La Jornada Semanal, 4 de mayo de 1997


EL "TEMPLE" RELIGIOSO DE LOS TREINTA

Leonardo Martínez Carrizales

Leonardo Martínez Carrizales nació en la ciudad de México en 1966. Es autor del libro de relatos Los restos de los días y de La lección del maestro y otros ensayos. Próximamente, el Fondo de Cultura Económica publicará su antología Los caminos de la fama pública sobre la recepción crítica de Juan Rulfo. En este ensayo se ocupa de la trayectoria de Paz en los años treinta.


Con un saludo para Enrique Krauze
y para Guillermo Sheridan

En un ensayo sobre las generaciones culturales de México en el siglo XX, Enrique Krauze, al referirse a los escritores y periodistas más jóvenes de la generación de 1929, afirmó que José Revueltas, Efraín Huerta y Octavio Paz, entre otros, vivieron sus mocedades intelectuales en un ambiente poseído por la pasión religiosa. Según el historiador, todos ellos aguardaban ``el inminente derrumbe del capitalismo y el arribo del milenio''. De acuerdo con su estudio, este sentimiento era un rasgo común en los integrantes de esa generación.

Años más tarde, el investigador Anthony Stanton volvió sobre el tema, pero con un objetivo más delimitado: la prehistoria estética de Octavio Paz, dispersa en sus escritos juveniles. En su artículo, Stanton advirtió una pasión religiosa en las convicciones que el joven poeta abrigaba en torno de su profesión y su objeto: la poesía, el poema. También la advirtió en una de sus preocupaciones más importantes: el poeta, la identidad del poeta. Con el paso de los años, el propio Paz, al margen de sus escritos de juventud, ha reflexionadoÊsobre las opiniones que abrigó y las obsesiones que padeció alrededor del sentimiento religioso y sus nexos con la poesía y la idea de revolución.

El periodo en que Octavio Paz adquirió una identidad pública al lado de su generación abarca una década entera. Se trata de un lapso cuyos acontecimientos sellaron la suerte de un grupo de escritores, artistas e intelectuales al que conviene poner límites. En un extremo, las agitaciones estudiantiles y la campaña presidencial de José Vasconcelos en 1929; en el otro, la partida de Paz de México en 1943. Consigno algunas variantes significativas en lo que se refiere a las fronteras del periodo: al principio, la publicación de la revista estudiantil Barandal; al final, Taller y El Hijo Pródigo, el pacto germano-soviético, la Guerra Civil española y el asesinato de Trotsky. Estamos ante uno de los episodios más dramáticos de la historia intelectual y política de México en el siglo XX. Corrijo: uno de los episodios que marcó una pauta definitiva para la comprensión de nuestro tiempo. Una época en que, como Paz se ha empeñado en decirlo con el propósito de hacer llegar a nuestros oídos el rumor de esa época, para los protagonistas y las víctimas de esos días no había distancia entre la literatura y la historia: la revolución poética y la revolución social eran las caras de una misma moneda.

Es necesario matizar esta afirmación: más que la descripción de un estado de cosas, Paz confesaba con estas palabras un deseo, una aspiración, un sueño compartido. Si, como Paz recuerda, por un lado leía a Bujarin y a Plejanov pero también a Eliot y a Kafka, por otro cumplía con la tarea de educar a los trabajadores y a sus hijos como miembro de la Unión de Estudiantes Pro-Obrero y Campesino, y como maestro de educación secundaria en Mérida, en 1937, al tiempo que se sometía a la autoridad intelectual de Jorge Cuesta y Xavier Villaurrutia. Por una parte, el joven poeta seguía atento las revoluciones estéticas de su época y, por otra, prestaba sus servicios en los preparativos de la revolución social que se avecinaba en México. Una vez más, en esto último, un sueño colectivo, una aspiración. Sin embargo, los senderos paralelos de esa pasión revolucionaria terminaron por bifurcarse. Entonces, Paz comenzaría ``a vivir un conflicto que se agravaría más y más con el tiempo: la contraposición entre mis ideas políticas y mis convicciones estéticas y poéticas''.

Este periodo fue dominado en buena parte por los Contemporáneos, por el influjo de estos escritores sobre los jóvenes, casi adolescentes, poetas. Encuentro de dos generaciones, docencia, aprendizaje, colaboración y, al final, disputa. Desde esta perspectiva, habría que añadir a la nómina de personajes y hechos culturales del periodo la amistad de Paz con Cuesta y Villaurrutia; la iniciación de aquél en la sociedad literaria, apadrinado por estos poetas en el restaurante El Cisne; la tertulia del Café París; el Congreso de Valencia; las colaboraciones de Paz en la revista Sur de Buenos Aires y la preparación de la antología de poesía hispanoamericana Laurel. Se trata de una serie de hechos que revela el modo en que una nueva generación de escritores mexicanos, la de Paz, imponía sus gustos, sus preocupaciones y su vocabulario en contraste con el vocabulario, las preocupaciones y los gustos de quienes habían presidido el panorama literario de México desde la segunda mitad de los años veinte. Es la búsqueda y la afirmación de una personalidad colectiva que pasa por la crítica de los mayores, la crítica de la imagen que esos ``mayores'' tienen de sí mismos como miembros de una sociedad literaria y de su oficio. Un parricidio estratégico que Enrique Krauze ha señalado como una constante en la sucesión de las generaciones de la cultura mexicana de nuestro siglo. En sus páginas sobre el tema, la generación de Paz hace acto de presencia como una promoción de inconformes y disidentes. Un grupo de parricidas.

Los recuerdos que Paz nos ha legado sobre estos asuntos hablan de un ambiente de inconformidad y de lucha, de una distancia que los jóvenes poetas de entonces profundizarían poco a poco para depositar en ella el capital de su autonomía literaria e intelectual. Al recordar la tarde de su iniciación literaria en El Cisne, Paz escribe estas líneas:

Todos ellos [los Contemporáneos] eran partidarios de la República; todos, también, estaban en contra del engagement de los escritores y aborrecían el ``realismo socialista'', proclamado en esos años como doctrina estética de los comunistas. Me interrogaron largamente sobre la contradicción que les parecía advertir entre mis opiniones políticas y mis gustos poéticos. Les respondí como pude.

En posteriores evocaciones autobiográficas, Paz volvió sobre el tema de su encuentro/desencuentro con los poetas de Contemporáneos, pero también sobre un malestar intelectual cuyos primeros jueces fueron Cuesta y Villaurrutia, y que asumido con todas sus consecuencias serviría a Paz como argumento para criticar las actitudes públicas de aquéllos.

Recuerdo que en 1935, cuando lo conocí, Jorge Cuesta me señaló la disparidad entre mis simpatías comunistas y mis gustos e ideas estéticas y filosóficas. Tenía razón, pero el mismo reproche se podía haber hecho, en esos años, a Gide, Breton y otros muchos, entre ellos al mismo Walter Benjamin. Si los surrealistas franceses se habían declarado comunistas sin renegar de sus principios, y si el católico Bergamín proclamaba su adhesión a la revolución sin renunciar a la cruz, ¿cómo no perdonar nuestras contradicciones? No eran nuestras: eran de la época. En el siglo XX la escisión se convirtió en una condición connatural: éramos realmente almas divididas en un mundo dividido.

De acuerdo con la explicación de estos acontecimientos que Octavio Paz ofreció luego de varios años, la experiencia violenta de la Revolución mexicana puede contarse como uno de los motivos principales de que los Contemporáneos guardaran una distancia algo más que prudente con respecto de los asuntos públicos. La misma experiencia histórica que abrió a la generación de Los Siete Sabios las puertas de la administración pública, persuadió a los Contemporáneos de lo contrario. Se trata del mismo periodo, pero asumido con actitudes divergentes; divergencia histórica que nos remite a otra más elemental, biológica: la edad. Entre Vicente Lombardo Toledano y Manuel Gómez Morín, en un bando, y Salvador Novo y Xavier Villaurrutia, en el otro, median apenas unos cuantos años, pero toda una actitud vital: el optimismo y la confianza en unos; el escepticismo y la sospecha en los otros.

Las referencias al carácter de los Contemporáneos en los recuerdos de Paz son frecuentes. Referencias que son descripciones, que son juicios... En ocasiones, llegan al punto del reproche. En cualquier caso, estos reproches no reproducen la violencia con la cual el joven Paz de los años treinta se refirió a sus mayores en el marco de las polémicas entre los artesanos de la poesía pura y los devotos del arte comprometido. Anthony Stanton ha reparado en este hecho y en sus implicaciones retóricas:

La visión de la poesía pura y de los Contemporáneos en la prosa de Paz de este periodo es una visión interesada y polémica[...] Es natural que en los escritos más recientes haya desaparecidoÊel tono agresivo y polémico del primer periodo: el poeta ya no siente la necesidad de definirse en oposición a un grupo dominante.

Las preocupaciones que se advierten en los testimonios autobiográficos de Octavio Paz se remontan a sus artículos publicados en los años treinta. Aquellas páginas participaban en el debate de su tiempo sobre la disyuntiva entre el arte de tesis y el arte puro, entre la historia y la poesía, el amor por las cosas y las ideas. Términos de un dilema que podría postularse como el problema del horizonte político y social de la literatura, verdadero punto de convergencias y divergencias entre los actores del escenario literario de la década de los treinta.

El ``alma dividida'' en un ``mundo dividido'' de la que habló Paz al recordar su trato con Jorge Cuesta, intentaba en esos escritos primeros encontrar una certeza que aliviara su confusión. ¿La encontró? No. En cambio, precisó los contornos, las proporciones y las consecuencias del dilema. Luego de estudiar esas páginas, Stanton habló de una ``todavía confusa afirmación de una poética personal que trata de provocar una síntesis entre los dos polos [poesía pura y arte dirigido] y así unir poesía e historia en un equilibrio tenso y fecundo''; habló de un ``torpe intento de fusionar la experiencia poética con la religiosa y con la política''. En fin, las afirmaciones de Stanton destacan la condición provisional del modo en que el joven poeta exponía sus opiniones, al mismo tiempo que la perdurabilidad de su sustancia en su obra de madurez.

¿Cómo definir la sustancia perdurable de tales escritos? Si, por un lado, el joven Paz había repudiado enfáticamente las convicciones de la poesía pura, por otro vacilaba ante las exigencias del arte comprometido, al cual, en un principio, rindió su voluntad en virtud de la rica experiencia vital que deparaba y exigía a sus practicantes. Y más allá de aquella experiencia vital, cuya falta tanto habría de reprochar a la pulcritud técnica de los Contemporáneos, Paz simpatizaba con esta tendencia gracias a la oportunidad que le concedía para formular y formularse preguntas que trascendían al poema y al oficio poético. Menos preocupado que sus maestros por el funcionamiento y el aseo del poema, Paz discurría sobre la naturaleza del poeta y de su actividad. Para decirlo de un modo poco riguroso, pero muy elocuente, las inclinaciones de Paz eran las del filósofo y no las del preceptista. Antes que la obra, el sentido de esa obra.

La elección estética de Octavio Paz es menos importante que el matiz que le confirió a la hora de abrazarla. Un matiz religioso que disminuye el valor político, ideológico y doctrinario del arte comprometido, destacando su espíritu revolucionario, romántico e idealista. Un matiz que lo eximió de la rigurosa disciplina política del comunismo de la época, al mismo tiempo que le permitió comulgar con sus fuentes históricas y espirituales.

En el otro bando, el artista pone toda su vida y su potencia al servicio de motivos extra-artísticos. Motivos religiosos, políticos o simplemente doctrinarios, como el surrealismo. Estos grupos, aunque presentan programas y plataformas no tan elaborados y fácilmente destruibles, por medios dialécticos, están apoyados por toda la fe y el entusiasmo de los jóvenes y por el ejemplo magnífico de la tradición. Como no están situados en una posición racionalista y abstracta, sino mística y combativa, y se creen los realizadores de formas nuevas de la cultura, no les importa por ahora el mérito técnico de su obra, sino el impulso de elevación y de eternidad que ella posea.

En apoyo de sus convicciones, Octavio Paz apeló a los recursos religiosos de la experiencia revolucionaria. Opción por los hombres y por las cosas, siempre que las cosas y los hombres abrieran las puertas al reino de la solidaridad radical entre todos los seres del mundo y la armonía absoluta del universo. Las cosas y los hombres como puentes, mediante la revelación y la comunión poéticas, hacia el hombre esencial, al mundo esencial. Se trata de un sueño revolucionario que vuelve violentamente a sus reservas románticas e idealistas con el propósito de superar el dilema al uso de poesía e historia; una ventana abierta por el espíritu romántico y el temperamento religioso de la revolución en la casa de la literatura política del periodo.

No queda sino repetir el epíteto que Anthony Stanton confirió al artículo en que Paz redactó una primera versión definitiva -valga el término- de sus preocupaciones, ``Poesía de soledad y poesía de comunión'': ``primer hito esencial'' en sus ideas estéticas. En esas páginas, Paz dispuso las palabras con las que hablaría en adelante de su propia obra y la de sus compañeros. En ellas, la poesía queda definida como una operación religiosa, pero individual y disidente, molesta, incómoda para la sociedad establecida. El poeta es un sacerdote sin iglesia que devuelve su sentido sagrado al mundo, que aspira a subvertir el mundo establecido, que recuerda y mantiene viva la aspiración a un hombre nuevo y a una sociedad nueva. Un revolucionario.

No son pocos los escritores que se han ocupado del sustrato religioso de la idea de revolución. Más aún: el sustrato cristiano del marxismo. El propio Paz lo ha hecho, brevemente, en una nota sobre José Revueltas y, extensamente, en un ensayo recopilado en Los hijos del limo. La experiencia religiosa que allí se discute no corresponde punto por punto con la que yo destaco en estas líneas. Hay una diferencia sustancial. En las fuentes que recién he nombrado, los argumentos denuncian una religión institucionalizada que justificó la existencia y la conducta de clerecías burocráticas. La operación religiosa que aquí señalo es la del profeta, la del cristiano primitivo. La poesía, según el discurso de Paz, celebra el carácter revolucionario de la experiencia religiosa que le es consustancial.

La poesía no es ortodoxa; siempre es disidente. No necesita de la teología, ni de la clerecía, porque no tiene misión ni apostolado. No quiere salvar al hombre, ni construir la ciudad de Dios. Es una conducta personal e irregular, que no pretende nada que no sea darnos el testimonio terrenal de una experiencia. Nacida del mismo instinto que la religión, se nos aparece como una forma clandestina, ilegal, irregular, de la religión: como una heterodoxia, no porque no admita los dogmas sino porque se manifiesta de un modo privado y muchas veces anárquico.

En sus escritos retrospectivos, Paz llegó a reprochar a los poetas de Contemporáneos no sólo su indiferencia ante los acontecimientos políticos de entonces, sino también ante las preocupaciones religiosas con las cuales el joven poeta volvía más generosos sus desvelos políticos. Los Contemporáneos, de acuerdo con esta perspectiva, resultaban indiferentes ante la revolución social y también ante la revelación religiosa.

Los poetas de Contemporáneos fueron indiferentes a todas estas palabras [religión y reacción en Eliot y Pound; magia y revolución en Breton, Eluard y Aragon]. Esta indiferencia era precisamente lo que nos separaba. Por ejemplo: para ellos el surrealismo fue exclusivamente una experiencia estética, mientras que para nosotros la escritura automática y el mundo de los sueños fueron, al mismo tiempo, una poética y una ética, una visión y una subversión. Hay dos palabras que a nosotros nos estremecieron y que a ellos no les dieron ni frío ni calor: rebelión, revelación.

Este reproche enunciado en los términos de sus alegatos estéticos, nos dice que Paz hizo de la poesía el escenario definitivo de sus inquietudes intelectuales y morales; Paz tradujo las discusiones políticas e ideológicas de su tiempo a los términos de sus meditaciones sobre poesía, cifrando en ésta sus cartas de presentación como poeta y hombre de ideas ante los suyos. Revolución social y experiencia religiosa fundidas en las revoluciones estéticas de la época que, entre nosotros, Paz y sus amigos abanderarían y encabezarían. En las páginas en las que enunció sus ideas sociales y morales en el terreno de las ideas estéticas, más que el título de poeta revolucionario, Paz reclamaba el de poeta moderno, poeta participante de una modernidad definida por las actitudes visionarias y pasionales que sellan la suerte de una tradición que va del romanticismo al surrealismo. En esta aventura, según Paz, los Contemporáneos no habían participado.

El camino hacia la escritura de la generación de Paz, y hacia su lectura pertinente, se iba allanando poco a poco. No sólo el artículo periodístico, la manifestación pública y el activismo político -terrenos en que los jóvenes del momento ya habían incursionado- eran los caminos que había escogido para alcanzar su identidad literaria, sino también el poema. El poema como un acto que consuma y da sentido al resto de las tareas revolucionarias. El cuadro completo de este proceso intelectual y artístico equivale a la constitución de un sujeto histórico. El sujeto histórico en que Paz llegó a convertirse luego de los ajustes ideológicos que llevó al cabo en su obra. Este fenómeno consiste, al menos, en dos tareas. Una discursiva y otra institucional: una literaria y otra sociológica. La primera estriba en la construcción y posesión de un discurso sobre las actividades literarias que se pretende autónomo; articulación y posesión, pero también determinación de un sitio y de un valor en la plaza pública que supone todo discurso. Así, las puertas quedan abiertas para referir la segunda de las tareas: la conquista de un lugar en las instituciones sociales que hacen posible la literatura de la cual forma parte el autor. Hablo de un fenómeno que implica un lugar público para el escritor, pero también una voz pública reconocida por todos. O mejor dicho: una voz que, desde un lugar, se vuelve inteligible y pertinente para todos. Una voz y un lugar que imponen la presencia de un escritor a todos; presencia de una índole peculiar: por una parte, un cuerpo que participa en las actividades públicas de la ciudad, y, por otro, una voz que se escucha en los intercambios significativos de esa ciudad. El temperamento religioso que anida en la base del proceso que acabo de referir es el núcleo de esa presencia peculiar que Paz se dio a sí mismo en las primeras horas de su vida literaria.