La Jornada Semanal, 11 de mayo de 1997
José Irazu Garmendia nació en Guipúzcoa, en 1951, y ha renovado la literatura vasca bajo el nombre de Bernardo Atxaga. Autor de letras de canciones, cuentos para niños y narraciones que recuperan las lluvias oblicuas y el temple humano del País Vasco, Atxaga obtuvo el Premio Nacional de Literatura por su libro Obabakoak. Sus textos han sido traducidos a una decena de lenguas. Ofrecemos tres obras traducidas al español por el propio Atxaga: un relato conversado, un poema y una letra de canción. En nuestra página 17, Josu Landa comenta Nueva Etiopía, el más reciente libro de Atxaga.
La sala era pequeña, y la pantalla de la televisión quedaba a muy poca distancia de un viejo sofá para dos personas. El chico dejó las latas de cerveza en el suelo y se incorporó para pulsar el interruptor del aparato.
-¡Hasta el exterior! -gritó el aparato después de emitir un sonido que pareció respiratorio-. ¡Vamos a ver qué pasa en el exterior! ¡Vamos a ver cómo marcha esa cadena de la paz! ¡Aquí están las imágenes! ¡Aquí están! ¡Aquí están! Ya ves, Stefano, la gente que ha querido intervenir en la cadena humana para la paz está pasando calor. ¡Incluso a estas horas de la madrugada hace mucho calor!
El aparato era aún más viejo que el sofá, y la pantalla seguía gris. El chico bebió un sorbo de cerveza y se volvió a levantar.
-Mabel, por favor, ven a la sala. He traído unas cervezas -dijo desde la puerta-. En la sala hace más fresco que en el resto de la casa.
Para cuando volvió a sentarse, la pantalla ya estaba iluminada. Dentro de ella, la presentadora del programa y un tipo con aspecto de cantante miraban hacia un monitor.
-Ahora os quiero dar un dato -decía un hombre de edad mediana desde dentro de aquel monitor-. El último eslabón de la cadena de la paz es en este momento una niña de seis años, Esther.
Dime, Esther -continuó el hombre acercando el micrófono a una niña rubia-. ¿Por qué has venido a la cadena?
-Para que no haya más guerras -dijo la niña con timidez.
-Ya lo habéis oído. Para que no haya más guerras -repitió el hombre.
-Muchas gracias, Mario -dijo la presentadora, volviéndose hacia la cámara-. Ya han visto ustedes, dos kilómetros ya lleva esa cadena humana por la paz. No está nada mal. Mil gracias, porque sabemos que la gente que estaba viendo en sus casas este programa, y que están alrededor de los estudios centrales...
La presentadora hizo un gesto de impaciencia. Tenía problemas con la sintaxis y eso parecía irritarla.
-¡Y con el calor que hace! -dijo Stéfano, acudiendo en su ayuda. Subrayó sus palabras con un suspiro.
-Con el calor que hace, que estamos... -repitió la presentadora con la misma incomodidad sintáctica de antes-. Dime, Mario, ¿en cuántos grados estamos ahora? ¿Con cuántos grados? -preguntó de nuevo al monitor.
-Pues me parece que estamos a unos treinta grados.
-¡A más! ¡A más! -gritó Stéfano haciendo muecas.
-Pero lo que yo quería era que escucharas, y que escuchara todo el mundo, todos los que hoy están siguiendo nuestro programa, que escuchamos a estas señoras que están asadas de calor, pero que a pesar de todo cantan, y cómo cantan, mirad qué voces...
-Escucha hermano, la canción de la alegría... -cantaban las señoras mayores del monitor.
-¿De verdad que están frías? -dijo la chica entrando a la sala y señalando las latas que había en el suelo. Era muy joven y muy delgada.
-Ven, Mabel. Siéntate aquí -le dijo el chico, dando una palmada en la parte del sofá que estaba libre-. Toma. Ya verás qué fría -dijo a continuación cogiendo una lata y pasándosela a la chica.
-¡Qué ambiente! ¡Qué ambiente! -gritó la presentadora, aplaudiendo a las señoras del monitor. Seguían cantando, pero sus voces sonaban muy lejanas.
-La-ri-lo-rei-lo-li-ro-la un nueevo dííííía! -berreó Stéfano en un intento de reavivar el ambiente. Desafinaba en casi todas las notas.
-Ese tío está drogado, ¿no? -dijo el chico señalando la pantalla.
-Me da igual. Por mí como si se muere -dijo la chica.
-Escucha, Mabel -dijo el chico dejando su lata de cerveza e inclinándose hacia ella-. No te lo tomes así. Es la operación más sencilla del mundo. Ni siquiera es una operación.
La chica puso los ojos en el suelo, donde él había dejado la lata de cerveza.
-Iré contigo y no me separaré de ti. Se mete aire y todo va normalmente -añadió el chico, acercándose más a ella. Pero la chica permaneció inmóvil.
-Y después, ¿qué hacemos? -dijo la chica al fin.
-Después todo irá bien. Igual que antes.
-¿Cómo lo sabes?
-Es lo único que nos preocupa ¿no? ¿No es lo único que nos hace desgraciados?
-¿Entonces piensas que todo irá bien y que seremos felices?
-Estoy seguro. No debes tener miedo. Sé de muchas parejas que lo han hecho.
-Yo también -dijo la chica-. Después estaban encantados.
-Escucha -dijo el chico recogiendo su cerveza del suelo y bebiendo un trago-. Si no quieres, nadie te obliga. No quiero forzarte si no lo quieres hacer. Pero sé que es poca cosa.
-¿Lo quieres hacer de verdad?
-Creo que es lo mejor que se puede hacer. Pero no quiero que lo hagas si no quieres.
La chica cerró los ojos y se recostó en el sofá. En la sala hacia ahora más calor, como si en vez de la televisión hubieran encendido una estufa. El chico se limpió el sudor de la cara y se levantó.
-Voy a cambiarme de camiseta. Tengo toda la espalda mojada -dijo.
-Es por esta especie de plástico del sofá. Es horrible -apuntó la chica cuando él ya salía por la puerta.
-Pues Stéfano va a cantar por toda esta gente que le quiere tanto, sí, pero será al final del programa. ¿Me prometes? -decía en aquel momento la presentadora desde el centro de un escenario donde, además del cantante y de ella misma, había un grupo musical. La gente a la que se había referido la presentadora ocupaba una especie de anfiteratro y tenía las manos preparadas para aplaudir.
-Cuando me ponga de negro -dijo Stéfano con la mirada radiante de quien sabe que va a ser aplaudido.
-¿Te pones de negro? ¿Sí? ¿Cómo los punks? -exclamó la presentadora, abriendo sus ojos teatralmente.
-Claro, porque voy de azul. Y no pega.
-¡Pues Stéfano estará con nosotros al final del programa! -gritó la presentadora, arrancando los primeros vivas del público-. ¡Gracias, Stéfano! -regritó cuando ya el público estallaba en aplausos.
-Y ahora -siguió la presentadora, emergiendo del escándalo que había provocado la despedida de Stéfano- voy a presentarles a otros músicos que tampoco necesitan presentación y que...
-Pues no nos presentes -le interrumpió el teclista del grupo riéndose y haciendo muecas.
-¿Qué? -dijo la presentadora.
-Que si no necesitamos presentación no nos presentes -volvió a reír el teclista. El resto del grupo y una parte del público también rió.
-Pues no te preocupes porque no os voy a presentar -dijo la presentadora con una sonrisa a medias, acercándose a la cantante del grupo-. Lo que sí voy a hacer es preguntarle a Bárbara, vuestra cantante, voy a preguntarle, ¿cuántos años tienes, Bárbara?
-Veinticuatro -dijo Bárbara.
-Veinticuatro. Y dime ¿qué es para ti la paz? Te lo pregunto porque como sabes estamos siguiendo desde aquí a una cadena para la paz. ¿Qué es para ti, para una chica joven y bonita como tú...? ¿Qué es para ti la paz, Bárbara?
-Pues la paz es la vida, es el amor, son los hijos, es todo ¿no? Es la vida en sí -dijo Bárbara.
-¡Lo que faltaba! ¡Lo que faltaba! -gritó la chica lanzando la lata medio vacía de cerveza contra la pantalla de televisión. Luego se echó a llorar.
-Pero antes de que Bárbara y sus misteriosos compañeros sin nombre nos canten su canción, vamos a pasar a la publicidad -dijo la presentadora sin inmutarse. Un segundo después, la imagen de un satélite que sobrevolaba la Tierra ocupó la pantalla.
-Atención Houston, tenemos un problema -decía una voz que parecía provenir del satélite-. Houston, la belleza de esto es increíble. Reviva la conquista del espacio. Descubra el espacio con los videos de los archivos originales de la NASA.
-Ya sabes lo que tienes -dijo una nueva voz al tiempo que unas manos mostraban la portada de una revista-. Tienes Tu Salud. La revista que trata todos los temas de tu salud. Este mes: vencer el insomnio; el colesterol controlado; la sana costumbre de los chequeos; el fracaso escolar. Ya sabes lo que tienes. Cada mes, Tu Salud al día. Disfrútala ya.
-¿Qué te pasa, Mabel? ¿Por qué lloras? -dijo el chico entrando en la sala y mirando con aprensión hacia la cerveza derramada por el suelo.
-No me pasa nada -dijo ella reponiéndose-. Tráeme otra cerveza, por favor.
-No hay que tomarse las cosas así -dijo el chico.
-No me las tomo de ninguna manera -dijo ella secándose las lágrimas-. Pero sé muy bien cómo son las cosas.
-No quiero que hagas cosas de las que te puedas arrepentir...
-¿Es que para ti no tiene ningún sentido? Podríamos arreglarnos muy bien -dijo la chica, girándose hacia él y mirándole a la cara.
-Claro -dijo él sentándose en el sofá y abrazándola ligeramente-. Pero no quiero a nadie más que a ti. No quiero que nadie se interponga entre nosotros. Y sé que es muy sencillo.
-Sí. Sabes que es muy sencillo -dijo ella con amargura.
-Di lo que quieras, pero yo lo sé con exactitud. Es una operación muy sencilla.
-¿Podrías hacer algo por mí?
-Haría cualquier cosa por ti, Mabel.
-Entonces, cállate. ¡Por favor! ¡Por favor! ¡Cállate! -gritó ella poniéndose de nuevo a llorar.
El chico se echó hacia atrás en el sofá y comenzó a beber su cerveza con lentitud, fijando su mirada en el techo de la sala. Pero en el techo no había palabras, no se le ocurría nada que pudiera consolar a la chica y acallar sus sollozos. Las palabras, todas las palabras, estaban en la pantalla del aparato de televisión.
-Se oye una canción que hace suspirar y habla al corazón de una sensación grande como el mar -cantaba Bárbara, moviéndose por entre los miembros de su grupo-. Debes aprender que antes de juzgar tienes que llegar hasta el corazón. Cierto como el sol que nos da calor; no hay mayor verdad, la belleza está en el corazón. Nace una ilusión, tiemblan de emoción, bella y bestia son.
-Y ahora, vamos a seguir hablando de paz -dijo la presentadora. Su cabeza ocupaba toda la pantalla. El grupo musical había desaparecido como por ensalmo-. Y para ello, y antes de nada, vamos a salir al exterior, vamos a ver qué está ocurriendo fuera. Hace muchísimo calor y siguen uniéndose mano sobre mano para hacer esta cadena humana por la no violencia y por la paz. Vamos a ver, Mario. Buenas noches de nuevo.
-Buenas noches, aquí estamos otra vez desde la cadena de la paz -dijo el hombre del monitor-. Y tengo aquí conmigo a uno de los responsables de esta marcha. Y yo quisiera preguntarle ¿cuánta gente cree que habrá ahora mismo?
-Pues, según por los metros, está en torno a dos mil metros, y calculando a persona por metro, pues dos mil personas. Pero como hay muchos niños...
-Muchas gracias -le interrumpió el hombre del monitor, pasando el micrófono a un segundo interlocutor-. Y aquí tenemos al jefe de policía. ¿Qué? ¿Qué le ha parecido esto?
-Permítame una corrección. No soy jefe de policía. Sólo uno de los colaboradores, en este caso del Cuerpo Nacional de Policía. Y en lo que respecta a la cadena de la paz...
-¿Te importa apagar la televisión? -dijo de pronto la chica, dejando de sollozar. Su tono de voz era ahora tranquilo.
-Claro que no -dijo el chico. Oprimió el interruptor y la pantalla volvió a quedarse gris.
-¡Qué silencio! -dijo la chica. Y era verdad, la sala estaba más silenciosa que nunca. De la calle no llegaba ningún ruido.
-¿Estás mejor? -preguntó él.
-Si -dijo ella-. Mucho mejor. Perfectamente.
Escribo en una lengua extraña. Sus verbos,
la estructura de sus oraciones de relativo,
las palabras con que designa las cosas antiguas
-los ríos, las plantas, los pájaros-
no tienen hermanas en ningún otro lugar de la Tierra.
Casa se dice etxe; abeja erle; muerte heriotz.
El sol de los largos inviernos, eguski o eki;
el sol de las suaves y lluviosas primaveras,
también eguzki o eki, como es natural;
es una lengua extraña, pero no tanto.
Nacida, dicen, en la época de los megalitos,
sobrevivió, lengua terca, retirándose,
ocultándose como un erizo en este lugar
que ahora, gracias precisamente a ella,
muchos llamamos País Vasco o Euskal Herria.
Sin embargo, su aislamiento no fue absoluto:
gato es katu; pipa es pipa; lógica es logika.
Como concluiría el príncipe de los detectives,
el erizo, querido Watson, salió de su madriguera
y visitó muchos lugares, y sobre todo Roma.
Lengua de una nación diminuta,
lengua de un país que no se ve en el mapa,
nunca pisó los jardines de la Corte
ni el mármol de los edificios de gobierno;
no produjo, en cuatro siglos, más de un centenar de libros:
el primero en 1545, el más importante en 1643;
el Nuevo Testamento, calvinista, en 1571;
la Biblia completa, católica, allá por 1860.
El sueño fue largo, la biblioteca breve;
pero en el siglo veinte, el erizo despertó.
Lizardi, vino Rimbaud preguntando por ti,
y le dijimos
que también nosotros te esperábamos,
que hacía mucho tiempo que no aparecías
por casa;
y nos sentamos sobre la hierba
y enviamos mensajeros
a la torre de Alós
por ver si estabas
ahuyentando cuervos
en aquellas largas escaleras.
Luego escuchamos las campanas,
los ladridos de los perros.
Surgiste de pronto en el camino
dando tumbos,
estabas por fin entre nosotros,
pero sólo eras
un cadáver
sentado en el trono
de un otoño ya perdido.
Alguien cerró tus ojos,
adiós, adiós,
y amanecía sobre las zanahorias,
sobre la huerta,
cuando te enterrábamos,
oh petit pote,
sin canciones, sin cohetes,
colocado cuan largo eras
entre los terciopelos
de un hueso de albaricoque.
* José María "Lizardi" (1896-1993) Poeta vasco, autor de Biotz-Begietan.