Las cuentas le cuadran demasiado bien al Banco de México. El balance que hace el banco central de la gestión económica durante 1996 es muy positivo, en el sentido más convencional en el que se practica hoy la economía y se administra la política económica. La primera consideración del más reciente Informe anual dice a la letra: ``la evolución de las principales cifras macroeconómicas durante 1996, confirma que la estrategia aplicada para enfrentar la severa crisis económica sufrida por México a partir de finales de 1994 ha sido acertada''.
Los puntos más destacados de la favorable autoevaluación practicada por Banxico con rigor anual son ya muy conocidos: la ``fortaleza'' de la recuperación económica sustentada en el crecimiento de las exportaciones; la caída de las tasas de interés que ha provocado la recuperación de la inversión y del consumo privados (aunque en ambos casos tendría que calificarse como débil y muy insuficiente); la continua tendencia a la baja de la inflación (que ha sido el objetivo primordial del programa económico); la estabilización de los mercados financiero y cambiario; la disminución del desempleo conforme a la metodología seguida por el INEGI, y el gran dinamismo de las exportaciones que crecieron el año pasado a una tasa de 20.7 por ciento, aunque las importaciones ya crecieron más rápido, al 23.5 por ciento. Todos estos aspectos son, por cierto, muy discutibles.
Esta forma de considerar el desenvolvimiento de la economía mexicana tiene, sin duda, un aspecto político que el banco central no puede eludir, a pesar de su supuesta independencia del gobierno. Además, esta visión de cómo funcionan las economías es bastante generalizada. No es casual que Roberto Velasco, profesor español y autor del libro titulado Los economistas en su laberinto, haya comentado hace unos días que mirar frontal y fijamente los cuadros macroeconómicos e índices bursátiles produce una fascinación que atrapa a los observadores, adormece su intelecto y le ata a una atávica contemplación. Así, halla en los indicadores macroeconómicos consuelo para la desazón que produce la crisis del pensamiento que atraviesa su quehacer.
Tal vez una de las expresiones de esa crisis es que la única manera de lograr tan favorables resultados macroeconómicos sea mediante el continuo castigo al ingreso y la capacidad de consumo de los asalariados. Siempre siguiendo los datos del Informe Anual 1996 de Banxico, se aprecia que las remuneraciones medias en el sector manufacturero, el más dinámico de la economía, y la masa salarial (el total de los salarios pagados en el sector) estaban por debajo del nivel que tenían en 1990, en el último caso más de 30 por ciento por debajo. Además, el consumo privado, que el banco central trata demasiado rápidamente en su análisis, había caído 9.5 por ciento en 1995 y el año siguiente sólo tuvo una recuperación del 2.3 por ciento. Estas cifras son las que indican verdaderamente la magnitud del ajuste que se ha impuesto a la economía; éste recae en la reducción de los niveles de ingreso y de gasto de la mayoría de la población.
En este terreno, las cuentas de Banxico ya no cuadran tan bien como cuando se tratan de modo agregado. El caso es que las políticas económicas sustentadas en las nuevas ideologías liberales y administradas por las burocracias estatales sólo pueden ofrecer trabajadores liliputenses a la altura de las necesidades de la acumulación del capital y la competencia gobal. Este es el verdadero dilema de la economía y no se resuelve a la escala de los indicadores macroeconómicos.
A la política económica y a la evaluación que hace el banco central del camino que se recorre le falta el paso crucial, a saber, la forma en que finalmente se exprese en el crecimiento sostenible y en la extensión de los beneficios que de éste pueden derivarse. Esta política falló estrepitosamente durante el sexenio anterior y el acomodo macroeconómico que se proclamó durante esa administración no sólo fue incapaz de generar un mayor bienestar, sino que acabó en una profunda crisis financiera y productiva. El significado y los costos de la caída de más de 6 por ciento del producto interno bruto en un solo año y de las repercusiones de la crisis bancaria no han sido suficientemente evaluados. Muchos elementos de esa misma política económica se están repitiendo ahora, y es precisamente ese tránsito al bienestar el que sigue pendiente.