Boris Gerson
La caballa norteña

Ceteris Paribus: En ocasión de su próxima visita a México, al presidente Clinton habria que recordarle que si cambian las circunstancias, cambian los compromisos. Esto alude a compromisos contraídos entre México, Estados Unidos y Canadá al suscribir el TLC, que pretendieran armar puentes basados en acuerdos comerciales y consensos sociales en torno a temas del medio ambiente, asuntos laborales y relaciones bilaterales, que no han logrado hasta ahora articular una relación franca de apoyo y cooperación entre los tres países. De hecho la anunciación de una nueva era de superación económica regional; de disminución de acendrados nacionalismos y divisiones internas, ha sido diferida por el rechazo colectivo a la idea de la globalización en amplias capas sociales de las sociedades mexicanas, norteamericana y canadiense.

Desde México, se mira un convidado a la mesa obligada a convencer a su interlocutor que tiene derecho natural al mismo peso relativo de discurso y acción, pues se le mira como a un enfant terrible. El Dios blanco, ascético, sajón y guiado por la preeminencia del savoir faire pecuniario, se erige como certificador de los esfuerzos de México en la lucha contra el narcotráfico, como monitor de políticas macroeconómicas que han destruído la vida de muchos mexicanos, como árbitro de la contaminación al medio ambiente, como juzgador del modo en que en México se respetan los derechos humanos, como autor coadjutor del fuego fatuo de litigios comerciales.

En todas estas instancias el rechazo a México, olfatea el estado de ánimo de las masas norteamericanas. En ningún sitio esto es más claro y visible que en las nuevas leyes de inmigración, a raíz de las cuales la televisión de Estados Unidos transmite imágenes de mexicanos esposados y atrapados en la frontera, arrastrados como perros, mostrando una dimensión subhumana atribuída a nuestro ser nacional. La contradicción esencial de la nueva ley radica en su propia inefectividad, en la medida en que el hombre y el desempleo en el país de origen y la demanda de empleo en el país de destino; amén de la bravura trashumante de los mexicanos seguirá traspasando cualquier frontera. Es imposible que el gobierno de ese país ignore que gasta el dinero inutilmente. La implementación logística de las nuevas medidas, involucra cuantiosos recursos adminisgtrativos, propagandísticos y represivos. El gobierno es consciente de estar representando una parodia teatral, por que satisface las fantasias de un electorado incómodo ante la cre ciente hispanización de Norteamérica, perfilando en torno a esta problemática uno de los principales temas para la agenda política de las elecciones presidenciales del año 2000. Si el gobierno norteamericano estuviera en verdad interesado en detener los flujos migratorios, crearía un fondo de créditos blandos para México y sus vecinos centroamericanos, destinados a la adquisición de maquinaria, con el fin de potenciar la industrialización del sur. No es una utopía suponer que se va a acabar esta pesadilla cuando el gasto en represión burocrática y policial se traslade a empleo. La utopía es pensar que esto pueda ocurrir. O suponer que los mexicanos estamos ansiosos de emigrar al norte, cuando para andar sin plata, cualquier domingo resulta más corto en México que en Estados Unidos.

De este modo, en ocasión de la visita de Clinton a México habría que recordar que el lobo debe despojarse de su piel de cordero. La caballa del norte no está reconciliada con la idea de tratar con un igual o de abandonar su secuencia interminable de happy endings. En estas circunstancias lejos de incidir sobre este momento de oportunidad, el gobierno norteamericano ha actualizado viejas heridas que no se olvidan ante cda osamenta de un compatriota sembrada en los desiertos fronterizos. Por todo esto es necesario que la caballa norteña suelte la montura y comprenda como ha contribuído a hacer girones estas tierras. Es urgente que pongan un freno a las atalayas y a los institutos lingüísticos de verano, que con sus sectas evangélicas sembradas en el sureste mexicano han polarizado y fragmentado a las sociedades campesinas.

En ese país en dónde Mark Twain observó hace cien años que no hay nada más viejo que el hábito de llamar a todo nuevo, es necesario que el gobierno vigile los derechos humanos que viola, los carteles e hipocresías que encubre con las horcas caudinas de su doble moral y con el apetito voraz de una bestia xenofóbica que no sabe con qué se come América Latina.