La Jornada 4 de mayo de 1997

MAR DE HISTORIAS Ť Cristina Pacheco
Noche de salvación

--Mamá: ya estése quieta --Carmen deja de limpiar el vidrio que cubre la mesa--. Van mil veces que se asoma a la ventana.

--Hija, comprende: ya me anda por ver al Goyo. Dios sabe lo que hace: me hizo el milagro de que volviera ahora que tu abuelo se nos va. (Nostálgica). Después de cuatro años, mi muchacho regresa sano y salvo.

--Y en coche. (Carmen se mira reflejada en el vidrio). Ojalá que sea de un color alegre.

--Es lo de menos. Ahorita lo que me preocupa es que Gregorio no haya llegado. (La Madre regresa a la ventana). Prometió llegar a las tres. Son las cuatro.

--Bien tarde. (Carmen se vuelve hacia el abuelo que dormita en su silla de ruedas). Cómo ve: ¿despierta a papá Toño?

--¿Para qué?

--Por lo menos para que se acostumbre a no dormir en el día. (Duda antes de continuar). No creo que en el asilo vayan a permitírselo, y menos que haga tanto ruido en las noches.

--Pobrecito. (La Madre gime). No sé si tendré el valor de internarlo.

--Mamá, hágale caso a Goyo, él se lo explicó muy bien en la carta: llega un momento en que los viejitos están mejor en el asilo; pueden tener amigos y hasta sentirse útiles. (Carmen chasquea los labios). ¿En qué piensa?

--En Gregorio. ¿Le habrá pasado algo?

--Deje de preocuparse. De seguro anda presumiéndoles el coche a los amigos y puede que hasta haya ido a ver a Margarita.

--Esa mujer nunca me ha gustado. ¿Crees que vuelvan a andar juntos?

--Quién sabe. Goyo está grandecito para saber qué le conviene. No se mortifique.

--No es tan fácil. Es muy triste ver que los hijos fracasen en el matrimonio. (Contempla a Carmen). ¿Cómo crees que me siento cuando te veo sola?

--No estoy sola. Claudio se largó pero me quedé con mis tres hijos.

--Disfrútalos ahora que que todavía están chiquitos. (La Madre suspira). Después, cuando crecen, le dan a uno muchas apuraciones.

--Pero también alegrías. ¿A poco no está orgullosa de que Goyo regrese bien y hasta con su propio coche? Debe de haberle salido en un ojo de la cara.

--¡Qué bueno que me lo recordaste! Voy a aconsejarle a Goyo que no ande diciendo cuánto le costó porque si no, se le van a dejar venir encima los ladrones. Ya sabes cómo están: ni las carcachas respetan (La Madre une las manos). ¿Oiste eso? Fue un claxon. ¡Es Goyo! (Asomada a la ventana agita los brazos). Hijo lindo, mi vida, gracias a Dios que ya estás aquí.

--Qué bueno que llegó porque ya estaba poniéndome nerviosa. (Carmen se despoja de su delantal y grita:) Abuelo, despiértese, ya está aquí Goyo. Cata, Jorge, Israel, Betina: niños, corran a saludar a su tío.

--Oh, caramba pues: ¿qué ruido es ese? (El abuelo mira con disgusto a Carmen.) Esos muchachos ¿por qué no los educan?

--Se alborotaron porque llegó Gregorio. (Carmen se acerca al oído del anciano). ¿Entiende lo que le digo, papá Toño?

--¿De qué se trata o que? (En el rostro del abuelo se dibuja una expresión de dicha.) ¿Gregorio está aquí? Ya verán: voy a decirle que quieren mandarme al asilo. A ver si las deja, cabronas.

--Qué feas cosas dice, abuelito. (Carmen le ordena el cabello.) Se va a quedar solo, pero nada más mientras bajamos a recibir a Goyo. No se asuste. Apúrele, mamá, ¿qué no comía ansias por ver a Goyo?

--Crees que puedo salir a la calle? Estoy muy fachosa.

--¿Quién se fija, mamá? (Carmen se adelanta por el pasillo y sin volverse a su madre le comenta:) ¿Vio el coche? ¿De veras está bonito? (En el zaguán, atestado de vecinas curiosas, Carmen se detiene.) ¡Hermano! Ahora sí vas a tener que darme el remojo.

--¿Y la jefa, dónde está? (Gregorio queda tenso hasta que aparece su madre.) Mamá, no se quede allí, abráceme. (Luego de unos segundos.) No llore. ¿Qué le parece mi coche?

--Luego se ve que es de último modelo. Tenemos que llevarlo a bendecir. (La Madre hace en el aire la señal de la cruz.) Padre Santo: haz que todo sea para bien de la familia.

--Gregorio: llévamos a dar una vuelta. (Carmen desliza la mano por la carrocería.) Me muero por saber qué se siente viajar en esta cosa.

--Hija: que nos lleve después. (La Madre a Gregorio.) Tu abuelo tiene ganas de verte. Está mucho mejor que la última vez que lo viste.

--Y de aquello ¿qué? (Gregorio interpreta el silencio de su madre.) Oiga, mandar a una persona al asilo no significa que uno deje de quererla... ¿Cuándo piensas arreglarlo?

--Ya lo arreglé. (La Madre titubea.) Nos lo aceptaron en el San Marino, pero quise esperarme para saber tu opinión.

--Ya la sabes, madre. Allá estará mucho mejor. ¿Para cuándo es la... la mudanza?

--Para el lunes, si Dios quiere.

II

--Ya empiezo a sentir el cansancio. (Gregorio ve el reloj.) Son las nueve y hace calor. En el coche no lo sentí por el aire acondicionado.

--Por cierto, hijo, ¿dónde meterás el coche? En la calle no puede quedarse: cuando menos te lo desvalijan.

--Goyo, mi mamá está obsesionada con eso. No quiere que digas cuánto te costó, que porque los ladrones van a perseguirte.

--Ay jefa, no se lo contaré a todo el mundo pero a mis cuates sí. No soy presumido, pero es bueno que la gente sepa. (Gregorio se vuelve hacia sus sobrinos.) Ya me inquieté: a ver chavales, vayan a echarle un ojito al coche.

--No, Goyo: me da miedo que salgan. Tú no lo crees, pero aquí las cosas también están muy duras.

--Mujeres, mujeres: todas las de esta familia son bien preocuponas. (Gregorio entra en el baño, al salir se detiene junto a la ventana.) Ah canijo: estoy viendo un tipo medio sospechoso. Acérquense, a ver si lo conocen.

--Lo he visto varias veces. Dicen que es licenciado. Quién sabe qué andará haciendo.

--A lo mejor rondándote, hermanita.

--Ya déjense de bromas. (La Madre adopta un tono enérgico.) A ver Gregorio, piensa ¿dónde vas a dejar el coche?

--En la pensión del Gallero. ¿Me acompañas a dejarlo, Carmen?

--Sólo por dar la vuelta. Te advierto que ese negocio ya cerró.

--Uta, Carmen, ¿por qué no me lo dijiste?

--Porque nunca me lo preguntaste. No se me ocurrió que ibas a necesitar pensión y conste que a ti tampoco.

--Bueno, total, lo dejo en la calle. (Gregorio finge indiferencia.) No voy a desvelarme por un méndigo coche. Además, no creo que pase nada.

--Ay, hijo, te digo que los robos están a la orden del día.

--Que sea para menos... A ver, Carmen, échame otra cerveza.

--Mi mamá tiene razón, Goyo. (Reflexiona.) En el día todos podemos darle sus vueltas al coche; lo malo es cuando oscurece.

--Bueno: podríamos dejar la luz prendida todo el tiempo. Y no se apure, mamá, yo pago el gasto. ¿Qué dice?

--Que no serviría de mucho. La cosa es meterlo a una pensión o que alguien lo cuide. Pero ¿quién? Todos nos levantamos muy temprano, menos tu abuelo, que sólo duerme de día.

--¡Perfecto! que me haga el favor. Le ponemos su silla junto a la ventana y si los ladrones lo ven... ¿No? Se espantan. ¿A poco no es buena idea, mamá?

--Pues sí, pero nomás de aquí al lunes. Acuérdate que ese día tu abuelo se va.

--Bueno, pues que se quede con nosotros, al menos mientras hallo una pensión... No creo que dos o tres semanas hagan mucha diferencia. Tú, Carmen, ¿por que me ves así?

--No te entiendo. Primero nos escribiste un montón de cartas diciendo que el mejor sitio para un viejo era el asilo; ahora, como te conviene, cambias de opinión. Aclara las cosas.

--Dije que allá lo mejor para los viejos es el asilo.

--¿Allá nada más? Y eso ¿por qué?

--Muy sencillo: porque allá todas las casas tienen garaje. ¿Okey?