Así como deben requerirse altas dosis de ceguera para afirmar que todo lo hecho por Castro es correcto, se necesita ser sordo para ignorar los flagrantes errores cometidos por el líder cubano. No analizo, por incapacidad y porque no es la idea central de este escrito, ni las virtudes ni los tropiezos de la Revolución Cubana; la historia se encargará de seguir escribiendo nuevos juicios. En cambio, considero oportuno reflexionar sobre lo que ha sucedido con la salud en Cuba a partir del endurecimiento de la política estadunidense. Equivocado, hacer del silencio complicidad.
A pesar del añejo embargo impuesto por Estados Unidos desde hace más de treinta años, la salud promedio de la mayoría de los cubanos era envidiable. Esto era así porque se practica, sobre todo, la medicina idónea. Aquélla que se dedica a prevenir en vez de curar. Sorprendía a propios y extraños escuchar que la mortalidad infantil era mucho menor en Cuba que en Boston. Asombraba también porque mientras en Estados Unidos, acorde con datos recientes, 38 millones de ciudadanos carecen de seguro médico, en la Isla el sistema de salud protege a la casi totalidad de sus habitantes. Sin embargo, desde 1992, tras la introducción de la Cuban Democracy Act, pero sobre todo desde marzo de 1996 cuando se legisló la Ley Helms-Burton, la salud de los cubanos está amenazada.
La pregunta inevitable se resume así: ¿pueden las políticas económicas o de castigo usarse para mermar la salud de uno de los países en conflicto? Si bien no existe guerra de facto entre ambas naciones, la serie de restricciones impuestas por los estadunidenses es una guerra sucia, disfrazada. Baste decir que la gran mayoría de las compañías farmaceúticas en el mundo y las productoras de equipos médicos tiene ``algo que ver'' con Estados Unidos, y que de 265 nuevos medicamentos creados en todo el orbe entre 1970 y 1992, 120 son de origen estadunidense. Por si no fuera suficiente prohibir a las compañías norteamericanas comerciar con Cuba, la aplicación de la ley alargó sus brazos y apretó la soga. Se sancionaría a cualquier nación que venda productos médicos a los cubanos y, aquellos barcos que hayan parado en la Isla tienen prohibido atracar en Estados Unidos por seis meses. Igual suerte corren las personas que hayan comerciado con el régimen de Castro: les es vedada la entrada a la nación norteña. En este entramado, la política estadunidense de no medicinas, no alimentos y condena a quien negocie con cubanos ha adquirido una extraña dualidad epidémica.
La primera es obvia: entre 1994 y 1995, al menos 50 mil habitantes --de un total de 11 millones-- sufrieron una enfermedad caracterizada por neuropatía óptica, sordera, pérdida de la sensibilidad y dolor en las extremidades, así como alteraciones en la médula espinal que impedían el control de la marcha y de la vejiga. Se considera que por motivos de mala nutrición, ésta es la peor epidemia del siglo en cuanto a enfermedades neurológicas se refiere. La segunda epidemia es tan amoral como la primera pero más inhumana por sus tintes, amenazas y extraterritorialidad. Todo aquel que comercie con los cubanos será denostado, descalificado e incluso castigado. No recuerdo en la historia reciente otros ejemplos de ``epidemias políticas'' tan devastadoras y peculiares como a la que hoy acudimos. Difiero con Saramago cuando escribe en Ensayo sobre la ceguera, que ``en una epidemia no hay culpables, todos son víctimas''. En el caso en cuestión sí hay responsabilidad: el silencio y complicidad que avalan el embargo.
¿Es o no amoral dañar la salud de seres humanos por diferencias políticas? ¿Puede aceptarse el argumento de que ``lo que se pretende es castigar al régimen de Castro, no a los cubanos''? En noviembre de 1996 la Asamblea General de las Naciones Unidas y el Papa, durante la apertura de la Conferencia Mundial sobre Alimentación condenaron el embargo. Se dijo que no era lícito utilizar esas medidas para causar hambre y sufrimiento a seres inocentes.
No hay duda que la situación emanada por el recrudecimiento del embargo es peculiar. Son muchas las formas de la guerra. Las obvias generan suficientes opiniones a través de la mass media y el lego es responsable o no de adquirir alguna posición. Hay otro tipo de batallas que afloran poco o subliminalmente y por ende la información y las voces de protesta son insuficientes. Tal fue el caso de la ceguera de Castro ante los homosexuales y tal es la sui generis ``epidemia estadunidense''. Política aparte, y tan sólo recargándonos en el punto de vista humano, el embargo médico y de alimentos es amoral.