Bill Gates, ese empresario gringo que ha cimentado su fortuna en la inteligencia artificial, está por inaugurar su casa computarizada. Si las computadoras u ordenadores tienen inteligencia artificial, entonces, entendiendo que la nuestra es el extremo opuesto, podemos declarar (cerca del oído de un IBM) que poseemos una inteligencia natural.
La inteligencia artificial que gobernará la casa computarizada de Gates, vivirá más que la inteligencia natural que la construyó. Hay una salida fácil: las obras suelen sobrevivir a sus creadores. Pero hay una cuestión difícil que alcanza los terrenos de la ciencia ficción: las obras de inteligencia artificial suelen hacer --a veces-- lo que les da la gana.
Recordemos los berrinches escalofriantes de la Hal9000, la inteligencia artificial que gobernaba a las inteligencias naturales que iban a bordo del Discovery, la nave de 2001 odisea del espacio.
Bill Gates, conocido como El Niño de Oro en su país, tardó siete años en construir su casa computarizada y pagó 50 millones de dólares (la nota informativa no especifica si ese precio incluye los muebles y los adornitos de lladró). A la inauguración asistirán distinguidos personajes que se dejarán deslumbrar por esa maravilla tecnológica. La prensa, en su momento, dará cuenta de los detalles.
Como ejercicio conviene citar la experiencia de Jack Anthem, magnate petrolero texano, dueño de la Fundamental Oil Company, quien mandó construir en 1994, a las afueras de Austin, una casa computarizada. La idea fue de John McNichols, su socio, quien además de compartir las ganancias de la empresa, había desarrollado un modelo de software que le permitía controlar, desde la pantalla de su lap-top, los procesos de extracción de los pozos de petróleo.
La noticia de este modelo para la industria petrolera dio la vuelta al mundo en 1991 gracias a un accidente que pudo controlarse a tiempo: McNichols fue despertado en la madrugada por la alarma de su computadora; un rápido vistazo a la pantalla le indicó que el depósito de uno de los pozos estaba a punto de estallar. Sin pensarlo dos veces oprimió una serie de teclas que desactivaron el pozo y el peligro de una explosión. Lo sorprendente --y esta era la parte que mejor aprovechó la prensa-- fue que el ingeniero McNichols había salvado la empresa, sin abandonar su cama.
En junio de 1994, Anthem inauguró su casa inteligente. Al principio se opuso al proyecto de McNichols, pero luego se dejó seducir por la imagen futura de él mismo, caminando por el hall de su futura casa, dictándole órdenes a una servidumbre tan eficiente como invisible, que cumplía en el acto sus caprichos. A la inauguración asistieron secretarios de Estado, magnates, estrellas de Hollywod y el ex astronauta Collins, aquel piloto del Apolo XI, que se quedó sin pisar la Luna que pisaban sus compañeros, y que desde entonces ha solucionado ese trauma sin remedio, con el remedio de beber cuanto se pueda. En aquella fiesta de inauguración, fue sorprendido dentro del baño-inteligente, haciéndole confidencias a la jabonera, que por supuesto hablaba. El sistema propuesto por McNichols era el de ``Cadena de Inteligencia Múltiple'' (MIC, por sus siglas en inglés) y estaba fundamentado en el mismo modelo que utilizaban sus pozos de petróleo. Tenía tres tiempos básicos: mañana, tarde y noche; más cualquier otro servicio que ordenara Anthem de manera verbal.
El primer tiempo, por ejemplo, arrancaba cuando el magnate, con la voz recién salida de la cama, activaba la regadera. Luego, cumpliendo la orden oportuna del amo, venía el turno de la ``secadora de aire tibio''. Después, en rigurosa cadena, la voz del amo iba ordenando la aparición de los siguientes servicios: rasuradora-asperjar colonia en rostro y axilas-aplicar Wildroot en el cabello-periódico del día extendido frente a los ojos-taza de café-corn flakes con leche y rebanadas de plátano-lavar, secar y guardar trastes-cepillar dientes-nombrar lista de actividades-calentar auto.
Lo único que Anthem tenía que hacer, era ponerse al alcance de los servicios, en el sitio correspondiente.
El proyecto de McNichols fue un éxito, pero Anhtem, su socio, vive hoy en una casa austera, sin televisión, ni teléfono, en el fondo de uno de sus ranchos.
El último día que el magnate vivió en su casa computarizada, un desarreglo en el cerebro central puso a andar, en mitad de la noche, los tres tiempos básicos de la ``cadena'', Anthem contempló durante media hora cómo iban apareciendo los servicios sin que nadie los utilizara: la regadera, un pavo en el horno, la mesa servida con la vajilla de lujo, una película en la televisión. Lo único que sobraba en ese mecanismo autosuficiente y perfecto, era él mismo.