Carlos Castillo cambió la táctica con la que comenzó su campaña y se decidió por el ataque que, según afirman los que presumen saber mucho de pleitos y juegos de ajedrez, es la mejor defensa. Abandonó su tono doctoral y forzadamente académico y entró al cambio de golpes con sus contrincantes. Está bien para él; pretende librar su propia cabeza y la imagen de su partido del sambenito salinista del que tanto se ufanaron durante seis años y del que hoy quisieran olvidarse.
Carlos quisiera olvidar a Carlos; pero no es tan fácil. Seis años de repetir a quienes quisieron oírlos, que el programa económico salinista era el de ellos; seis años de votar en favor de las leyes del Ejecutivo les dejó una marca de fuego. Y en este afán de defensa-ataque, al tratar de olvidar al Carlos de Dublín, que según reconoce el de Mérida les abrió camino, y al tratar de que todos olviden la espinosa relación, olvidan también, de paso, datos y hechos. Como a todos nos suele suceder, se cambian sin querer las cosas que nos desagradan; Baudelaire ya lo dijo en un célebre dístico: ``cómo inmarchitable amor, recordarte sin mentir''.
Y así, tratando de olvidar el amor salinista, pero teniendo que enfrentar los incómodos recuerdos traídos a destiempo por las reiteradas preguntas de periodistas, de estudiantes, de simples ciudadanos en los mercados, en las calles, en las entrevistas y los actos de campaña, a Carlos le flaquea la memoria y surgen mecanismos psicológicos de defensa. Así, al querer explicar a la revista Proceso cómo estuvo eso de las concertaciones del PAN con Salinas, que impropiamente llaman algunos concertacesiones, dijo que la primera de ellas fue en Zamora, Michoacán, siendo gobernador Cuauhtémoc Cárdenas: ``Fuimos --dice como la mosca que iba arando-- a ver a Cárdenas y le dijimos, aquí está esto: un fraude, y Cárdenas derrumbó una legalidad falsa y le dio el ayuntamiento de Zamora al PAN''.
Ayudo a la memoria Carlos el de aquí, en su afán de olvidar a Carlos el de allá. Fuimos, es cierto, el presidente del PAN Abel Vicencio y yo; le dejamos al gobernador Cárdenas las pruebas del triunfo panista, copias de actas que se quedaron en sus manos. A la semana que volvimos, el gobernador nos devolvió los documentos, reconoció que la planilla priísta no tenía mayoría y nos echó a nosotros el torito: ``Ustedes son abogados --nos dijo--, díganme cómo le hacemos''. Encontramos en la ley municipal la solución; los aparentes y falsos ganadores no se presentaron a asumir su cargo, se nombró entonces un consejo municipal integrado por los que sí tenían mayoría, que eran los panistas, y éstos gobernaron tres años en buena armonía con el gobernador y recibiendo siempre a tiempo sus participaciones económicas.
Fue un acto de justicia, no una concertación; Cuauhtémoc no pidió nada a cambio, como sí requirió Salinas en posteriores casos semejantes, apoyos, votos a favor en la Cámara de Diputados, apuntalamiento de su gobierno.
Como se ve, lo de Zamora no lo recuerda muy bien el candidato Carlos, en su afán justificatorio de lo que tanto se le reclama en campaña; pretende hacer tabla rasa y salvarse él diciendo que otros antes hicieron lo mismo. No fue así.