La Jornada Semanal, 4 de mayo de 1997


A mediados de los años setenta, Joseph Brodsky -que por aquel entonces no era un poeta demasiado conocido- visitó México. Su anfitrión fue, por supuesto, Octavio Paz, y a él dedicó Brodsky un largo poema titulado Divertimento mexicano. Como en otros textos de una larga serie cosmopolita (recordemos por ejemplo sus ``Estrofas venecianas'' o el ``Divertimento lituano''), la mirada de Brodsky se detuvo en cosas que a un nativo pueden resultarle de un vago exotismo, pero también en puntos medulares de una historia que muchas veces se confunde con el paisaje. Aquí nuevamente Brodsky se comunica con Paz, al evidenciar una relación entre Paisaje, Mito e Historia que es el fundamento de varias poéticas modernas.

Del Divertimento mexicano, del que ya publicamos un pasaje en nuestro número 42, se desprende un fragmento autónomo, un Romancero que el propio Brodsky tradujo luego al inglés. No por completo: algunas estrofas rebeldes fueron eliminadas. De esa experiencia dedujimos que no valía la pena traducir este romance si no se conservaba -al menos, en su mayor parte- la estructura rimada y la métrica. Era la única manera de hacerle justicia al poeta que dijo: ``Intervenir alegremente en la fisiología del verso es un sacrilegio, una mutilación, un asesinato en el peor de los casos [...] Es un crimen de la mente, y quien lo comete paga el precio de su propia degradación intelectual.''

Por supuesto, se han forzado aquí algunas estrofas y se han mezclado los significados: se trata, para usar una disculpa que lleva el sello de varios traductores excelentes, de una transcreación. Aunque quizá sería un término demasiado ambicioso, si tenemos en cuenta el grado final de semejanza con el original en un poema extenso como éste. Preferimos aquella imagen del vagabundo medieval con dos bolsas: una en el pecho para las ofrendas, otra en la espalda para los hallazgos. A propósito de estos últimos, agradecemos al poeta cubano Orlando González Esteva porque puso su oído exigente al servicio de esta tarea ingrata.

Romancero mexicano

Joseph Brodsky


    a Octavio Paz

    Cactus, palmeras y agaves.
    El sol nace en el Oriente,
    aparenta ser jovial
    pero te mira cruelmente.


    Peñascos incinerados,
    el suelo lleno de costras.
    En los rayos vemos huesos,
    calaveras tras las formas.


    Con viles cuellos desnudos
    en telegráficas perchas
    los buitres son jeroglifos,
    la carroña de las letras


    sobre el paso. A la derecha:
    un agave, en todos lados
    lo mismo, la misma brecha
    frente a trastos oxidados.


        * * *


    Revueltas como en un vaso
    fuerza, pereza y maquila.
    En las cantinas de paso
    el tiempo es como el tequila.


    Avenidas, rostros, faros.
    De dos, uno trae bigote.
    Y en Reforma algunos bustos
    de los próceres de bronce.


    Junto a ellos, en el borde
    de la acera, una señora
    con un niño en su regazo
    te tiende un brazo que llora.


    Tal figura, llanto pétreo,
    bien merece coronar
    un Monumento a la Patria:
    sitio donde mendigar.


        * * *


    El follaje por el día
    resguardaba del bochorno.
    (Yo sabía que vivía
    cuando tú andabas en torno.)


    Plaza y ninfa de la fuente
    con viruelas. Techo hostil.
    (Mientras estuve presente
    todo lo vi de perfil.)


    Sombra divina: el infierno
    de las voces tras de mí.
    (Mientras estaban conmigo,
    ¿quién velaba junto a ti?)


    Noche de púrpura luna
    como el lacre contra el sobre.
    (No existía muerte alguna
    cuando rondabas al pobre.)


        * * *


    La nocturna capital
    ama el canto y la algazara.
    Mariachis en un portal
    cantando Guadalajara.


    A esta ciudad bulliciosa
    con una mezcla de mañas
    un pintor desconocido
    la ha rodeado de montañas.


    En la capital oscura
    parpadean los neones.
    Planeando allá en las alturas
    un çngel entre ladrones.


    Mientras vuela corre el riesgo
    de un disparo solitario.
    Por el cual acabaría
    como guardián libertario.


        * * *


    Algo adentro, al parecer,
    se desprendió bruscamente.
    Si pronuncio la oración
    escucho mi propia mente.


    Así la página manchas
    con pequeñez milagrosa
    y nos miras cuando escribes
    encima de cualquier cosa.


    Este es el tributo, Padre,
    del género (o del calor),
    la calderilla de bronce,
    la dádiva con amor.


    No se trata de plegaria.
    Olvidando al pescador
    el pez ciego por la rabia
    tensa el verbo sin dolor.


        * * *


    México alegre. Existencia
    que fluye como el tequila.
    Entra usted en una fonda
    y la mesera se olvida


    del omelette en segundos
    (por hablar con un moreno).
    En resumen, como el mundo
    en estas cosas, al menos.


    Dejando la muerte aparte
    todo aquello concerniente
    al espacio es prescindible,
    nuestro cuerpo, esencialmente.


    Esa suerte te ha tocado
    como la carne con sangre.
    En el país sin bocado
    las miradas llevan hambre.


        * * *


    En medio de la sabana
    un camino desenredo:
    delirio de mariguana,
    polvareda hasta Laredo.


    El ojo inyectado en sangre
    mientras ruedas por la tierra
    rompiéndote las rodillas
    como un toro de la sierra.


    La vida es un sinsentido.
    O es muy larga. Nos permite
    que veamos lo aburrido
    de hablar de ello, por desquite.


    Las cifras del calendario
    (el destino en nuestras manos)
    son un cruel abecedario
    que tortura a los humanos.



Traducción del ruso y nota: José Manuel Prieto y Ernesto Hernández Busto