Las ruinas del diario bosnio Oslobodenje serán monumento al periodismo tenaz
Blanche Petrich, enviada, Bilbao, País Vasco, 6 de mayo El cascarón de un edificio quemado en Sarajevo, que albergó al Oslobodenje, periódico bosnio que después de un bombardeo se mudó a un sótano y que rompió récord de constancia por nunca interrumpir su salida a la calle durante los largos días de guerra en la ex Yugoslavia, será erigido como un monumento, símbolo del valor y la tenacidad periodística, por la Federación Internacional de Periodistas (FIJ por sus siglas en francés).
A Gao Li, una periodista china que editaba un semanario sobre economía en Beijing, se le otorgó el premio de libertad de expresión que la UNESCO entrega cada 3 de mayo. Ella no estuvo en la verde Euskal Herria, sede de la Conferencia Mundial de la FIJ que se reúne bajo el lema de ``La hora de la tolerancia'', pues desde 1993 habita una celda, sentenciada a seis años de cárcel por entregar a periodistas extranjeros documentos considerados por su gobierno como ``secretos de Estado'', un caso que Human Rights Watch califica como de flagrante represión a la prensa libre.
El Internet, algo complicado para las comunidades tercermundistas que viven sin el beneficio de la electricidad, será la nueva carretera que conectará Chiapas (y el México indígena que quepa en la declaración de San Cristóbal de las Casas, Foro Indígena 1995) con Timor Oriental, según el acuerdo concretado aquí mismo por el representante del Frente Zapatista de Liberación Nacional (FZLN), Javier Elorriaga, mexicano a pesar de su adorable abuelo vizcaíno que reside en la aldea de Mundaka, con el Premio Nobel de la Paz de Timor Occidental, José Ramos Horta.
Periodistas ambos, Ramos Horta y Elorriaga sostuvieron una reunión bilateral, aunque no fuera minicumbre, porque no se trató de dos Nobel, como en principio lo anunciaron los entusiastas y solidarios vascos en un borrador inicial del programa.
Ramos Horta sí es Premio Nobel, símbolo de la resistencia de su pueblo contra el régimen de ocupación de Indonesia. Detrás de Ramos Horta, que ojalá pronto pudiera incorporar a México en su ocupado itinerario, hay un lapso de 22 años de guerra de independencia y un saldo de 200 mil muertos en este conflicto. Con amargura comparaba el Nobel los 32 años de guerra en Guatemala y sus 150 mil muertos de esa nación centroamericana.
Ramos Horta aspira a que cuando termine la ocupación indonesia en su país y Timor conquiste su independencia, él pueda volver a sus lides periodísticas y que el libro de records Guiness lo registre como el periodista menos objetivo del mundo. Elorriaga, el mexicano del FZLN, clama porque los periodistas no sean ``sólo periodistas'' sino ciudadanos cuando les toque, como le tocó a la sociedad mexicana en enero de 1994, detener la guerra.
Apenas fue un pequeño intercambio de ideas sobre el viejo dilema del periodista --ser o no ser neutral; ser o no ser ciudadano-- ante las desgarradoras realidades que nos toca conocer. Notable contrapunto a las posiciones de editores de diarios del Primer Mundo, en el olvidado léxico del Norte-Sur.
Buenos, malos y feos
No era la intención, pero el viejo dilema objetividad-subjetividad condicionó los debates y los diálogos entre periodistas, cruzados por la inevitable frontera Norte-Sur que, Muro de Berlín aparte, sigue dividiendo a la humanidad entre buenos, malos y feos. Mamadou Dieye, de la radio Sud Com senegalesa, lo dijo de manera más sencilla: entre ricos y pobres.
La periodista palestina de Al Hyatt, Ruba Husari, no necesita ser más explícita: en virtud de su ciudadanía no israelí no puede transitar por todo Jesusalén, mientras el periodista israelí, sin limitación alguna para transitar, reclama un compromiso contra el terrorismo palestino sin citar los niveles de ciudadanos de primera y segunda en su país.
El veterano colega peruano Roberto Mejía, promotor incansable de la única escuela de periodismo en Latinoamérica auspiciada por un sindicato del gremio, le empaña la victoria 14-4 a Alberto Fujimori en el desenlace de la crisis de los rehenes. La denuncia como barbarie. Exige la liberación de nueve periodistas peruanos que purgan penas sin juicio en su país.
Elorriaga presenta las conclusiones del Foro Indígena de San Cristóbal --las de ``aprender a escuchar para aprender a hablar''-- como fórmula para lograr un nuevo diálogo entre sociedades y medios de comunicación, para que los medios y los periodistas puedan transmitir no sólo información sino valores de una nueva cultura de democracia y comunidad.
Una periodista afrocaribeña que labora en Gran Bretaña se declara doblemente invisible, por negra y mujer; el argentino de Fatpren reclama que se ponga alto a la impunidad, así como esclarecer el caso Cabezas; un ruandés se pregunta: ¿es que sólo podremos conmover a la opinión pública con imágenes de nuestro horror y tragedia? El dueño de periódicos irlandeses responde pragmático: ``Esas imágenes venden''.
¿Sirve que el costarricense Francisco Barahona, de la Universidad de la Paz, sostenga desde la zona de la posguerra centroamericana que los periodistas pisan campo minado, que su función es ``informar con empatía''?
De varias regiones salta el reclamo de la infantería reporteril, no siempre representada en el podium. Es que los contenidos no dependen sólo de los periodistas, dirán. Los periodistas trabajan en empresas condicionadas por los intereses financieros, apunta una joven de Herzegovina, de donde se denuncia el ``abuso de manipulación'' de los medios que alimentaron el odio interracial.
Ricos o pobres
La refuerza Kindness Paradza, de la Unión de Periodistas de Zimbawe, quien plantea la raíz, en pesos o libras, del problema: Zimbawe es un país de mayoría negra. La mayor parte de sus periódicos son negros. El dinero es blanco. Las noticias pueden ser negras. ¿Quién alcanza la primera plana? Sólo un periódico tiene publicidad suficiente para un tiraje nacional y masivo. ¿Será el blanco, por causalidad?
Apenas dos días atrás, en Albania, hubo una matanza de 22 civiles. La noticia no alcanzó primera plana en los diarios albaneses porque dan voz a los grupos políticos en la contienda. Lo dice Armand Shkullaky, presidente de la Asociación de Periodistas de su país. Reclama que los periodistas que buscan en sus archivos razones étnicas para justificar el conflicto albanés no quieren ver que es una revuelta popular.
Ahí se mira la contradicción flagrante. Nadia Zucchino, editora asociada de Los Angeles Times, presenta a su periódico, una más de las jugosas empresas del consorcio Times Mirror, como un diario tolerante en una zona de América donde ``por fortuna no se practica la tortura''. Un periódico tan tolerante que emplea a periodistas que dominan varios idiomas, inclusive el español. Tan diverso que contrata en su redacción a miembros de las minorías.
No importa que California sea paradigma de la intolerancia ante la migración. Ella habla del tiraje de 4 millones de ejemplares de su diario. No puede explicar por qué, a pesar de tal influencia, crece la cultura xenofóbica; por qué la patrulla fronteriza golpea a los indocumentados; por qué hay una nueva legislación que excluye a los inmigrantes mexicanos.
Alan Crosbie, heredero por quinta generación de periódicos irlandeses y presidente de la Asociación de Editores de Diarios de Europa, describe el cambio de su país después de tres siglos de confrontación entre protestantes y católicos. Ahora, reconoce, en el llamado ``tigre celta'' por su potencial económico, las oleadas migratorias han cambiado el color de la población y el alto nivel de desempleo ha desatado una descarnada batalla en el mercado de trabajo. ``Prevenir una cultura de racismo es una forma de autopreservación''.
Desde la óptica de los dueños y/o editores, remata la jornada el español Miguel Angel Bastenier, de El País, abogando por un periodismo sin adjetivos, que no sea ni enfermero ni curandero, que ``ausculte a la comunidad, pero que no entable una relación de servidumbre con ella''. Le lloverían críticas de Latinoamérica, Africa y Asia.
En plena inauguración se mencionó la soga en casa del ahorcado, justamente en el discurso de José Ellorrieta, secretario general del sindicato vasco de mayor influencia, el ELA, anfitrión del encuentro que reunió a 150 periodistas de 70 naciones.
Elorrieta denunció ``la ligereza, el desconocimiento, la falta de profundidad y matices, el abuso de la apelación a los sentimientos más primarios, con que con frecuencia se tratan en medios de comunicación españoles temas que afectan a Euskadi''. Bastenier no recogió el guante.