Así eran llamados los ``léperos'', mendigos y vagos en el siglo pasado. Fundamentalmente ocupación de las autoridades eclesiásticas, a raíz de las leyes que separaron a la Iglesia y el Estado, se tornó en responsabilidad del gobierno, que en la ciudad de México llevó a emitir un reglamento y crear unos tribunales de... vagos. Estos sesionaban dos días a la semna y el detenido podía defenderse. Los jueces estaban facultados para mandarlos a hospicios, al Ejército, la Marina o a sitios lejanos a fin de colonizar. Si eran menores de 16 años, se les ubicaba en casas de corrección y en otros se les enviaba a ``aprender oficio, bajo el gobierno y dirección de maestros que sean de la satisfacción de la autoridad política''.
De lo que se sabe, ninguna de estas medidas fue muy exitosa. El ``lépero'' era un personaje sumamente popular, aunque no siempre muy querido; varios cronistas célebres lo mencionan: la marquesa Calderón de la Barca, Brantz Mayer y Guillermo Prieto. Este, el más benévolo, lo describe así: ``ha de ser mestizo, bastardo, adulterino, sacrílego y travieso, entendiéndose que más que picardía debe haber chispa o ingenio en el magín, y más que tendencia al crimen, inclinación a lo villano...''.
Los otros cronistas consideran al ``lépero'' una desgracia social, al igual que los mendigos, vagos y niños sin hogar. Dice Mayer: ``¿será cosa para asombrarse, el que en una ciudad, en que tan inmensa proporción de los habitantes son gente de esta calaña, ocurran asesinatos y robos?''. Este tipo de reseñas lo leemos en todos los siglos, lo que muestra la dimensión del problema, que dio lugar a la creación de importantes instituciones durante el virreinato.
Tal situación sigue vigente, aunque debemos reconocer que en proporciones mucho menores. Ahora quizás la preocupación principal son los llamados ``niños de la calle''. El regente Oscar Espinosa Villarreal la enfrenta como uno de los asuntos prioritarios, a través de la Secretaría de Desarrollo Social que dirige Javier Vega, un hombre talentoso con sentimientos humanitarios, que lo han llevado a crear una ``Alianza'' con las personas y entidades que están trabajando con los niños.
El primer paso fue hacer un censo para conocer cuántos había realmente y en qué situación; éste lo llevó a cabo UNICEF y dio como resultado un total de 13 mil 373 menores, de los cuales 73 por ciento trabaja en la calle y 14 por ciento pernocta sistemáticamente en la vía publica; el restante 13 por ciento agrupa a niños de origen indígena, que laboran a la intemperie.
Al conocer estos datos y la información sobre la situación física, intelectual y anímica de los niños, se dieron a la tarea de transformar el modelo de atención, que se daba en dos grandes albergues de una manera masiva, para pasar a la personalizada y respetuosa de la individualidad de las niñas y niños, que se les brinda en ``hogares funcionales'', en donde viven ocho menores con una pareja, en un ambiente familiar. Otros se han instalado en instituciones especializadas, que llevan ese sistema. Un factor determinante en ambos es el cariño y la atención individual, que ha transformado positivamente a decenas de menores, entre otras, ha mejorado el rendimiento escolar y se ha reducido la agresividad de manera notable.
Muy útil ha sido el Centro de Gestoría y Asesoría Jurídica para Menores, que ha sido esencial para regularizar la situación de los niños, pues la mayoría no cuenta ni con acta de nacimiento, y también les ayuda en problemas de tipo jurídico, judicial o administrativo. Se han continuado creando Centros de Día, en donde se brinda comida, posibilidad de bañarse y ayuda en las tareas escolares, a los que trabajan en la calle pero duermen en sus casas --sana medida de prevención.
Algo importantísimo para todos los infantes: los desayunos escolares. Anteriormente se repartían 333 mil 936, y hoy se están dando 724 mil, con la ventaja de 14 diferentes menús, pues se hizo una encuesta entre los pequeños y ya estaban aburridos de desayunar todos los días lo mismo.
A todo esto se suma el programa hospitalario; el DDF tiene 25 hospitales que atienden a toda la población, de los cuales 11 son para niños. Hay algunos considerados de excelencia, como el del Niño Quemado de Tacubaya, el de la Espina y el de Neurocirugía.
Para los adultos y ancianos están los Albergues de Invierno, que de hecho funcionan todo el año; las Casas de Protección Social, y los programas: Adopte un Anciano, Asistencia a Veteranos de la Revolución, de Reincorporación de Ancianos a sus lugares de origen y de Trabajo Social y Talleres, que hacen más llevadera la vida de los más desamparados en la ciudad más grande del mundo.