blanco no es el único miembro de estas comisiones que se queja de que sus propuestas fueron ignoradas. Otras voces, como la de Tomás Pérez Turrent (El Universal, 2 de mayo de 1997), han señalado lo mismo. Así se cierra el ciclo de una calificación efectuada, en realidad, por unos cuantos. Las comisiones, que deberían garantizar la participación de los más variados puntos de vista en el proceso de elegir nuevos miembros del Sistema, en realidad tienen un poder de decisión muy limitado, y la selección final regresa verticalmente al Consejo Directivo del SNCA. ¿Cómo puede aspirar a la democracia una sociedad que admite este tipo de estructuras en el corazón de su vida intelectual y artística?

Otro aspecto que ha causado inconformidad entre los centenares de artistas que, por mérito propio, aspiran a pertenecer al SNCA, es la medida de suspender durante más de un año la convocatoria (como sucedió en 1995), porque ahora se ve que los recursos que el Sistema se ahorró con ese aplazamiento no han servido para ampliar oportunidades en el presente. Se dirá que el lanzamiento de las convocatorias es discrecional, y lo mismo se dirá respecto a las normas de reingreso, y lo mismo a propósito de todo el reglamento...

¿Por qué internarse en este laberinto de reglas y excepciones? Porque urge llamar la atención acerca de un fenómeno que ha puesto en crisis la salud del arte y de la cultura en México, pues nadie ignora que los niveles de frustración tienen mucho que ver con las evidencias de arbitrariedad.

Para avanzar hacia un Sistema Nacional de Creadores de Arte más justo, propongo: mantener la regla 20, es decir, volver al esquema de estímulos no renovables por un periodo determinado (tres años de estímulo por tres de receso); hacer efectiva la reconstitución anual del Consejo Directivo; dejar en las comisiones de evaluación (que deberán integrarse con miembros que provengan de los más diversos ámbitos del arte y la cultura en México) la responsabilidad de elegir, sin opción a veto, a los creadores artísticos. Si no, el desenlace es previsible: la segunda generación demandará los mismos ``derechos'' concedidos a la primera (¡reingreso inmediato y en bloque!), y la tercera generación hará lo mismo, hasta que el Sistema entero se convierta en un cuerpo de vitalicios, ante la rabia o el desánimo de los habitantes de un cada vez más vasto suburbio cultural.