La visita de Estado del presidente estadunidense William Clinton, concluida ayer, acaparó buena parte de la opinión pública nacional. Era lógico que así fuera, no sólo porque se trata del máximo representante de la mayor potencia económica, política y militar del planeta, sino porque la relación con el vecino país del norte tiene un enorme peso para el conjunto del acontecer nacional y ha sido, en consecuencia, el asunto más importante para la política exterior mexicana. Es pertinente, ahora que la visita ha terminado, iniciar la tarea de reflexionar sobre sus aspectos positivos y negativos.
En primer término, debe reconocerse que el viaje y los encuentros entre el visitante y el presidente Ernesto Zedillo marcaron un importante cambio en el tono que el equipo de gobierno estadunidense había venido empleando para referirse a México y, acaso también, en la percepción de Washington de los problemas comunes. Este cambio de lenguaje fue especialmente perceptible en las declaraciones del propio Clinton, de su esposa Hillary Rodham, de Madeleine Albright, Barry McCaffrey y Doris Meissner.
Por una parte, los visitantes estadunidenses hicieron reconocimientos a la sociedad y a la cultura de México y a las vastas aportaciones que la sociedad estadunidense ha recibido de los mexicanos y de los mexicano-estadunidenses. Estas afirmaciones son un deslinde necesario, por parte de los gobernantes estadunidenses, de las tendencias xenófobas y antimexicanas que permean a la sociedad de su país --y que se han traducido en leyes y medidas oficiales persecutorias y violatorias de los derechos de nuestros connacionales que emigran al país vecino en busca de trabajo--, y pueden capitalizarse para la necesaria defensa de los mexicanos en Estados Unidos. En lo inmediato, esta actitud positiva va acompañada, en los hechos, del compromiso estadunidense de proteger los derechos humanos de los migrantes y de la promesa de Clinton de gestionar una enmienda a la injusta reglamentación migratoria que recientemente entró en vigor en su país.
En otro terreno, los visitantes aceptaron que el elevado consumo de drogas en territorio estadunidense es un factor fundamental en el problema del narcotráfico. Esta admisión se retomó en la alianza binacional contra las drogas firmada por los presidentes de ambos países.
Si bien este nuevo marco de cooperación puede facilitar el camino para una distribución más equitativa de las responsabilidades de cada Estado en materia de combate a los enervantes, en la cual México ha llevado la peor parte, también implica un grado superior de involucramiento e interdependencia que no es necesariamente deseable, dadas las desiguales dimensiones y capacidades de los aparatos judiciales y policiales de las dos naciones.
Ilustrativo de esta preocupación es el convenio entre el Departamento de Justicia y la Procuraduría General de la República que estipula la participación estadunidense en la capacitación, equipamiento y diseño de mecanismos de selección de funcionarios de la entidad que reemplazará al Instituto Nacional de Combate a las Drogas, acuerdo que puede resultar lesivo para la soberanía mexicana y que deben examinar y debatir cuidadosamente el Poder Legislativo y la sociedad.
Por lo que se refiere a los acuerdos signados en la 14 Reunión Binacional, todos relacionados con la procuración de justicia y el combate a la delincuencia en ambos países, se trata de documentos cuya negociación se encontraba ya muy avanzada desde antes de la llegada de Clinton a México.
En cuanto a los lazos económicos entre ambas naciones, no hubo novedades ni diferendos por aclarar, cosa lógica si se consideran las grandes coincidencias de ambos gobiernos en este punto. De hecho, las finanzas y el comercio son, a pesar de todo, los aspectos más fluidos y menos conflictivos de la compleja relación bilateral.
Finalmente, es destacable la plausible decisión de Clinton de entrevistarse, con una actitud respetuosa y equidistante, con los dirigentes de las tres principales fuerzas políticas de México, gesto sin precedente que implica un reconocimiento de Washington a la pluralidad que caracteriza a la vida política mexicana del presente.
Debe reconocerse, en suma, que en los días pasados ambos gobiernos lograron avanzar en la solución de los puntos conflictivos y que el mexicano pudo sortear en buena medida la enorme asimetría económica y política que constituye el marco inevitable de las relaciones bilaterales.