La Jornada Semanal, 4 de mayo de 1997
El novelista y dramaturgo Jorge Ibargüengoitia, fue también un memorable columnista en el Excélsior de Julio Scherer. Su gozosa pluma periodística dio lugar a varios tomos recopilados por Guillermo Sheridan (Autopsias rápidas, Instrucciones para vivir en México y La casa de usted). Dentro de unas semanas, la editorial Joaquín Mortiz pondrá en circulación Ideas en venta, otra disfrutable reunión del periodismo de Ibargüengoitia. Adelantamos tres escalas de ese itinerario.
Los misterios del Diccionario
Aventuras de la Real Academia
El Diccionario de la Lengua Española es un libro forrado de piel, que pesa cuatro kilos, hace mucho bulto, y cuesta doscientos pesos. Es de mucha utilidad en los casos en que se encuentra uno con una palabra cuyo significado desconoce, porque abre uno el Diccionario, busca uno la palabra por orden alfabético, y allí encuentra uno su definición.
Voy a poner un ejemplo imaginario: supongamos que no supiéramos lo que quiere decir la palabra ``tortilla''; muy sencillo, abre uno el libro en la página 1276 (de la edición de 1956), que contiene todas las palabras comprendidas entre ``torso'' y ``tostada'', y allí está la definición de ``tortilla'', que es la siguiente:
(d. de torta) f. Fritada de huevos batidos, comúnmente hecha en figura redonda a modo de torta, y en la cual se incluye de ordinario algún otro manjar.
Es decir, es lo que en los menús de los restoranes se llama ``omelette''. También hay la definición, allí mismo, de lo que quiere decir ``Hacer tortilla a una persona o cosa'', y de ``Volverse la tortilla'', pero nuestra tortilla, la mexicana, no está. Pero nadie es perfecto, probablemente la delegación mexicana estaba dormida cuando la Academia redactó el párrafo en cuestión.
Nuestra delegación, en cambio, observó una conducta irreprochable, cuando se redactó lo referente a los ``chilaquiles'', porque allí dice, muy claramente:
Guiso compuesto de tortillas de maíz, despedazadas y cocidas en caldo y salsa de chile.
Exacto. Aunque, de acuerdo con la definición de la Academia, los chilaquiles son un guiso compuesto de fritadas de huevos de maíz, etcétera.
Voy a poner otro ejemplo. Supongamos que no sabemos lo que quiere decir ``mosca'', vamos al Diccionario, y allí vemos que, entre otras cosas, mosca es:
Insecto díptero, muy común y muy molesto, de unos seis milímetros de largo, de cuerpo negro, cabeza elíptica, más ancha que larga, ojos salientes, alas transparentes cruzadas de nervios, patas largas, con uñas y ventosas, y boca en forma de trompa, con la cual chupa las sustancias de que se alimenta.
Muy bien. Es una definición. No muy exacta, porque, después de todo, hay moscas verdes, es decir, que no son negras, y hay moscas jóvenes que tienen menos de seis milímetros. Tampoco es muy completa la definición, porque si han entrado en detalles de uñas, etcétera, justo es decir que los ojos, además de ser salientes, tienen características muy peculiares, y las patas son largas, pero ¿qué tan largas?
Pero estas objeciones se refieren a pecados veniales, el verdadero problema está en que si no sabemos lo que es una mosca, es muy improbable que sepamos lo que es un insecto díptero, y que podamos reconocerlo a la hora que se nos para en las narices.
Supongamos ahora que tuviéramos la curiosidad suficiente para querer saber qué quiere decir la palabra ``¡top!''. Consultaríamos el Diccionario y leeríamos lo siguiente:
Mar. Voz de mando, especie de interjección con que se indica el momento en que acaba de caer la arena de la ampolleta, para que pare o detenga la corredera con que se está calculando la velocidad del buque, o se pare o detenga cualquier otra observación que se refiera a aquel espacio de tiempo marcado por el reloj de arena.
Perfecto. Más claro no puede estar. Lo malo es que la única vez que he usado la palabra ``¡top!'', no estaba en un barco, sino en un laboratorio de mecánica de suelos, no había ni ampolleta, ni corredera, ni reloj de arena, sino un aparato, cuyo nombre no puedo recordar, en el que se medía la deformación ocurrida en un pedazo de arcilla sometido a cargas específicas. El que apuntaba y tenía el cronómetro, le decía ``¡top!'' al encargado del aparato, en el momento que se debía hacer la lectura en el vernier.
Supongamos ahora que quisiéramos aprender a jugar brisca. Consultamos el Diccionario y leemos lo siguiente: ``Brisca. f. Juego de naipes, en el cual se dan al principio tres cartas a cada jugador, y se descubre otra que indica el palo de triunfo: después se van tomando una a una de la baraja hasta que se concluye. Gana el que al fin tiene más puntos.''
¿Qué hago con las tres cartas?, ¿cuándo descarto?, ¿cómo funciona el palo de triunfo?, ¿después de qué se toman una a una las cartas de la baraja, después de que me dieron las tres cartas, o después de que se me acabaron las tres cartas?, ¿cómo se cuentan los puntos?
Lo que digo es que si no puedo aprender a jugar brisca leyendo la definición que está en el Diccionario, hubiera bastado con decir: ``Brisca. f. Juego de naipes.''
Un libro que conviene escribir
Excéntricos mexicanos
Estábamos en una reunión hablando de un libro escrito por Edith Sithwell que se llama Excéntricos ingleses. Es una colección de viñetas referentes a las vidas de numerosos excéntricos, divididas en grandes grupos de visionarios, parranderos, curanderos, avaros, glotones, gastadores, etcétera. Uno de los allí presentes me dijo:
-No sé qué esperas para empezar la recopilación de Excéntricos mexicanos.
Inmediatamente la conversación tomó otro giro. Hay que reconocer que la idea tiene posibilidades. Se mencionaron nombres célebres -o no tan célebres, pero de familias con grandes pretensiones-, acompañados de la descripción de costumbres extrañas: ``se pasó once años en un balcónÉ'', ``no dejaba que la sirvienta sacara la bacinicaÉ'', ``cada vez que yo subía la escalera, que siempre estaba en penumbra, me la encontraba en el descanso, sentada en un taburete, en camisónÉ'' y así sucesivamente.
Todo esto, como tema de conversación en un cocktail party, está bien; como libro, bien escrito, podría ser formidable.
No lo voy a escribir yo, porque no tengo tiempo, pero escribo este artículo por si alguien se interesa en la idea, para que se ponga en obra. Agrego algunas reflexiones que he hecho sobre el tema, porque creo que existen varios problemas precipitosos en los que se puede caer con relativa facilidad.
En primer lugar está el problema de saber determinar quién es excéntrico y saberlo distinguir de un loco, por un lado, y por otro, de alguien que es común y corriente, nomás que pintoresco. Por otra parte, ya dentro de la categoría de los excéntricos existe un gran porcentaje de individuos cuyas características, siendo excentricidades, son aburridísimas, y conviene, por consiguiente, relegar al olvido.
El excéntrico es una persona que a nadie se le ocurriría meter en un manicomio, pero que tiene ciertas peculiaridades que lo distinguen claramente del común de la gente. Para ser excéntrico se necesita cierta iniciativa, cierta pasión creadora, pero al mismo tiempo supone una falla o una deficiencia, que lo separa fatalmente, al excéntrico, del artista.
Es excéntrico, por ejemplo, el señor que un día descubre, gracias a algún razonamiento bastante complicado, que la habitación ideal debe ser hexagonal, y construye una casa de acuerdo con este principio, y vive en ella explicándole a los visitantes las virtudes de su figura geométrica predilecta. Un individuo que invente una casa hexagonal, pero no la construya, o que una vez construida no la habite, es un excéntrico manqué.
Otra cualidad indispensable del excéntrico es que el resultado de sus locuras debe ser inofensivo para los demás. El único perjudicado debe ser él mismo.
El único excéntrico que he conocido -y reconocido como tal- era un tío político mío. Uno de los hombres más listos y más industriosos que he conocido.
La profesión más antigua que yo le conocí fue la de administrador de una fundición; cuando se aburrió puso una fundición artística -todo esto en un pueblo en donde no había ni un solo escultor-; cuando cerró la fundición puso una planta avícola en la sala de su casa -en su buró había un nido de palomas mensajeras-; después abrió una fábrica de licores e inventó una crema, muy parecida al chartreuse, que se llamaba ``crema Vergine''; después compró un caserón y pasó varios años reformándolo -él solo, sin ayuda de albañil- y cuando terminó la alberca, otro tío mío me dijo:
-¿Tú crees que va a llenarla con agua de la llave? Nada de eso. Va a comprar un tanque de oxígeno y dos de hidrógeno y va a producir su propia agua.
Y aquí hemos llegado a otra característica de los excéntricos, que consiste en una capacidad fuera de lo común para inspirar leyendas. Un excéntrico rodeado de malos observadores o de gente que lo considera normal está perdido.
Inventos mexicanos
Nuestra idiosincrasia
En una época, hace ya bastante tiempo, uno de los periódicos de esta ciudad hacía un concurso literario anual. Había un premio para cada género: novela, ensayo, teatro, etcétera, en efectivo, edición y diploma. Una de las ventajas que tenían aquellos concursos era que entre las bases había una que decía que el diario se comprometía a no declararlo desierto, que era algo que pasaba con bastante frecuencia en aquella época.
Otra de las bases, que es la que me interesa por el momento, decía mutatis mutandis: ``las obras de teatro deben tener una longitud equivalente a tres actos, presentar un problema que corresponda a nuestra idiosincrasia y resolverlo de manera positiva''.
Yo, que tenía una idea muy vaga de lo que era nuestra idiosincrasia, concursé tres veces y lo más que llegué a obtener fueron menciones honoríficas, que maldita la falta que me hacían. Pero un día, al ver representada una de las obras premiadas, comprendí no sólo en qué había consistido mi error, sino cuál era nuestra idiosincrasia.
La obra en cuestión se desarrollaba en un pueblo de los Estados Unidos y en un hogar de chicanos. En las primeras escenas se nos revelaba el horror de la vida norteamericana. El apego a las cosas materiales, como refrigeradores, estufas, etcétera, el trabajo deshumanizado, digno de una autómata -el padre de la familia trabajaba en la noche, en un hotel-, la sexualidad y el vicio rampantes: la niña salía todas las noches con muchachos que pasaban a recogerla en coche y el joven, si mal no recuerdo, andaba enredado en una pandilla de protogánsters. La madre, que a pesar de andar por aquellos rumbos era una madre mexicana como cualquiera de las nuestras, suspiraba, se resignaba y decía de vez en cuando ``¿por qué no nos vamos a México?'', provocando con esta frase una exposición de principios de cada uno de sus familiares. ``No nos vamos porque aquí hay más oportunidades, más libertades, más dinero, México es un país muy atrasadoÉ'' Por lo que decían, el espectador comprendía que la idiosincrasia corresponde a las más negras descripciones del Porfiriato: indios cargando huacales, ricos despóticos desflorando vírgenes, mujeres inclinadas sobre un metate moliendo nixtamal, etcétera, y en eso están, cuando entra en escena un nuevo personaje: la heroína. (La heroína de la obra, no la droga.)
Es una mujer joven, bella, elegante, inteligente y mexicana de acá de este lado, quien va rumbo a Los çngeles y acaba de descomponérsele el coche. Llega a la casa para pedir que le permitan usar el teléfono.
La familia se queda de una pieza, mirándola como animal raro: una mujer mexicana, joven, guapa, sola, limpia, en coche, en vez de andar acarreando huacales ha llegado a los Estados Unidos. Todas sus teorías sobre la Madre Patria se vienen abajo. Dedican los siguientes treinta minutos a interrogar a la recién llegada: ``Díganos, ¿cómo es México?''
Ella les explica: las transformaciones sociales que se han operado en los últimos años son admirables. México es un país habitado por personas que se distinguen por su laboriosidad y por la pureza de sus costumbres. Hemos logrado aunar el recato que nos caracterizaba en el siglo pasado con la amplitud de criterio propia de las grandes civilizaciones modernas. En México la cultura es para todos. La mujer mexicana ha roto sus cadenas tradicionales y se apresta para combatir, al lado del hombre, en la lucha por el progresoÉ
No recuerdo en qué termina la obra, si con el regreso de la familia a la tierra o si con la demostración de que es demasiado tarde para regresar. Lo que sí recuerdo es que antes de llegar al final caen sobre la familia, como un alud, todas las maldiciones de la civilización norteamericana. El padre de familia pierde el empleo -por mexicano-, el joven va a dar al bote, la joven sufre una gran decepción amorosa y creo que también golpes, por mexicana.
Esta obra tuvo un éxito tremendo y todavía, hasta la fecha, hay quien vuelva a montarla y quien al verla disfrute tanto como los primeros que la vieron hace quince años, a pesar de que la mayoría de las premisas sobre las que está construida la tesis han variado notablemente.
En la actualidad, la joven mexicana que llega en su coche debería explicar: México es un país en el que gran parte de la población vive al borde de la miseria o en ella. Hay once millones de niños sin escuela. Se ha descubierto que la mala alimentación produce coeficientes de inteligencia tan bajos que hay personas que no están capacitadas más que para poner verduras dentro de una bolsa de cartón y hasta eso lo hacen mal.
Claro que si el personaje dijera esto, el Congreso de la Unión organizaría un debate sobre ella y la acusaría de ``extranjerizante''.