BALANCE INTERNACIONAL Ť Gerardo Fujii G.
¿El fin del pleno empleo?

Es conocida la gravedad que el problema del desempleo tiene en Europa y en los países de nuestra región. A partir de esto, el pensamiento de derecha está pretendiendo que la aspiración al pleno empleo, que tan alta valoración política y económica tuvo en las dos décadas siguientes al término de la segunda Guerra Mundial, debe abandonarse, ya que constituye una reliquia del pasado.

La línea de ataque en contra de la factibilidad del pleno empleo transcurre a través de dos frentes. Uno es el postulado por la teoría económica dominante, que se basa en la existencia de una tasa natural de desempleo, que parece ser creciente con el tiempo, por lo que toda pretensión de reducir la desocupación por debajo de ella sólo se traducirá en inflación, y no en el descenso del desempleo. En esta perspectiva, las únicas medidas posibles son las encaminadas a tornar más flexibles los mercados laborales, con el propósito de reducir la tasa de desempleo a la cual se equilibra el mercado laboral. En términos más directos, el aumento en el nivel de empleo requiere de la reducción de los salarios.

El segundo argumento que se está postulando para sostener que ha dejado de ser válida la aspiración al pleno empleo se basa en que el progreso técnico conduce, inevitablemente, no sólo a un crecimiento sin la creación de empleo, sino que, aún más, a la destrucción de puestos de trabajo no obstante la expansión de la economía. Con base en esto, los conservadores postulan que defender el concepto de pleno empleo resulta perjudicial, pues impide que se aborde el problema central, que es el de los cambios económicos y sociales que serán inevitables para que los países puedan adaptarse a una situación en la que no podrá existir el pleno empleo. En otras palabras, postular el pleno empleo es cosa de reaccionarios, según los planteamientos de la derecha.

Esta línea de argumentación en contra de la aspiración al pleno empleo, fundamentada en el cambio técnico, está dando lugar a una profusa literatura poco rigurosa. Uno de los libros recientes más comentados en el que se plantea esta hipótesis es el de Jeremy Rifkin, El fin del empleo. Nuevas tecnologías contra puestos de trabajo: el nacimiento de una nueva era, Ed. Paidós, Méx., 1996.

El antecedente empírico crucial con base en el cual Rifkin postula que el crecimiento económico contemporáneo no generará empleos, es la pérdida de puestos de trabajo que ha tenido lugar en varias grandes compañías de Estados Unidos desde principios de los años 80: General Motors suprimió 250 mil puestos en 1978 y 1993; US Steel, 100 mil entre 1980 y 1994; General Electric,170 mil (1981-1993) y ATT, 180 mil (1981-1988).

La ``argumentación'' de Rifkin presenta, al menos, tres debilidades cruciales:

1. Suponer que las tendencias del empleo de las grandes compañías son representativas del conjunto de la economía. Además, una parte importante del descenso del empleo en las grandes compañías tiene su origen en procesos de reestructuración, que están conduciendo a que ciertas partes de los procesos productivos, que antes se desarrollaban en el interior de las grandes empresas, estén ahora llevándose a cabo por compañías independientes. Entonces, una parte de los puestos de trabajo que se pierden en las grandes compañías es compensada por el aumento del empleo en empresas de menor tamaño conectadas con las grandes.

2. El segundo error de Rifkin es suponer que el progreso técnico sólo puede destruir puestos de trabajo. Cabe recordar que al inventarse la máquina, en el siglo XVIII, una de las reacciones del movimiento obrero fue el destruirlas, con el argumento de que la máquina impide el empleo. Sin embargo, ahora cualquier hijo de vecino sabe que el desarrollo tecnológico se traduce en el surgimiento de nuevos productos y sectores, que significan la expansión de las oportunidades ocupacionales.

3. Analizando los antecedentes empíricos de los últimos 35 años, fase en la cual el progreso técnico se fue acelerando, no se registra ninguna tendencia clara hacia la desaparición de puestos de trabajo. Entonces, si esta no es la causa del problema del desempleo contemporáneo en los países europeos, ¿qué es lo que la explica?

En primer lugar, el descenso en la velocidad de crecimiento de la economía, que ha conducido a una lenta expansión de la demanda de trabajo. Sin embargo, ningún antecedente empírico avala la hipótesis de que se ha reducido la relación entre crecimiento del empleo y expansión de la economía. Por lo tanto, si se recuperaran las tasas de crecimiento del pasado, la demanda por trabajo también crecerá a los ritmos que en esas décadas se dieron. En segundo lugar, la oferta de trabajo se está expandiendo más aceleradamente que en las décadas de los años 50 y 60, en virtud de que se está dando una incorporación muy importante de la mujer a la actividad económica. En suma, en este periodo han confluido una demanda de trabajo que crece más lentamente porque la economía se expande poco, junto con una oferta de trabajo que ha acelerado su tasa de expansión. Y de aquí se ha derivado el problema del desempleo, y no del hecho postulado por Rifkin, de que el progreso técnico ha destruido las oportunidades de trabajo.