La Jornada 8 de mayo de 1997

CA, abandonada tras la guerra fría, dijo el mexicano al visitante

Elena Gallegos Ť Mucho antes del mariachi y los concheros; de los chiles en nogada y los escamoles en Tlaxcala. Antes del asombro al pie de la Pirámide de la Luna y del rápido recorrido por la Calzada de los Muertos, efectuado bajo una fina llovizna que refrescó la tarde de Teotihuacán, Ernesto Zedillo y Bill Clinton hablaron de Centroamérica. Esa herida aún abierta. Esa asignatura pendiente.

-Nos preocupa Centroamérica. Ellos están sintiendo el olvido -entró en el tema el Presidente de México.

-A nosotros también -le contestó Clinton.

-Saben que fueron el último escenario de la guerra fría -Zedillo quiso ser explícito- y que una vez derrumbados los muros ya a nadie le importa lo que pase con sus pueblos.

A partir de los 60 -aunque el principio de todo se remonta décadas atrás- y sumando muertos, los paupérrimos países de Centroamérica saltaron a los grandes titulares de los diarios. En rápido flashback se suceden en la memoria los nombres de los dictadores, la aparición de los movimientos insurgentes, las accidentadas negociaciones de paz, la disputa de hegemonías.

Solos, los presidentes abordan el problema:

-Se acabó la guerra fría -continúo Zedillo-. Vino el olvido y ellos se quedaron con los saldos: las minas, las sociedades fracturadas, el duelo. Nos preocupa Centroamérica.

-Para Estados Unidos esa región es prioritaria -sostuvo Clinton. Esta misma noche, el presidente estadunidense llegará a San José de Costa Rica.

La jornada había empezado en el Auditorio Nacional. El diseño arquitectónico fascinó al visitante. ``What a magnificent hall!'', comentó Clinton, y Zedillo midió la reacción y bromeó: ``Y eso que no te traje precisamente al más grande''.

En el auditorio, para funcionarios, empresarios, juniors y yuppies, una videocinta que promueve al TLC. Tres personajes roban cámara: el poeta Octavio Paz, el magnate Bill Gates y la bella Salma Hayek.

¡Gracias a ti, güerito!

Pero antes de su partida, que se produjo a las 20 horas con 20 minutos, en Tlaxcala Clinton supo lo que son los encuentros multitudinarios en las plazas públicas y lo que es recibir el apapacho de cientos de hombres y mujeres morenos, quienes al escuchar sus ``mouchas grracias'' -a fin de cuentas expertos en el cachondeo- exclamaron: ``¡Gracias a tí, güerito!''

El sistema es el sistema. Pone a andar su maquinaria y así, el gobernador José Antonio Alvarez Lima llenó plazas y calles, se repartieron hasta la exageración banderitas y papel picado; distribuidos en bocacalles y plazoletas, mariachis, bandas, bailadores y cantantes, y se montó un espectáculo folclórico que puso de buen humor a los malencarados del Servicio Secreto.

Por supuesto que esta hermosa ciudad colonial estaba cubierta de militares y cuerpos especiales que asomaban por balcones y azoteas y multiplicaban retenes y arcos de seguridad... por si acaso. ¡Qué va! El gentío que aterrorizó a los G-men, se dio vuelo lanzando porras y aplausos.

El primero en arribar a la Plaza de Armas fue Ernesto Zedillo, acompañado de su esposa Nilda Patricia Velasco. Aguardó a su huésped estrechando la mano de los tlaxcaltecas que se amontonaban tras las vallas metálicas. ``¡Duro, México!'', ``¡Ze-di-llo, Ze-di-llo!''

Casi quince minutos después llegaron los Clinton. Con ellos, el enviado especial Thomas McLarty, y el portavoz de la Casa Blanca, Mike McCurry, entre otros, y un tropel de periodistas, camarógrafos y guardaespaldas como de película... gringa, but of course.

Frente a la plaza y dando la espalda al palacio municipal se montó el templete. No hubo cristales blindados. Quizá por eso la seguridad de la Casa Blanca hizo tanto aspaviento. Y como en todo mitin de plaza pública que se precie de serlo, vinieron los discursos. Alvarez Lima no se anduvo con rodeos: ``Esta bienvenida cálida y digna es para usted, señor presidente Zedillo, para que sienta la fuerza del pueblo cerca de usted''.

Agregó: ``También para que el señor presidente Clinton sepa que queremos relaciones amistosas, sinceras, maduras y de igual a igual''. Apenas un minuto le llevó leer su texto, pero fue suficiente para remachar por ahí: ``No puedo dejar de mencionar nuestra preocupación por los derechos humanos de nuestros paisanos en Estados Unidos''. Y es que Tlaxcala es zona expulsora de mano de obra.

``El respeto entre los países -remató- sólo se da con el respeto entre las personas.''

Después, Ernesto Zedillo se dirigió a la multitud que había celebrado con aplausos las palabras del gobernador. Les comentó que Clinton era un ``muy buen amigo de México''.

Contó que lo primero que hizo al llegar a Tlaxcala fue comprar los periódicos ``para ver cómo andaban las cosas'' respecto a esta visita. ``Uno de ellos dice: Tlaxcala, ombligo del mundo, y para que vea el señor presidente Clinton que aquí en Tlaxcala hablamos muy buen español y muy buen náhuatl, pero somos también políglotas en lenguas extranjeras, encontré otro periódico que titula: You are welcome, Bill.''

Y preguntó a la multitud si estaba de acuerdo con que el presidente estadunidense dirigiera un mensaje. Y esa multitud gritona y pachanguera aceptó: ``¡Sííí!''

``¡Buenos días, Tlaxcala!'', empezó Clinton en español. Nuevamente trajo a colación que aquí en México pasó su luna de miel con Hillary. Calificó el lugar como ``especialmente romántico'' y se alegró del cuidado de esta ciudad fundada hace casi 500 años. ``Debemos trabajar para conservar las cosas que queremos y cambiar las cosas que debemos'', dijo.

``¡Gracias, pueblo de México!'', cerró. Y ya se iban los presidentes a sus autos cuando la multitud exigió: ``Que se acerquen, que se acerquen'', y así lo hicieron y el Servicio Secreto se puso de cabeza. Pretendieron apropiarse del espacio y no dejaban moverse a los reporteros y camarógrafos mexicanos. Los molieron a aventones y codazos. El contacto de su presidente con esa masa contenida apenas por las vallas los enloqueció.

Entonces los hombres de logística de prensa de Los Pinos, Guillermo Ferrer, Mauricio Peters y Poncho, se interpusieron. El vocero presidencial, Carlos Almada, giró estricto la orden: ``Que no se maltrate ni se impida a los reporteros mexicanos cumplir con su trabajo''. Lo dijo en español y en inglés.

Los mandatarios no se daban tiempo para apretar manos. Les repartieron cartas y recibieron hasta la bendición de una anciana. Un chiquillo se coló al frente y le gritó a Zedillo: ``Presidente, hábleme por teléfono, ya tengo''. ``Pues dame el número'', le respondió. Ni tardo ni perezoso, el niño gritó: ``¡235-70!'' Siguieron los saludos, las porras, los aplausos; Clinton, pese a su lesión en el tendón, no daba muestras de cansancio. Quería más y más.

Así continuaron caminando. Cuál sería la sorpresa de Zedillo cuando el chiquillo se le volvió a aparecer y le lanzó: ``A que no me vas a hablar, Presidente''. ``Claro que sí'', prometió. ``Ejele, ya ni te acuerdas del número''. ``Cómo no -le respondió-, 235-70''. ``Híjoles -quedó atónito el niño-, mejor dame el tuyo.''

La comitiva se trasladó después a la plazoleta que se encuentra a unos metros de la catedral y el ex convento de San Francisco. Aquí se guardan como tesoros la primera pila bautismal y el primer púlpito traídos a tierra firme americana en el siglo XVI, y también un Cristo que la tradición oral sostiene perteneció a Hernán Cortés.

Ahí se montó un foro y la comitiva estadunidense disfrutó la Danza de los concheros, entre el humo del copal que salía de los braseros. Enseguida un muchachito de 12 años, con una envidiable voz, cantó con el mariachi: ``¡Viva México, viva América, oh, tierra bendita de Dios!'' Los Clinton palmeaban. El colmo fue cuando 170 niños, con sus caritas morenas y sus ojitos tristes, interpretaron el Cielito lindo.

Conocedor del efecto de las imágenes, profesional de lo que hace, Clinton tarareó: ``Ay-ay-ay-ay, canta y no llores, porque...'', y se puso un sombrero de paisano. Fue cuando uno de los tantos asesores que lo acompañan le aconsejó que subiera con los niños para darles las gracias.

Se pidió a los organizadores que cuando esto sucediera no se quitara el sonido a los micrófonos. Así fue. Zedillo y Clinton y sus esposas abrazaron a los niños. También se retrató con un sombrero de charro y agitó la mano, frente a las cámaras, al son de ``Guadalajara, Guadalajara''.

De ahí al convento donde se ofreció una comida. El menú: quince suculentos platillos de la mejor cocina mexicana. Huachinango a la veracruzana, lomito adobado de Jalisco, tamales oaxaqueños... Pero a la entrada del claustro, tres sacerdotes con sus albas blancas (especies de sotanas) lo esperaron para darle la bienvenida y para que les firmara el libro de personalidades.

Uno de ellos, el padre Francisco, se medio abría, a la altura del pecho, una y otra vez la sotana. Los SS se ponían nerviosos a cada movimiento del cura.

El sacerdote, que no sabía qué hacer con lo que ahí escondía, de plano le dijo a Zedillo: ``Oiga, Presidente, ¿qué hago con lo que traigo aquí?'' Zedillo lo miró extrañado: ``Aconséjeme -murmuró, al tiempo que le mostraba el objeto de su titubeo: su pasaporte-. ¿Usted cree que si se lo doy a Clinton para que me lo firme, podré tener más rápido mi visa?'' ``N'ombre'', se rió, y ordenó a alguien de la cancillería que lo ayudara en el trámite.

Atardecer en Teotihuacán

Intensa, la jornada continuó en Teotihuacán. El presidente Zedillo y su comitiva -un sonriente José Angel Gurría tuvo comentarios y salidas para todo. Ahí charla con un grupo de reporteros. Liébano Sáenz, que estuvo atareadísimo, se unió al grupo. El Presidente estaba feliz por la atmósfera que alcanzó la visita.

Una reseña de las reseñas le fue entregada por la mañana. Era tan gruesa como un diccionario: ``Le pregunté a Almada si eso podía llamarse síntesis informativa''. El aludido terció: ``Ni Gabo se hubiera atrevido'', en referencia a la polémica intervención de Gabriel García Márquez en Zacatecas.

Ernesto Zedillo habló de su extrañeza por las desproporcionadas respuestas a la espléndida intervención del premio Nobel: ``Si lo dijo en guasa. Yo pensé que alguien como García Márquez estaba más allá de todo esto. Imagínense yo como Presidente''.

A esas horas se supo que Clinton resintió dolores en la espalda. Eso no impidió que llegara a Teotihuacán y se parara frente a la Pirámide de la Luna, y que no obstante la llovizna recorriera la Calzada de los Muertos y preguntara a Enrique Nilda si aún continúa el saqueo de piezas arqueológicas.

Ahí, a un costado del colosal conjunto, los presidentes se despidieron. Zedillo viajó a un puerto del Pacífico donde esta noche cenó con Felipe González. Se comentó, entre los ecos de la visita, que fue por petición del ex jefe del gobierno español que Antonio Banderas fue invitado a la cena del martes en Palacio, lo que llenó de gusto a Clinton porque resulta que Melanie Griffith, su compañera, fue una de las más activas promotoras de su candidatura.

Una vez terminado el encuentro Zedillo-Clinton, los hombres de Los Pinos se aprestan ya a preparar otro. El del lunes con el presidente de Filipinas, Fidel Ramos, hombre clave en el final de la dictadura Marcos y gran admirador de Thalía (su telenovela María Mercedes fue un gran suceso en la isla):

-Liébano -le dijo el Presidente-, a la cena que le ofreceremos (al mandatario filipino) hay que invitarla.