Bárbara Jacobs
De poetas y libreros

No todo poeta tiene además alma de librero. El verdadero librero puede ser también poeta y entonces abrir sus Memorias, como hizo Héctor Yánover, con un epígrafe que dice: ``Quien entra a este libro entra a una libreria'', o cerrarlas con una despedida así: ``El librero es la librería. El librero es el libro''. Entre tapa y tapa, toda una historia. Leí las Memorias de un librero de Héctor Yánover con el sol a la espalda durante unas cuantas tardes de invierno. El espíritu del libro siguió conmigo una vez que terminé la lectura, misma que me dejó claro que, igual que entre poetas, hay de libreros a libreros. Hoy me encerré con el ánimo de escribir unas líneas sobre las Memorias de Yánover. Pero miré a mi alrededor y me di cuenta de que no tenía mi ejemplar a mano, firmado por él en Guadalajara el 3 de diciembre del año pasado. Aunque lo que debía haber hecho era salir a buscarlo en otros libreros de la casa, con esto en mente lo que hice fue que estiré el brazo y alcancé, de la estantería detrás de mi escritorio, Children of the Market Place, de Edgar Le Masters, que empecé a hojear.

Nada más distante de las Memorias de Yánover que este libro de Masters. De Masters conozco y amo Spoon River Anthology, pero de su Children of the Market Place no sé nada; ni siquiera si es novela o qué es. ¿Por qué lo tengo entre mis libros? ¿Por qué, cuando depuro mis libreros, no cedo su espacio a un libro que consulte o que por lo menos tenga la intención de leer? Este de Masters sé que no lo leeré nunca. ¿De dónde vino; por qué lo tengo y, sobre todo, qué impulsó a mi mano a tomarlo cuando mi mente buscaba las Memorias de un librero de Héctor Yánover? Algo me ataba al de Masters; seguí sin hacer nada por buscar el de Yánover.

El ejemplar de Children of the Market Place es una primera edición, de 1922. Tiene pasta dura, de tela azul y, en las guardas, un sello ovalado en tinta lila que indica que, el 22 de octubre de 1944, la oficina de Administración del Sanatorio Cowdray de la ciudad de México lo marcó en calidad del libro de su propiedad. Qué enfermo, o qué visitante, o qué miembro del personal de dicho sanatorio sustrajo el libro; por qué lo hizo; de qué manera el libro rodó después hasta parar en mi librero son datos que desconozco. Lo primero que pude imaginar fue que en el trayecto de su historia mi ejemplar pudo haber pasado por una librería de viejo. De haber sido así, ¿sería ese el recóndito hecho que, por conductos imperceptibles, habría ordenado a mi mano alcanzarlo mientras mi mente pensaba en las Memorias de Yánover, memorias que incluyen el paso del autor por una que otra librería de viejo?

Bueno; esto sí que es estirar las cosas. O de veras querer adentrarse en ellas para conocerlas. Los lectores solemos recurrir a mecanismos de investigación en apariencia exagerados, como éste, para explicarnos nuestros actos en apariencia fallidos; los escritores solemos recurrir a señales en apariencia sin significado, como ésta, para justificar nuestros actos en apariencia fallidos. Los libreros, al igual que los poetas, hacen otro tanto, y ni quien los culpe de sus actos en apariencia fallidos.

De las Memorias de Yánover recuerdo un pasaje especialmente característico en este sentido. En una ocasión, Yánover visitaba a un librero amigo suyo, Marcos Sigman, dueño de la librería Fray Mocho, en Sarmiento 1820, en Buenos Aires, cuando entró un señor que le pidió Cuerpos y almas. Cuenta Yánover que Sigman ``hizo como que se fijaba y le dijo que no lo tenía''. Una vez que se había marchado el cliente, Yánover preguntó a su amigo cómo era posible que no tuviera el libro en cuestión, en momentos en que estaba de moda y todo mundo lo quería leer. Entonces Sigman ``con una sonrisa pícara se inclinó sobre el estante'' y mostró a Yánover el libro. Al extrañamiento de Yánover, Sigman respondió con estas palabras: ``Es que ése no era cliente mío''.

Lo que da validez a una respuesta como ésta es lo mismo que da peso a la afirmación de que hay de libreros a libreros. Hay lo que hechiza; y hay lo que no hechiza. ¿Qué hechizo llevó mi mano a alcanzar el libro de Masters cuando mi mente buscaba las Memorias de Yánover? Todo lo que quería decir del libro de Yánover era que es un Libro. no es una novela, pero podría serlo; no son solamente memorias; no es una colección de poemas pero a ratos reúne poemas y suena poético. Ser lector de Libros es un signo extraño. Si eres lector de Libros, probablemente eres escritor; es decir, escritor de Libros. Ser escritor de Libros es un signo extraño. Siéntate y lee. Busca un Libro que sea librería; busca a un librero que sea un Libro. Ser librero de Libros es un sino extraño; si eres librero de Libros probablemente eres escritor; es decir, escritor de Libros.

Leí las Memorias de Yánover, decía, con el sol a la espalda durante unas cuantas tardes de invierno mientras acompañaba, en un hospital de la ciudad de México, a un enfermo. Y es precisamente este hecho el que conecta a Yánover con Masters a través de mí, pues el hospital en el que leí las Memorias de un librero es, hoy, en 1997, el mismo que selló Children of the Market Place como ejemplar de su propiedad en 1944