La Jornada domingo 11 de mayo de 1997

Ventanas Ť Eduardo Galeano
El candidato

No lloraba evocando su infancia desvalida, no besaba a los niños, no estrujaba a las ancianas, no se fotografiaba junto a los paralíticos. Nada pedía, nada prometía. No infligía interminables discursos a los electores. No tenía ideas de izquierda, ni de derecha, pero tampoco de centro. Era insobornable, despreciaba el dinero, aunque se relamía notoriamente ante los ramos de flores frondosos de hojas.

Federico encabezaba las encuestas. La gente, harta de estafas, creía en este joven bóvido artiodáctilo, vulgarmente llamado chivo, de color blanco y barba al tono, que en sus actos públicos bailaba, erguido en dos patas, haciendo cabriolas al ritmo de la banda musiquera que lo acompañaba por los barrios.

En vísperas de las elecciones, Federico, el candidato favorito a la alcaldía del pueblo de Pilar, amaneció muerto. Tenía la barba roja de sangre seca. Había sido envenenado.

El ciudadano Petrucio Maia, quien había lanzado la candidatura de Federico y había organizado su exitosa campaña, acusó a los políticos rivales, pero no pudo exhibir ninguna evidencia.

El sacrificio del chivo expiatorio ocurrió el 2 de octubre de 1996, en el nordeste del Brasil