AUTOPISTA


Performance de
La Jornada Semanal


Aunque hay ciertas evidencias de que nuestro criterio editorial se funda en el performance, teníamos pocas credenciales para participar en un festival de arte alternativo. Sin embargo, los muchos diálogos que sostuvimos con j. j. gurrola-iturriaga para preparar nuestro número sobre situacionismo nos motivaron a actuar más allá de las páginas del diario. Así, el jueves 24 de abril nuestra diseñadora Marga Peña tomó por asalto la capilla mayor del templo de Santa Teresa la Antigua y logró un insólito performance. En la oscuridad, sólo se distinguía una mesa y una bandeja con sandías envueltas en papel periódico. Una mano hábil había practicado triángulos en las frutas para exhibirlos como se hace en los tianguis. Al compás de música sacra, se proyectó un video en el nicho del altar: una botella flotando en las nubes. ¿Cuál era el contenido de aquel envase? La etiqueta no dejaba lugar a dudas: Dios.

Además de aludir al entorno religioso y al concepto vacío (o rellenable) de Dios, el video fue un homenaje a una de las principales obras del situacionismo, God, de Ben Vautier. Pero sobre todo, la botella proyectada en el altar era una cita futura: tres días después ésa iba a ser la portada de La Jornada Semanal.

Posteriormente el video mostró la rotativa de La Jornada, los trabajos de las máquinas, los cilindros de papel en los que se balanceaban, como los elefantes de la legendaria telaraña, unas sandías. El equipo de Miguel Luna, nuestro jefe de impresión, preparaba un tiraje singular en el vientre del periódico. Las máquinas se activaron y produjeron sandías perfectamente envueltas en La Jornada Semanal. Las sandías pasaron por toda clase de rampas y procesos de control de calidad hasta desembocar en las manos de los trabajadores que las transportaron al camión repartidor. Por un momento, la faena se interrumpió para grabar en video el altar a la Virgen de Guadalupe en la rotativa (que fue visto como una tele-deidad en el nicho de Santa Teresa la Antigua).

El camino partió hacia el centro y en ese momento aparecieron, en rigurosa tercera dimensión, las frutas empapeladas en la capilla. Carlos García-Tort, miembro del equipo de La Jornada Semanal, subió a escena enfundado en una sotana, con un machete en la mano. A continuación combinó los gestos de un marchante de mercado sobre ruedas con los de un cura en plena eucaristía, y procedió a rebanar sandías. La fruta quedó como una ofrenda sobre la mesa y los acólitos del suplemento la repartimos entre los feligreses. Así se cerró la breve comunión de un performance que tuvo como ejes centrales los fugitivos productos del periodismo, la búsqueda de nuevos espacios de ceremonia, la suma de rituales complementarios en un mismo nicho y la función artesanal del periódico para ayudar a que los frutos maduren, la comunicación íntima y jugosa.

No faltaron, por supuesto, los diálogos situacionistas. El poeta Mario Santiago degustó la fruta con fruición conocedora y preguntó:

-¿Es de Guerrero?

- No, es de Superama -respondió Marga Peña, autora del performance.

Alguien agradeció que al fin hiciéramos un edición sabrosa y que el suplemento sirviera tan bien de servilleta.

Del templo, salimos al Zócalo y descubrimos el verdadero sentido del festival de arte alternativo: la realidad entera parecía un performance. Caminamos entre hombres en zancos, velas encendidas, un ropavejero con silbato y máscara de tigre rojinegro, danzantes aztecas y neoporfirianos vestidos por Armani.

Mientras tanto, se proyectaban en nuestra pantalla mental, las insólitas imágenes logradas por Luis Moto y José Luis Guzmán, diseñador de La Jornada Semanal y músico electrónico que ahora nos soprendió como impecable videoasta.

El disfraz perfecto

Pregunta: ¿Cuál es la mejor forma de que Carlos Salinas recorra la ciudad sin que nadie lo moleste?

Respuesta: Disfrazado con una máscara de... Carlos Salinas.

CONFIGURACIONES

Hugo Hiriart

Subordinación (III)

En nuestro pequeño análisis sobre la subordinación, hemos llegado a tipificar al dominador o subordinante como la persona llena de pruritos de exigencia e impaciente. Y dejamos preparada la mesa para el análisis del Impaciente.

El Impaciente es aquel, no que no puede esperar, sino al que le duele toda dilación. ¿Por qué le duele? Por un mecanismo a la vez muy extraño y muy simple: la espera engendra en él cólera. Y este enojo lo hace imperioso: ``apúrate, apúrate, no vamos a llegar''. ¿Cuál es el origen de esta transformación de la espera en cólera? Son dos pasos: primero siente ansiedad y luego cólera. La cólera opera calmando la ansiedad insoportable. ¿De dónde viene la ansiedad? De una interpretación irreflexiva y desafortunada. El Impaciente interpreta la dilación como un ultraje a su persona, como una maldad que se le hace, como afrenta a su dignidad. Y se vuelve un niño cuyos derechos humanos se aplastan y conculcan. Y protesta. Todo Impaciente se hace elocuente y abogadil, alega y alega ante un tribunal imaginario, como personaje de Eurípides. Y está tan seguro de que tiene razón (porque, en efecto, en ciertaÊmedida la tiene) que en sus expansiones, griterías y reclamaciones se vuelve injusto y aplasta y conculca los derechos de los demás.

¿Qué se puede hacer con él? La subordinación no nace de la cólera del Impaciente, sino de que su pareja intenta evitarla o conjurarla. Si la pareja del Impaciente intenta actuar con inhumana precisión o calmar su ansiedad, la subordinación se establece entre ellos. La subordinación se juega entre dos o más.

La única actitud que permite evitar el vasallaje es dura y consiste simplemente en eso que popularmente se llama ``tirarlo o tirarla a loco o loca''. Un poco de humor puede ayudar, un oportuno ``ya empezaste'' o ``ya empezó la danza'' (el ataque de impaciencia generalmente incluye una mezcla de baile de San Vito y zapateo jarocho). No hay otra medicina si se quiere evitar la subordinación. El o la Impaciente pueden ser esclavos del segundero, pero ¿por qué vas a caer en eso tú también?

Ahora bien, este tipo de subordinación es angelical en comparación a otras posibles, a formas perversas y hasta satánicas. No sólo las que nacen del abuso de la inocencia y la ignorancia ajenas (la subordinación de los niños o de los migrantes campesinos a la ciudad, por ejemplo), sino otras en las que cualquier persona, independientemente de su madurez o grado de instrucción, puede caer.

Imagínate que te encuentras a Hitler en un café de Viena en 1910. Ni tú ni nadie saben todavía quién es el angelito, así que empiezas a platicar con él. Al rato el lamentable personaje empieza a exponer su repugnante y lunática ideología. Y claro, tú empiezas a rebatirlo, es fácil. En realidad, nada era más fácil que refutar desde el punto de vista lógico a Hitler. Pero entonces el pálido y enfermizo sujeto eleva la voz y la hace cada vez más aflautada e histérica y empieza a insultarte, te llama traidor y otras cosas, y se pone de pie, descompuesto y ululante, derribando la silla. Los otros en el café se quedan callados y voltean a verlos. El otro te sigue insultando a gritos y con voz tiple y salivosa. Podrías, tal vez, intentar pegarle, pero ves en sus ojos que eso es lo que él quiere para acusarte a ti de violento e intolerante, y justificar así su propia violencia.

Cabe suponer que tú sales del café, con frustración, pero quizá no alcances a comprender que fuiste derrotado y subordinado por el histérico iracundo, y que, como tú, de manera semejante, será derrotado y subordinado, en su confusa hora trágica, el país entero. Tampoco estoy seguro de que entendieras que has visto a los ojos lo que es la tiranía. Y piensa, ¿qué hubieras podido hacer? La situación exigía de ti una brutalidad que tú no estabas dispuesto a ejercer. Anulada la lógica, sólo queda la brutalidad. Y ahí se ve lo imposible del tirano subordinador: que te fuerza a combatirlo con las propias armas, repulsivas, que él emplea. A un Calígula o un Nerón sólo queda matarlo, y a traición.

Alan Bullock afirma en su monumental biografía que Hitler conservó hasta el final de su vida esta prontitud a la histeria cuando alguien lo contradecía. Kafka dice en la Carta al padre que el tirano es tirano porque te impone, no sus razones, sino sus caprichos, y añadamos sus obsesiones, la horrenda masa de resentimientos y locuras de su vida interior.




Naief Yehya

El laboratorio social de la posmodernidad


La posmodernidad en línea

Durante muchos años la filosofía del posmodernismo han tenido un aire abstracto, incomprensible, extraño y sobre todo ajeno a la vida cotidiana. No obstante, algunas de las ideas relacionadas con la posmodernidad parecen haber encontrado el vehículo ideal para concretarse en ciertas tecnologías digitales, especialmente en el ciberespacio, donde el individuo puede ser múltiple y fluido. Jay David Bolter, autor de Turing's Man, escribió que la computadora ha transformado la enredada dificultad de la teoría posmoderna en algo trivial y obvio. En la red reina la inestabilidad de significados y la ausencia de verdades conocibles y universales. En el espacio virtual lo que cuenta es tan sólo la superficie (una metáfora de la pantalla), el aquí y ahora, la adaptabilidad y la diversidad. Es un territorio donde las fronteras se vuelven borrosas, es decir, donde no hay una diferencia clara entre lector y autor, datos y programas, personajes inventados y personas reales que participan en foros de chat, entre información y entretenimiento.

Umberto Eco inventó aquella comparación de la guerra de los softwares y el cisma religioso, en donde el sistema operativo DOS de Microsoft, sería equivalente al credo protestante, y el sistema Macintosh al católico. Mac tiene un dogma rígido pero trata de seducir con sus iconos y la promesa de que todo mundo puede acceder al Paraíso. DOS permite una lectura relativamente libre de las Escrituras, exige al creyente tomar decisiones y asume que no todo mundo será salvado. Sherry Turkle, en su libro Life on the Screen (Simon & Schuster, 1995), redefine esta guerra en términos de un antagonismo entre la modernidad representada por las PC's, y la posmodernidad por las Macintosh. A finales de los ochenta, la cultura de la computación personal se dividió en dos credos: por una parte el reduccionista de IBM, y por otra el de la simulación de Macintosh. Como dice Turkle, era la rivalidad entre un icono de la utopía modernista corporativa contra un icono de las fantasías posmodernas. ``Una visión clásica modernista de la inteligencia de la computadora ha dejado su lugar a una visión romántica posmoderna'', dice la profesora Turkle. Originalmente, cada máquina tenía un mito: el de IBM la presentaba como un auto que se podía controlar y eventualmente reparar, y el de Macintosh (``La computadora para el resto de nosotros'', como rezaba su lema publicitario) aseguraba que era como un amigo con quien se podía platicar.

Medios transparentes y opacos

A pesar de que Macintosh se encuentra en serios aprietos económicos, la cultura de la simulación posmoderna que introdujo terminó por triunfar cuando IBM y sus clones adoptaron masivamente el interfaz gráfico Windows (un programa creado en 1985 que simula la simulación de Macintosh). Este sistema, como su antecesor, convierte la pantalla en un escritorio virtual, es decir, crea una imagen especular de nuestro escritorio real (con un basurero, archiveros, calendario, agenda, reloj, calculadora y demás), frente al cual se desprenden los yos virtuales del usuario. La imagen familiar (y personalizable) que nos recibe cada vez que encendemos la computadora se ha vuelto un símbolo universal y acogedor que oculta el funcionamiento de la máquina. Macintosh y Windows emplean iconos y diálogos que reemplazan las órdenes por una especie de comunicación humanizada. Desde los setenta hasta mediados de los ochenta, las IBM eran aparatos transparentes, reducibles potencialmente a sus mecanismos elementales, tanto respecto del hardware (bastaba quitar la tapa para reconocer las memorias, el procesador, el disco duro y las conexiones con los periféricos), como del software (el sistema operativo DOS era complicado pero nos daba la ilusión de que había muy pocos niveles entre nuestros comandos y el lenguaje de la máquina). La aparición del sistema icónico de Macintosh (inspirado en un sistema semejante desarrollado en Xerox PARC), en 1984, fue el primer paso para ocultar las entrañas de la máquina, es decir, se trataba de un sistema opaco. Paradójicamente, para que el medio se vuelva simple de usar, es decir transparente, se deben volver opacos sus procesos, y con ellos su esencia y naturaleza.

El mundo de las superficies

La modernidad trataba de responder a las interrogantes elementales de la vida al asumir que todo podía ser entendido en términos de mecanismos, todo podía ser reducido a fórmulas y explicado en función de las leyes de la mecánica y la termodinámica. De esta manera el universo, la historia, las guerras (como argumenta Manuel de Landa en su libro, War in the Age of Intelligent Machines) y los hombres pueden ser considerados máquinas complejas. ``Los teóricos de la posmodernidad, en cambio, opinan que la búsqueda de mecanismos y profundidad es inútil, y que resulta más realista explorar un mundo de superficies cambiantes que embarcarse en el sondeo de orígenes y estructura. Culturalmente, la Macintosh ha servido de portador de estas ideas'', apunta Turkle. La edad industrial tenía -en las líneas de producción, las chimeneas de las fábricas y las turbinas- objetos que representaban fielmente la naturaleza de la modernidad, eran imágenes de las relaciones mecánicas entre el cuerpo, la mente y el espacio. Los objetos que simbolizan la posmodernidad son la computadora, la información volátil de Internet y el World Wide Web (el primer media no coleccionable).

Naief Yehya

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