El rechazo al partido conservador fue contundente. Después de esperar casi 20 años para apreciar una mejoría real en su calidad de vida, los sectores mayoritarios del electorado inglés echaron del poder a los Tories. Los correligionarios de la templada Thatcher y luego del atildado y sonriente John Major, cumplieron, durante todo el tiempo que estuvieron al frente del gobierno, sólo una parte de la ecuación: recomponer la maltrecha economía británica. Pero fueron incapaces de retribuirle al pueblo los sacrificios hechos para lograrlo. La riqueza generada se fue acumulando en la cúspide de la pirámide para no bajar de ella tal y como había sido prometido. Los ingresos de los mejor situados, una pequeña parte de la población, crecieron en un muy aceptable 65 por ciento. En cambio, los de abajo, los muchos, sólo recibieron un solitario y quejumbroso 1 por ciento de incremento. Esa drástica diferencia se convirtió en votos por el cambio.
Hace ya casi dos décadas, cuando Margaret Thatcher llegó al número diez de la calle Downing, se lió en tremendos forcejeos con los anquilosados sindicatos que maniataban la planta productiva de Inglaterra.
Salió triunfante de tan severa prueba. Las prerrogativas de mineros, acereros, burócratas y demás agrupamientos de trabajadores, acumuladas por largos años de negociaciones con los laboristas, fueron suprimidas sin contemplaciones. Similar despliegue de fuerza y carácter empleó la señora ministra para adelgazar al obeso gobierno que ella representaba. Las privatizaciones fueron exitosas en términos financieros y los malos presagios de errores fatales no se materializaron.
Todo se vendió al mejor postor. Poco importó que fueran agentes nacionales o extranjeros. El caso de la telefónica inglesa fue ejemplar. Pasó a manos de los japoneses a pesar de los pruritos y temores alegados en contra de tal medida. El mercado de valores de ese país tuvo la profundidad requerida para absorber grandes paquetes accionarios de las empresas públicas y, por esa vía, se consumó la mayor parte de las ventas. Los resultados bien pueden ser apreciados a la distancia. La Thatcher puso así los cimientos del modelo neoliberal que se extendió por el mundo entero. La administración de Major no hizo otra cosa que continuar los lineamentos establecidos por su mentora. Si acaso le añadió los matices de europeísmo que, en mucho, siguen siendo motivo de fuertes disidencias internas. De esta manera, el aparato productivo inglés pasó a ser de los mejores de Europa. Gozan de una bajísima inflación, casi nulo desempleo y un crecimiento aceptable del PIB. Una adecuada mezcla con la que enfrentar las elecciones.
¿Qué pasó, entonces? Por que perdieron tan drásticamente los conservadores? La razón se debe buscar en la justicia distributiva que se refleja, con precisión, en los ingresos personales. La cuestión social incumplida fue el lastre del modelo. Una magnífica enseñanza donde se deben ver reflejadas las actuales tribulaciones de los priístas y sus capitanes neoliberales en vísperas del inamovible 6 de julio venidero.
La campaña desplegada desde la Presidencia, con el mismo doctor Zedillo a la cabeza, para empatar la eficacia futura de su gobierno con la mayoría priísta en la Cámara, refleja una angustia implícita que en mucho está equivocada en sus razones y consecuencias. Lo cierto es que el descalabro del sistema establecido en las urnas tiene mucho de factible, no sólo en el caso del DF sino a nivel nacional. Pero quizá la mejor garantía de prevalencia del modelo, al menos en sus líneas básicas, estribe en una mayor pluralidad en la Cámara. Tal vez la pérdida de la mayoría priísta garantice mejor el desenvolvimiento futuro de la economía. El aparato productivo nacional requiere de ajustes varios en sus numerosas partes defectuosas. Hacerlo sólo será posible mediante la presión opositora y la necesaria negociación, forzado camino al perderse la mayoría. De no lograr una composición distinta de fuerzas, las inercias del sistema establecido endurecerán las actuales tendencias hacia una defectuosa distribución del ingreso y la concomitante debilidad del mercado interno. Tal y como ha ido desarrollándose el modelo implantado en México durante los últimos 14 años y las mutaciones en el talante de la sociedad, los resultados apuntan hacia un fuerte revés electoral del oficialismo. Las palancas que mueven a la oposición coinciden con las motivaciones inglesas: la cuestión social deficitaria. Aquí agravadas con múltiples escándalos, improvisaciones y varias torpezas de corte autoritario.