La Jornada 7 de mayo de 1997

VISITA CONTRASTADA

La visita de Estado a nuestro país del presidente estadunidense, William Clinton, ha transcurrido en un ambiente de cordialidad y entendimiento y el buen desempeño diplomático de ambos gobiernos ha permitido reducir las tensiones acumuladas en la

relación bilateral de ambos países y avanzar en la solución de algunos de los puntos conflictivos de la agenda binacional. Cabe felicitarse por ello, así como por los atinados gestos del mandatario extranjero, en particular su visita al Monumento a los Niños Héroes, así como por su reconocimiento de que el vasto consumo de drogas en su país es un aspecto central del problema del narcotráfico.

Por desgracia, estos hechos positivos se ven opacados por los excesos, los errores, los abusos y las agresiones contra la población capitalina cometidos en el marco de los operativos efectuados para garantizar la seguridad del presidente huésped. Ciertamente, dada la relevancia política del jefe de la Casa Blanca, y ante los enconos que suscita en numerosos puntos del planeta la política exterior estadunidense, era esperable y entendible que uno de los aspectos más visibles de la presencia de Clinton en la capital mexicana fuera el de las medidas de vigilancia.

Pero para cumplir la indeclinable responsabilidad de minimizar los riesgos de una agresión a Clinton y a su comitiva no eran necesarias las agresiones físicas a la población por parte de las fuerzas del orden de nuestro país y en las que también participaron los elementos de seguridad de Estados Unidos, las violaciones a las garantías individuales y el caos urbano creado en los dos primeros días de esta semana por las propias autoridades.

Los ataques a las libertades de expresión, manifestación y libre tránsito, los golpes, las acciones intimidatorias y las detenciones extrajudi- ciales de ciudadanos por efectivos policiacos, el cerco policial de zonas enteras de la ciudad, el retiro de importantes arterias de comerciantes ambulantes, niños de la calle e indigentes, los cierres de vías indispensables para el funcionamiento urbano y de estaciones del metro vitales para el transporte de los capitalinos --con el agravante de que tales acciones no fueron anunciadas con antelación--, así como el accionar de agentes de seguridad estadunidenses mucho más allá del entorno de Clinton, representan un deplorable contrapunto a la cordialidad y la distensión en que han transcurrido los contactos en las esferas oficiales.

La improcedencia de tales acciones es evidenciada por el hecho de que el propio mandatario visitante había anticipado, en vísperas de su viaje, la posibilidad de observar en México manifestaciones de rechazo a su gobierno --porque incluso en Washington se reconoce la existencia, en la sociedad mexicana, de un hondo malestar por recientes medidas gubernamentales estadunidenses en agravio de nuestro país y de nuestros connacionales--, y había restado importancia y trascendencia a tal escenario.

El gobierno capitalino y las otras dependencias públicas que han participado en la implantación de esta suerte de estado de sitio en importantes zonas de la capital deben revisar cuidadosamente los abusos cometidos por muchos de sus efectivos en estos días y, por supuesto, dejar en inmediata libertad a los ciudadanos capturados de manera ilegal.

Finalmente, no deja de resultar paradójico que, en el afán por minimizar los riesgos del mandatario visitante, y en el espíritu de ahorrarle la visión de cualquier expresión de protesta o de cualquier escena de pobreza o de miseria que pudiera resultarle desagradable, el poder público de nuestro país haya mostrado ante la sociedad mexicana, en cambio, una preocupante faceta autoritaria y antidemocrática.