En la nueva era de entendimiento, derroche de cortesía oficial
Elena Gallegos y David Aponte Ť La enorme plancha de la Plaza de la Constitución y los festivos portales que la bordean permanecieron desde el atardecer prácticamente sin un alma. Cerrados los accesos con vallas blancas y patrullas policiacas, sólo faltó el ``¿quién vive?'' para los despistados que se atrevieron a merodear por ahí.
Sobre las fachadas de tezontle y cantera de los edificios desde cuyos techos incontables miradas lo vigilaban todo, en foquitos multicolores, los escudos de México y Estados Unidos y un gran ``Bienvenido señor presidente Clinton y señora Hillary''. El primer cuadro fue ayer, casi todo, para los visitantes.
Los policías prácticamente arrearon a
los integrantes
del Frente Zapatista de Liberación Nacional (FZLN)
fuera del perímetro de la embajada de Estados Unidos.
Foto:
Francisco Olvera
Fecha del esperado encuentro y derroche de cortesías. Para Clinton, ``el amigo de México'', un magnífico desfile militar que vio tras el grueso cristal de la cabina blindada que se montó en el Campo Marte para su seguridad.
Todo iba a pedir de boca. Era la culminación de largos, eternos días de negociación, cabildeos y ensayos entre los equipos de logística de las dos casas presidenciales.
Los himnos. Las salvas. Los discursos. Un pequeño sobresalto. El viento que llegó del norte echó al suelo una de las tres banderas de México colocadas en el templete blindado a espaldas de los presidentes y sus esposas. ¡Que no sea un mal augurio!, cruzaban los dedos los organizadores. No lo fue. La agenda se desahogó tal y como estaba previsto. Algunos retrasos, pero esto debido a que los mandatarios prolongaron sus charlas en privado.
Pero esta mañana, en el Campo Marte y de acuerdo con el protocolo, el comandante del Desfile de Honor, Tomás Aguirre Cervantes, caminó marcial hacia los presidentes. Se dirigió a Ernesto Zedillo. Le dijo: ``Solicito autorización para comenzar el desfile en honor del excelentísimo presidente de los Estados Unidos, William J...'', un lapsus. Nunca pudo recordar el apellido.
Tres compañías de los Heroicos Colegios Militar, Naval y del Aire, marcharon gallardas a lo largo y ancho del Campo Marte. El espectáculo no pudo haber sido mejor.
Luego, el saludo a los escolares. Junto al presidente Clinton, que hacía gala de su gran condición de atleta para sostenerse en las muletas y apretar manos que se le ofrecían, un sonriente, feliz, Ernesto Zedillo.
De ahí, a la residencia oficial de Los Pinos. Larga conversación privada. En salones y jardines donde ambos presidentes continuarían su agenda de trabajo, una discreta pero férrea lucha por el mando. Los generales del Estado Mayor Presidencial siempre marcando límites a los miembros del Servicio Secreto, que querían meter la nariz en todo.
La situación hizo que alguien trajera a colación una anécdota de hace 35 años, cuando John F. Kennedy vino a México. Entonces, uno de los G-Men estuvo a punto de maltratar, por simple ignorancia, a doña Eva Sámano de López Mateos. Ni más ni menos. Un oficial del Estado Mayor Presidencial de apellido Ramos Cabañas se le fue encima. Hasta disculpas diplomáticas hubo.
Ayer no pasaron. Siempre cordiales, los generales los mantuvieron a raya. Sólo en el Altar a la Patria, los del Servicio Secreto asumieron atribuciones que no les correspondían. Sin mediar palabra y aunque los asistentes ya habían pasado los controles de la seguridad mexicana, los G-Men se dieron a la tarea de esculcar a cuantos periodistas se les ponían enfrente.
EU restaña heridas de guerra
Fecha del esperado encuentro. En el salón López Mateos de Los Pinos, presidentes y comitivas anunciaron acuerdos y propósitos en ésta que, en el discurso oficial, ha sido bautizada como la era del nuevo entendimiento. En los rostros de ambos lados de la mesa --el mexicano y el estadunidense--, no había sino gestos complacidos. En corto, se dice, se comenta, se expande: ``Estamos rebasando todas las expectativas''.
Del salón, a los jardines. Firma de acuerdos y declaraciones. Diez preguntas para los presidentes. Cinco del lado mexicano, cinco del estadunidense. Se daba por terminado el intercambio, pero faltaba una del lado de los visitantes; sonriente Bill Clinton protestó: ¡equal time! y enseguida concedió una última pregunta a una reportera de su país. Drogas, migración, libre comercio, extradición, fueron los temas de la conferencia.
Saltaron otros, inesperados: ¿A qué atribuye las contradicciones en los testimonios de la señora Clinton en el caso Whitewater? La respuesta fue corta. Un signo de enojo: ``Llevan años viéndolo y no lo pueden entender. No puedo ayudarlos'', refutó Clinton.
Después un acuciante: ``¿Su visita al Monumento a los Héroes Niños --que se produjo unos momentos después--, significa una disculpa por las acciones de las fuerzas armadas de los Estados Unidos?''.
Entonces Clinton se acodó en el atril y se dio tiempo para una amplia respuesta. Primero evocó a Harry S. Truman. En marzo de 1947 se convirtió en el primer y único presidente estadunidense que acudió a rendir homenaje a los Héroes Niños mexicanos, pese a la oposición de sus asesores más cercanos.
Ayer al mediodía, bajo el ardiente sol que abrasó a la ciudad, Bill Clinton acompañado por su anfitrión, el presidente Zedillo, se paró frente al pedestal del Altar a la Patria, inclinó la cabeza y homenajeó a los muchachos que murieron frente a las tropas invasoras de Estados Unidos.
``Estamos tratando --había dicho en la conferencia de prensa-- de cerrar las heridas de la guerra con aquellas naciones con las cuales hemos librado batallas, incluso en épocas recientes. Voy por respeto no sólo a sus vidas, sino a su patriotismo y a su integridad. Es importante, si Estados Unidos quiere ser el líder del mundo, que respetemos a nuestros amigos y vecinos, a los países de todo el orbe y que honremos sus símbolos de honor nacional. ¡Es un orgullo para mí poder hacerlo!''.
Y lo hizo. Al pie de la columna levantada en memoria de los Niños Héroes, en Chapultepec, una corona de flores con la bandera de Estados Unidos, lució en el primer día del esperado encuentro.
Cena en Palacio: Gabo, Fuentes, Banderas y una fila de admiradoras
Sólo con invitación en mano a la cena de gala ofrecida en el Patio de Honor de Palacio Nacional, los 600 comensales que departirían con los presidentes de México y Estados Unidos, pudieron franquear barreras y retenes.
Admirador --según confesó después-- de Rivera, Siqueiros y Orozco, Clinton recorrió los frescos de Diego que describen la epopeya mexicana: de la vida prehispánica a la conquista y la Independencia hasta llegar a la Revolución. El muralismo mexicano recibió del visitante elogios de conocedor. No sólo eso, guiados por el presidente Zedillo y su esposa Nilda Patricia, los Clinton se estremecieron por todo lo que, tras los muros del palacio, sintetiza esta historia prehispánica y mestiza. Fueron incluso al majestuoso recinto que dio cabida a los congresistas que promulgaron la Constitución de 1857.
Mientras tanto, en las mesas dispuestas para los invitados especiales se codeaban funcionarios, empresarios, intelectuales, actores, cantantes y lo más granado de la sociedad. Invitados especiales lo fueron Carlos Fuentes --``la frontera entre Estados Unidos y México no es una línea divisoria, sino una gran cicatriz'', lo parafrasearon algunos a lo largo del día--, Gabriel García Márquez y José Luis Cuevas, entre otros.
De hecho, la mesa que concentró atenciones y flashazos fue la ocupada por los escritores. Pero no sólo por ellos. Es que ahí estaba también Antonio Banderas. ¡Guau!, descubrieron las mujeres de políticos y empresarios y pese a que Melanie Griffith se encontraba a su lado, ellas con sus collares de perlas, sus pendientes y sus zorros, hicieron fila, menú en mano, para obtener el deseado autógrafo.
Fecha del esperado encuentro. Evocaciones a la relación epistolar de los presidentes Benito Juárez y Abraham Lincoln, como lección del pasado.
Pero anoche, copa de champaña en mano y sonrisas que les llenaban la cara, los presidentes de México y Estados Unidos, Ernesto Zedillo y Bill Clinton, brindaron por el presente y el futuro de sus pueblos.