Si William Clinton llegó a México esta semana para imponer el pragmatismo monetario estadunidense, con un despliegue propagandístico inusual que incluyó trompetas y fanfarrias a su paso, Daniel Catán --el compositor operístico mexicano-- arribó a Nueva York la semana pasada sin estrategia publicitaria para ofrecer la magia mexicana musical a los estadunidenses y al mundo.
La influencia de la cultura hispana en Estados Unidos había sido tan profunda, tan variada y tan larga que ya no es noticia. Curiosamente en la ópera no existía un desarrollo semejante, situación más extraña aún si recordamos el número importante de cantantes hispanos de primer nivel internacional --como Plácido Domingo-- que han enriquecido el mundo de la ópera en los últimos años.
Tal era la situación cuando Catán estrenó --en 1994-- La hija de Rappaccini, en San Diego (California), convirtiéndose así en el primer compositor mexicano en presentar una ópera en Estados Unidos, con una compañía profesional. Aquella presentación fue decisiva pues logró que la crítica internacional empezara a hablar de una nueva voz en la ópera: ``un lenguaje musical sofisticado y elegante'' (Los Angeles Times), mientras que The Times (Londres) elogiaba su habilidad para escribir tanto para la voz como para el escenario. ``Habrá que escuchar la presentación de Florencia en el Amazonas en Houston en 1996'', declaró entonces la revista inglesa Opera.
El éxito de Catán ha resonado fuertemente y ha cambiado la actitud que tenían las casas de ópera, en Estados Unidos. El idioma español, rara vez escuchado en el mundo de la ópera, empieza a aparecer en las programaciones de las compañías más importantes, por ejemplo, la de Houston, Washington, Los Angeles, Seattle y más recientemente en la Manhattan School of Music que presento el mes pasado La hija de Rappaccini, en Nueva York. Con poesía de Octavio Paz, libreto de Juan Tovar y una hermosa escenografía y vestuario basados en la obra de Remedios Varo, la Manhattan School logró la presentación de una ópera mexicana con enorme dignidad que le valió el reconocimiento del público, del The New York Times y The New York Post por su audaz programación.
``El lenguaje musical de Catán es muy apropiado para tratar el simbolismo de la historia, una suerte de amalgama entre Respighi y Korngold en su etapa más decadente, con miradas a Bartok, a Britten y en su detalladísima orquestación a Ravel. Sin embargo, la partitura no suena de segunda mano. Más bien queda claro que Catán ha estudiado con profundidad a los grandes maestros y escribe extremadamente bien para la voz. La obra estuvo brillantemente dirigida y el diseño de la escenografía resultó claro y efectivo. La partitura estuvo dirigida magistralmente por Eduardo Díazmuñoz''. (Rodney Miles para The Times).
La crítica ha subrayado un elemento interesante en la orquestación de Rappaccini. ``De manera novedosa, Catán utilizó dos flautas de pico en diversas partes de la ópera. El efecto tiene el encanto de un embrujo. Sonidos suaves de madera en duetos memorables que dieron una nueva dimensión a la típica orquestación de una ópera''. (Pam-Dixon, The Daily Californian).
Las palabras de John Willett, en relación con el estreno de La hija de Rappaccini en Estados Unidos, adquieren un significado adicional: fue algo más que la presentación de una nueva ópera. Ha sido el triunfo de un compositor mexicano en un mundo operístico sin fronteras y de altísimo nivel que nos ilumina a todos los mexicanos.
Esta noticia no podía ser más bienvenida pues en estos tiempos, en que los medios de comunicación masiva han convertido lo hispano en una fuente inagotable de malas nuevas, llega Catán para recordarnos que lo hispano es también música, canto y magia.