Las tarifas eléctricas no sólo tienen un impacto en quien las paga, sino también en el volumen de consumo de electricidad. Si las tarifas son muy altas en comparación con el ingreso de quienes las van a pagar, surgen problemas que pueden llegar a suspender los pagos por un lado, y a ``cortar la luz'' por el otro. Si las tarifas son muy bajas en comparación con el ingreso de quienes las van a pagar, éstos pueden aumentar su consumo desmedidamente sin resentirlo, sea para obtener una mayor utilidad, o simplemente por descuido y desperdiciando una parte o usándola de manera ineficiente.
En el momento actual suceden las dos cosas al mismo tiempo, y eso se ve a partir de las cifras de 1996, dadas a conocer recientemente. Frente a 1995, que desde el punto de vista del producto interno del país fue el peor año de la crisis, las pequeñas empresas que reciben energía en baja tensión, poco más de dos millones de usuarios, tuvieron una reducción, en su consumo eléctrico, del 2.7 por ciento; y el consumo de esa energía para servicios públicos municipales bajó en 4.5 por ciento. En el consumo doméstico, cuyas tarifas se aplican por igual, en su domicilio, a los que se enriquecieron más y a los que más se empobrecieron en este mismo periodo, el consumo quedó en promedio casi igual, con un aumento del 0.1 por ciento.
Pero el consumo de empresas mayores sí que aumentó. Las que reciben electricidad en tensión media, y que en promedio serían medianas empresas, unos 80 mil usuarios, tuvieron un aumento en su consumo del 10.1 por ciento; y las grandes empresas --aproximadamente 400 en todo el país-- que reciben esta energía en alta tensión, aumentaron su consumo, también en 1996 frente a 95, en 15.3 por ciento. Es claro para quiénes la tarifa fue demasiado alta, y para quiénes fue demasiado baja.
Uno de los resultados es que las empresas pequeñas y medianas, cuyo consumo eléctrico andaba alrededor del 55 por ciento del total, ya el año que terminó representaban casi el 60 por ciento. Otro resultado fue que el consumo total de electricidad subió más que lo señalado en las previsiones oficiales. Estas hablaban de un aumento del 5 por ciento al año, y en algunos documentos 5.1 por ciento. El aumento real fue del 7.2 por ciento. Esto significa que el aumento de consumo que se esperaba que ocurriera en tres años, en cifras gruesas ocurre y ocurrirá en sólo dos años. El ``año crítico'' en el que sea insuficiente la capacidad de generación, con esto, se adelanta aproximadamente un año.
Esto se suma al hecho de que el año pasado, por primera vez, no entró ninguna planta nueva de generación eléctrica. El segundo año en que esto sucede es el que estamos viviendo. Y no hay ninguna planta en proceso que pueda entrar en operación, tampoco, en 1998. Las que podrían entrar en los siguientes dos años, si no hay retrasos como los que se han estado dando, no sólo son insuficientes al representar en su conjunto menos de la mitad del aumento del consumo de un solo año, sino que están ubicadas en puntos en los que más bien ayudarán a aliviar agudos problemas regionales, que contribuir a atenuar siquiera el problema nacional.
Para decirlo en términos cercanos al lector, esto quiere decir que en dos o tres años podemos empezar a tener apagones como los que se dieron, entre otros lugares, en Argentina y Ecuador, ante problemas de falta de capacidad de generación. Como las plantas convencionales se tardan años en ser instaladas y construidas, algunas medidas para atenuar el problema pueden ser: regionalizar y reestructurar las tarifas eléctricas, de modo que no se generen los conflictos sociales que hemos visto, y de modo que no se subsidie con tarifas muy baratas a grandes empresas, que como resultado aumentan su consumo de energía en forma tal que al rato ésta no va a alcanzar; e impulsar la instalación y construcción de plantas pequeñas y medianas, que aprovechen el agua y el viento, y que se pueden tener listas en tiempos más cortos, además de no emitir contaminantes