Adolfo Sánchez Rebolledo
Las paradojas del pluralismo

Con las campañas electorales estamos viviendo una situación paradójica, por decir lo menos. Resulta que una mayor competencia partidista no significa, necesariamente, más participación ciudadana. La indiscutible e indispensable presencia de los medios, sobre todo electrónicos, tiende a suprimir el diálogo entre candidatos y ciudadanos, que se inclinan a convertirse en espectadores pasivos, o mejor, en consumidores cautivos de la mercadotecnia electoral, así ésta les ofrezca pura chatarra, simple basura política.

La campaña electoral, recurso obligado de la competencia democrática, se convierte entonces en un show (mal) montado por actores bisoños, para satisfacer las primarias necesidades de un público que tampoco quiere perder el tiempo escuchando fatigosas propuestas y programas abstractos. Los candidatos luchan por elevar el rating revelado cada mañana por el oráculo sagrado de las encuestas. Es la hora del mercado y sólo a él se le rinde pleitesía. Pero el primer resultado de esta súbita modernización de nuestra vida política es, sencillamente, lamentable. Ocurre que la enorme visibilidad actual de los candidatos no presupone que sus ideas (las que sean) se conozcan mejor. Hay mucho debate, sí, pero ahora sabemos demasiado sobre el historial (oscuro o no) de los candidatos, o sobre sus gustos, aficiones y debilidades pero poco, o mucho menos en comparación, sobre sus planteamientos políticos en las cuestiones de fondo.

Estamos aprendiendo rápidamente lo peor de la democracia norteamericana. El escándalo como sustituto del verdadero debate o a cada quien su whitewater. Pero es una ilusión y una gravísima debilidad. No hay que repetir aquí todo el rollo, pero es obvio que la transición depende, hoy como nunca, de las actitudes, vale decir, de la conducta pública de sus principales protagonistas. Sería infantil pedirle a los candidatos que renunciaran a la confrontación de posiciones en nombre de una imposible civilidad, pero sí se les debería exigir mayor seriedad para elevar el nivel general de dicha contienda, para subir las exigencias del debate, no para lanzarlo al pantano.

La presencia de los partidos en los medios de comunicación no puede reforzar la tentación, apenas oculta en las campañas, de disimular las preferencias políticas en aras de una pretendida ``neutralidad'' centrista. Creo que hay suficientes diferencias como para hacer que los electores reconozcan la verdadera pluralidad. No hace falta, por encima de esas diferencias, montar campañas que dañan, justamente, aquello que pretenden fortalecer.

Dicen que en el amor y en la guerra todo se vale, pero ¿se vale todo? Creo que no. No se vale la intolerancia que impide hablar a los candidatos que tienen derecho a buscar el voto; no se vale la persecución fascistoide de vidas privadas, no se vale el olfateo detectivesco que daña nombres y familias para ganar unos puntos en la encuesta, el uso y abuso del rumor y la calumnia, todos esos métodos, aun los que no tienen sanción legal, tendrían que desterrarse aquí y ahora si queremos que la democracia mexicana llegue a buen puerto y no a un despeñadero sin fondo.

Señores candidatos, confíen un poco más en la madurez de la gente. ¿Es mucho pedir?