Luis González Souza
Carta a Clinton
(primera parte)
Señor presidente de la Unica-Nación-Indispensable (usted dixit):
Nadie me eligió para hablar con usted, pero tal vez logre decir lo que quisieran decirle muchos mexicanos de lo que ustedes llaman el mainstream. Y que, para este efecto, se sitúan en medio del antiyanquismo incendiario y del proyanquismo estéril. También conviene aclarar que no le hablo desde el resentimiento ni desde la ignorancia. De hecho, pertenezco a la privilegiada franja que ha podido conocer Estados Unidos como estudiante en la Universidad de Harvard, donde obtuve una maestría a mediados de los años 70.
Ahí mismo, otros mexicanos que usted conoce bien (Miguel de la Madrid, Carlos Salinas de Gortari), también estudiaron aunque, al parecer, sólo para sucumbir ante el american way of thinking. Con lo que hicieron un flaco favor al establishment estadunidense (que no requiere de más adeptos), y un gordo daño a México: están a la vista --si se anima a verlos-- los estragos todavía en curso de la ``modernización'' salinista, por cierto apoyada decisivamente desde Washington (y Wall Street, of course).
Yo, en cambio, preferí aprovechar ese privilegio para adquirir y recrear, mediante la tarea educativa, el único conocimiento que ayuda a mejorar la relación entre nuestras naciones: un conocimiento objetivo y constructivamente critico. Sé que usted estudió en Yale (igual que el ahora presidente Zedillo) y, a lo mejor, eso nos permite hablar de frente, puesto que ambas universidades pertenecen a la Ivy League.
De todos modos se antoja indispensable hablar con franqueza y valor, ya que es este el único lenguaje que, enhorabuena, los estadunidenses respetan; ya que eso es lo único que a la larga paga y, ya que el gobierno mexicano hace tiempo no se anima a hablar así, lo cual explica a final de cuentas el lamentable estado de la relación México-EU (más allá de promesas y discursos cada vez más demagógicos, en ambos lados de la frontera).
``Lamentable'', le puede parecer a usted una exageración. Pero ¿acaso no es lamentable, o inclusive grotesco, que México esté en vías de convertirse, no en el amistoso socio prometido por el TLC, sino en el gran enemigo de EU? Desde que se esfumó el fantasma del comunismo, ustedes --tanto demócratas como republicanos-- dicen que el nuevo enemigo tiene tres cabezas: narcotráfico, migración y terrorismo. Y según esa peculiar visión, a México ya sólo le falta cuajar esto último para colocarle el saco completo. Lo cierto es que, hoy por hoy, en su país avanza una fiebre antimexicana sin precedentes; primero con motivo de la prepotente certificación antidrogas y enseguida por la represiva ley antinmigrantes (Act 1996).
Todo lo cual ocurre, no obstante que los gobiernos ``modernizadores'' de México se han dedicado a cumplir con, prácticamente, todas las exigencias de ustedes: desde la apertura total a sus inversionistas y la firma de un TLC en el fondo leonino, hasta la militarización de la lucha antidrogas y el taponamiento de migrantes en busca del American Dream. Y si no para alcanzar una verdadera modernización de México, ¿al menos ello ha servido para lograr un trato respetuoso y equitativo por parte de Estados Unidos?
Disculpe usted tanta franqueza, pero respondemos no. En lo fundamental, lo que ha generado tantas concesiones es: nuevas exigencias y nuevos golpes. A los ya anotados (certificación y ley antiinmigrante), por lo menos habría que agregar el golpe de sus incumplimientos ni más ni menos que del TLC, el supuesto parteaguas de la nueva-era-de-socios. Sé que en el inventario también hay actos de ayuda. Pero, aparte de excepcionales, muchas veces da lugar a eso de que ``mejor no me ayudes, compadre''. Usted mismo, por ejemplo, ha tenido la franqueza de decir que el paquete crediticio otorgado a México tras la devaluación de 1994, les resultó un gran negocio financiero (y político, me permitiría agregar).
Pienso, entonces, que la relación México-EU está profundamente viciada. Nada ganamos con ocultarlo. Más bien perdemos tiempo para sanearla. ¿Cómo? De mil maneras, algunas de las cuales conocerá usted en mi próxima carta, si todavía tiene paciencia para lerla. Mientras tanto, espero que la paciencia de tantos mexicanos sacrificados en el altar del TLC, no se haya agotado al punto de impedirle una feliz estancia en nuestro país. Lo cortés no quita lo valiente, y por acá también hay muchos valientes.