El pasado primero de mayo, mientras el Presidente, reunido a puerta cerrada con la cúpula de las organizaciones sindicales en el Auditorio Nacional, escuchaba las muestras de repudio de los trabajadores acarreados, dos sendas marchas obreras independientes convergían en el Zócalo de la capital escenificando en un acto ritual la gestación de una nueva organización sindical.
Como se dijo en la celebración oficial, el movimiento obrero mexicano ha sido parte de una alianza ``histórica'' con el Estado mexicano. Pero esta alianza pervirtió su sentido desde hace muchos años porque ha servido más para controlar las demandas y los votos de los trabajadores, que para promover sus reivindicaciones.
Los obreros mexicanos todavía sufren las prácticas de los sindicatos ``fantasmas'' que reciben el ``registro'' de las autoridades oficiales a fin de sustituir a cualquier intento de organización genuina que pretenda reivindicar sus derechos. Además, después de dos y medio sexenios de neoliberalismo, con una secuela de desempleo y empobrecimiento, el discurso gubernamental suena cada vez más vacío. (El salario mínimo perdió 69.6 por ciento en nueve años: La Jornada, 2 de mayo, p.19.)
No es de extrañar la rechifla al dirigente cetemista, Rodríguez Alcaine, cada vez que mencionó la recuperación económica en su discurso en el Auditorio Nacional.
En cambio, en el Zócalo se percibieron cambios positivos en la cultura política de los trabajadores mexicanos que abiertamente se han colocado fuera de esa ``alianza histórica''. La Coordinadora Intersindical Primero de Mayo y el Foro El Sindicalismo Ante la Nación, dos corrientes sindicales antes antagónicas, fueron capaces de ocupar el Zócalo por más de cuatro horas para realizar un mitin, intercambiando opiniones, expresando divergencias en un clima de respeto mutuo que abre la posibilidad para consolidar nuevas alianzas, sin la tutela del gobierno y sin el compromiso de un voto corporativo a favor de ningún partido.
Pero hay obstáculos que persisten; los foristas con influencia en sindicatos fuertes, como el de los telefonistas; el SUTIN, el STUNAM, los electricistas, los petroleros, los trabajadores del IMSS, entre otros, consideran que la Coordinadora es demasiado radical, está contaminada por la participación de organizaciones populares y por el clientelismo, y penetrada por los partidos políticos (de oposición). En cierto sentido tienen razón, dado que frente a un movimiento obrero enclavado en empresas estratégicas, los cientos de organizaciones sindicales independientes que pertenecen a pequeñas empresas y las organizaciones populares, podría resultar un lastre para promover sus propias demandas económicas. Por su parte, la Coordinadora ve como una limitación de los foristas la incapacidad para romper totalmente con el partido oficial, por lo que muchas veces desaprovechan el potencial de su fuerza.
Sin embargo, en un periodo de desestructuración política y económica como la que vive México hoy, y dado que las viejas estructuras de control obrero ya no gozan de legitimidad (como lo demuestra el abucheo a los dirigentes en un acto obrero tan selectivo como el celebrado en el Auditorio Nacional, con la presencia del Presidente de la República) habría que entender que una organización sindical democrática tendría una gran importancia, pero no debería significar suprimir la diversidad, sino imponer la decisión de la mayoría, respetando los derechos de las minorías.
Nunca debería volver a existir un movimiento obrero en el que los dirigentes comprometan el voto de sus agremiados, pero sí tendrían que formularse los proyectos sociales, políticos y económicos de los trabajadores, a fin de dar coherencia, dirección y sentido propio al movimiento obrero.