La Jornada Semanal, 4 de mayo de 1997


PRUDENCIA

Adolfo Castañón

Adolfo Castañón obtuvo el Premio Mazatlán por su colección de ensayos Arbitrario de literatura mexicana. Ha traducido a George Steiner y ha sido profesor invitado en la Universidad de Perpignan. Especialista en Montaigne y Gracián, Castañón se interesa, en este ensayo, de una virtud que suele soslayarse en la precipitada época que llamamos ``modernidad'': la prudencia.


Abreviación de providencia, la palabra ``prudencia'' viene del latín providere (prever). Esta virtud es, en efecto, la providencia humana. Su esencia está en iluminar el camino de la vida; en hacerle a uno discernir el bien del mal, lo verdadero de lo falso. Sirve para actuar convenientemente respecto a los otros, para aprovechar las ocasiones, las circunstancias propias, usar de la palabra con circunspección, de las cosas con sensatez, poner toda la atención, emplear todas las horas de la existencia en sopesar las acciones y, relativamente, las de los otros aunque con reserva y decencia. Sócrates dijo: ``Aunque en la prudencia no estén todas las virtudes, sin ella no hay virtudes completas.'' Rara vez la prudencia brilla con toda su perfección en la razón humana, cuya esencia estriba en engañarse y fracasar a cada paso. Así Boecio dijo, no sin exactitud, que hay muchos hombres doctos pero muy pocos dotados de esa virtud llamada prudencia. También se ha querido definir esta virtud como la experiencia del pasado aplicada al futuro. Pero no se puede tomar esta definición de manera absoluta, pues nada se parece tan poco al pasado como el porvenir, al que tantas circunstancias son capaces de modificar y que suelen eludir toda previsión humana. El hombre más prudente debe tener siempre presentes estos versos de Boileau:

A menudo el temor de un mal hace caer en otro peor.

Sea como sea, tiene más probabilidad de éxito el prudente que el imprudente.

El orgullo y la vanidad son los más temibles escollos de esta virtud. Es la fuerza del débil y el tesoro del sabio. La Antigüedad simbolizó a la prudencia en el célebre personaje de Prometeo. Sólo veían en la prudencia una especie de virtud mundana, que era escoltada por la desconfianza y el temor, y que únicamente servía para preparar y allanar los caminos difíciles. Pero el Evangelio hizo de esta virtud un don de Dios aplicado a nuestra salvación y la de nuestros semejantes; nos invita a imitar la precaución de la serpiente y la sencillez de la paloma. Dos mitos hicieron de la prudencia una divinidad alegórica; le dieron, como a Jano, dos rostros, uno vuelto hacia el pasado y otro hacia el porvenir. Los egipcios la representaron con el emblema de una sierpe de tres cabezas: una de perro que husmea, una de león cuyas fauces poderosas están prontas a actuar, y una de lobo que medita la retirada en caso de necesidad.

Esta prudencia bestial contiene algo de amenazador, y en realidad tiene poco que ver con la prudencia cristiana. La prudencia es, para Aristóteles, una virtud intelectual, es decir, un bien superior que ha sido dado al hombre para llegar a Dios. Cuatro son las virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza. La prudencia es la virtud de la serpiente que custodia el çrbol de Conocimiento por el cual Adán y Eva fueron expulsados. Y es que la verdadera prudencia no es aquella que puede condicionarnos a triunfar en el mundo de la carne y ante sus príncipes, sino la virtud que, más allá de la astucia, nos abre los secretos del ``sentir del espíritu'' (Romanos, 8, 6). A esa prudencia parcial o astucia se refiere el Apóstol: ``Porque los hijos de este siglo son más avisados en orden a su propia generación que los hijos de la luz'' (Lucas, 16, 8). Es decir, esa astucia es una imprudencia absoluta a los ojos de la luz divina. La prudencia verdadera es absoluta: cuida el mundo y el trasmundo, respeta lo natural y lo sobrenatural, el orden temporal y el orden eterno, las leyes profanas y las leyes sagradas: ``Mediante la riqueza injusta procuraos amigos para que, cuando ésta deje de existir, os reciban en las moradas eternas'' (Lucas, 16, 9). Los escritos clásicos no hablan de la prudencia sino con ejemplos. Una fuente caudalosa de ellos son los Ensayos de Montaigne. Shakespeare la ejemplifica en la Cordelia de Lear y se habla de la prudencia al final de la Guía de pecadores de fray Luis de León. La glosó y trató varias veces Gracián en El discreto y en el Oráculo manual y arte de prudencia. Aquí se resumen las variedades de esta virtud tan próxima al saber vivir.

El hacer de la serpiente modelo de prudencia obedece, según algunos, a una vieja leyenda de acuerdo con la cual estos reptiles, para no ser seducidos por la voz del encantador, pegan a tierra un oído y se tapan el otro con la cola. Así, Gracián escribe en El criticón (Crisis IX): ``Préstenos su sagacidad la serpiente que cosiendo un oído con la tierra, tapa el otro con el fin (con la punta de su cola), dando a todo buena salida.'' La misma idea aparece en la Pícara Justina (I, 49-50) y en El dorado hablador (I, VI) de Jerónimo de Alcalá: ``Sed prudentes como las serpientes que con la cola tapan el un oído y el otro le juntan con la tierra para no oír la voz del encantador.''

Entre los griegos, la Prudencia se concentraba en la Phronesis pero, además, andaba dispersa en otras dos categorías: el autodominio (sophrosyne) y la astucia, prudencia o inteligencia que es la característica de Ulises. El autodominio tiene dos aspectos: uno público (``ser obediente a sus gobernantes'') y otro privado (``hacer obedecer a los apetitos''). Esta virtud es indispensable para el buen gobierno, como se indica en La República. Estrictamente relacionada con esta virtud, está la astucia. Es el poder de crear artimañas y entrever salidas donde no las hay. La astucia de Ulises es la que lleva a los aqueos a conquistar Troya y no la cólera de Aquiles o el orgullo de Agamenón. Por otra parte, el astuto o prudente suele también ser educado. El cíclope no era un caballero pero Ulises sí. La referencia canónica en este punto es el Libro VII de la ƒtica a Nicómaco (``10. Sobre la incontinencia y por la prudencia'' y el Libro III de la ƒtica Eudemia, ``Examen de las virtudes éticas'', del mismo Aristóteles). En el Libro X de la ƒtica a Nicómaco, Aristóteles expone cómo se puede pasar de la ƒtica a la Política cuando se tienen presentes las virtudes éticas, entre las cuales la moderación es una de las primeras. En la ƒtica Eudemia dice Aristóteles: ``...el ser feliz y el vivir dichosa y brillantemente consistirían principalmente en tres cosas, al parecer las más deseables: unos dicen, en efecto, que la prudencia es el mayor bien, otros la virtud, otros el placer'' (Libro I, 1).

Por otra parte, para Aristóteles -autor de la doctrina del Término Medio o de la Dorada Mediocridad- la prudencia no aparece como una virtud sino que puede considerarse el patrón contra el cual se miden las virtudes. El valor real lo define Aristóteles como el punto medio de la prudencia entre los dos extremos de cobardía y temeridad. Por último, recordamos que el Oráculo de Delfos (según la Apología de Jenofonte) hizo saber a Sócrates que no había ``un hombre más libre ni más justo ni más prudente'' que él. Lo cual concuerda con la teoría socrática de que la virtud ``ni es natural ni se puede enseñar'', sino que nos viene ``como un regalo divino'' (Sócrates en el Menón, citado por T.F. Stone, El juicio de Sócrates).