La Jornada sábado 10 de mayo de 1997

Carlos Fuentes
Bienvenida a Felipe González

El 20 de noviembre de 1975, era yo embajador de México en Francia y mandé ondear a plena asta la bandera tricolor de nuestro país a la entrada de la misión diplomática. Al rato, empezaron a llamarme mis colegas latinoamericanos:

Señor Fuentes, ya sabemos que México nunca reconoció al gobierno de Francisco Franco. Pero, ¿no le parece un poco exagerado celebrar su muerte con la bandera mexicana a plena asta?

Como yo, por razones de salud, nunca leo los periódicos antes de las nueve de la noche, cuando el 90% de las noticias ya no tienen importancia, apenas alcancé a balbucear:

-No, si no es por Francisco Franco, es por Francisco I. Madero. Hoy es el aniversario de la Revolución Mexicana.

Esa misma noche, mi esposa y yo asistimos a una cena en honor de André Malraux, el gran escritor francés y ministro de Cultura en el gabinete del General De Gaulle.

-España -comentó el autor de La condición humana y antiguo combatiente por la República Española-, es un país esencialmente anarquista. Franco lo gobernó con mano de hierro: ahora, España revertirá a su naturaleza y vivirá un baño de sangre hasta que una mano dura la vuelva a gobernar.

Por fortuna, las apocalípticas previsiones de Malraux no se cumplieron. Y pocos hombres hicieron tanto para que España no volviese a caer ni en la dictadura ni en la anarquía como Felipe González, el joven político de la clandestinidad, que desde allí no sólo combatió a la dictadura como militante del Partido Socialista prohibido por el régimen, sino que comenzó a trabajar en favor de una transición post-franquista que evitase, precisamente, los malos augurios de André Malraux.

Felipe González, el dirigente del Partido Socialista Obrero Español que, ya en la transición, se sumó decisivamente al ejemplar esfuerzo político por establecer un acuerdo democrático en el que participasen las formaciones de toda la gama política, de derecha a izquierda, pero con el ánimo de servir al país y a la democracia, no a sus intereses partidistas. El rey Juan Carlos fue el gran mediador de todas las tendencias, y el resultado de estas negociaciones -los pactos de la Moncloa-, abrieron el camino a la España próspera y democrática que hoy nos enorgullece a todos los que hablamos español. Y somos cuatrocientos millones de hombres y mujeres hispanoparlantes en todo el mundo, Felipe, dispuestos a defender una democracia que consideramos nuestra y que, porque también es nuestra, no debe retroceder.

Felipe González, el presidente del gobierno español, que durante trece años enfrentó y resolvió el gran problema del post-franquismo: equiparar las estructuras políticas al desarrollo económico y social, adecuando las tres fuerzas -política, economía y sociedad-, a la Europa que se preparaba para dejar atrás tanto los simplismos maniqueos de la guerra fría como las fórmulas vencidas del llamado socialismo real al este del río Elba.

Felipe González, el gobernante español que animó el desarrollo del mercado interno de su patria, pero siempre acompañado de irrenunciables políticas sociales a favor del empleo, el salario, la producción, la educación y la salud: el gobierno de Felipe González demostró que la izquierda moderna puede satisfacer las demandas del crecimiento junto con las de la justicia, allí donde la derecha recalcitrante sólo contempla, sea la restauración de añejos privilegios, sea la exclusión pura y llana de las demandas sociales.

Felipe González, el estadista europeo que al integrar a España a la CEE, obtuvo para su país ventajas enormes a fin de equiparar cuanto antes los retrasos de la Península Ibérica en materia de comunicaciones, modernización de la planta industrial y capitalización, a los adelantos del occidente europeo. Además, al integrar a España a la OTAN, González inscribió a las fuerzas armadas en un esquema institucional de respeto a los poderes democráticos, exorcizando los demonios de la fallida intentona castrense del 23 de febrero de 1981.

Felipe González, el amigo de Latinoamérica, que, tanto en las Cumbres Iberoamericanas como en los foros multilaterales y en las relaciones bilaterales, convirtió a España en el puente natural de nuestra relación con la Comunidad Europea. En particular, el tono superior que el presidente González le dio a la relación entre España y México trascendió de una vez por todas la necia hispanofobia del pasado y nos hizo recordar la inmensa aportación de la España peregrina -los exiliados republicanos-, a las artes, la enseñanza, el derecho, la edición, el comercio y la industria de México. Nunca más podremos decir, como el febril personaje de Ignacio Solares, ``yo soy puro mexicano. No tengo nada de indio ni de español''.

Y Felipe González el lector, hecho no tan conocido, pero bien revelador de las personalidades del estadista, el gobernante y el militante político: con él se puede mantener una conversación ininterrumpida sobre literaturas recientes y remotas.

Como toda obra política, la suya fue imperfecta, tuvo altibajos y sufrió la usura del tiempo. Pero aunque el veredicto final de la historia esté aún pendiente, podemos asegurar, por todas las razones que aquí he evocado, que el saldo será más que positivo.

Sin embargo, yo siento que lo mejor de la tarea política de Felipe González está por delante de él y, por fortuna, de todos nosotros.

Por eso reservo para el final el sentido actual y futuro que para mí guarda la figura de Felipe González.

En él, en su pensamiento y en su acción, se anuncia ya los perfiles de un socialismo democrático para el siglo que viene. Un socialismo que no satanice ni a la empresa privada ni al Estado, sino que a ambos les de sus funciones propias y éstas se sostengan en el vigor y pluralidad de la sociedad civil, en la vida partidista y en el ejercicio efectivo y vigilante de la democracia.

América Latina, donde los estragos del estatismo excesivo por una parte, y del neoliberalismo salvaje, por la otra, han demostrado sus respectivas insuficiencias para atender la pavorosa miseria y desigualdad de un continente donde 197 millones de hombres y mujeres se encuentran sumidos en la pobreza, confía en las previsiones de una sociedad civil vigorosa que puede, como en la transición española, establecer un equilibrio justo entre las funciones del Estado y las de la empresa privada, mediante la actividad multiplicada del tercer sector y la atención preferente a los marginados.

Se trata de devolverle poder a la gente en un marco de atención a las prioridades del orden social: salud, educación, techo, trabajo, salarios, infraestructuras, derechos de la mujer, cuidado para la tercera edad, respeto a las minorías sexuales y a la libertad de expresión, protección a las etnias, combate al crimen, seguridad ciudadana, ataques a las causas de la pobreza.

Esta agenda que es y será no sólo la nuestra, la de México y la América Latina, sino la de España y la Comunidad Europea, tiene en Felipe González a un vigoroso y visionario vocero.

Por todos estos motivos, Gabriel García Márquez y yo le damos la más cordial bienvenida a esta cátedra universitaria tapatía en honor de Julio Cortázar, a Felipe González y a su distinguida esposa, Carmen Romero.