¿Cuáles son los verdaderos objetivos del viaje a México del presidente William Clinton y nada menos que nueve secretarios del gobierno de Estados Unidos? Una visita oficial de esta envergadura presupone que está en juego una serie de metas estratégicas que se desea alcanzar a corto o mediano plazos. En el plano político, el objetivo inmediato consiste en darle mayor visibilidad a Clinton en América Latina, una región del mundo que había descuidado en los últimos cuatro años de su gobierno. No menos importante es la proyección hemisférica de las nuevas líneas regionales de la política de seguridad nacional de Estados Unidos, abriendo paso para diversas concesiones militares y policiales por parte de los países latinoamericanos, con énfasis en el inmenso problema del narcotráfico.
Pero, además, está en cuestión una serie de estrategias económicas, tanto en esta visita de Clinton a México como en los viajes previstos a otras naciones del subcontinente. La más publicitada es el deseo de extender el Tratado de Libre Comercio de Norteamérica, creando una gran zona de libre comercio en todo el hemisferio. Ello obedece al viejo afán de Estados Unidos de afirmar una hegemonía comercial en la región, reduciendo aranceles para facilitar una entrada preferencial para los productos de la industria estadunidense. No obstante, esta estrategia librecambista enfrenta numerosos obstáculos políticos en el corto plazo.
Sin duda las más interesadas en promover pactos comerciales hemisféricos son las grandes corporaciones estadunidenses, que desean asegurar la consolidación de sus cadenas productivas y comerciales transnacionales. Asimismo, extender los éxitos que han alcanzado en el caso de México a las zonas del Caribe, Centroamérica y Sudamérica con miras, a largo plazo, de asegurar la creación de un gran bloque regional donde puedan operar con ciertas ventajas con respecto de sus rivales: las grandes compañías europeas y japoneses. No obstante, en el Mercosur, dinámico pacto regional que une a Brasil, Argentina, Uruguay, Paraguay y pronto a Chile, factores económicos y políticos hacen improbable la ratificación de acuerdos comerciales tan amplios como los alcanzados con México.
Pero la promoción del comercio no es el único fundamento de la estrategia económica que está esbozando la segunda administración de Clinton para América Latina. También ejercerá en ella una influencia fundamental el nuevo auge de préstamos para la región. De hecho, en 1996 se experimentó una intensificación notable del endeudamiento, ya que se contrataron más de 70 mil millones de dólares en nueva deuda latinoamericana a mediano y largo plazos, sin contabilizar la deuda comercial y bancaria a corto plazo, mucho más difícil de estimar. La mayoría de estos créditos fueron otorgados a grandes empresas latinoamericanas, aunque la mayor emisión de bonos fue aquella realizada por la banca Morgan para el gobierno de México por 6 mil millones de dólares, para cancelar la deuda con el Tesoro de Estados Unidos. De nuevo, aquí se perfila un problema para el gobierno de Clinton y para los países latinoamericanos, ya que el nuevo ciclo de endeudamiento presenta claros riesgos en tanto la rapidez de los movimientos financieros pueden echar al traste a estrategias políticas poco previsoras.