Angeles González Gamio
Alhajero barroco

Los destellos de oro por doquier, realzan el inmenso placer de apreciar todas las joyas que adornan la exquisita iglesia de La Enseñanza, sin duda una de las más bellas del mundo. Altares prodigiosamente labrados, recubiertos de oro, pinturas excelentes, fina herrería y las magníficas esculturas de ¡tela engomada! del retablo principal, dejan al visitante verdaderamente deslumbrado.

Ubicada en la calle de Donceles, el exterior, remetido de la banqueta por un pequeño atrio, aunque hermoso en su estilo barroco no ``dice'' de las maravillas del interior.

El templo tuvo adjunto un gran convento, como prácticamente todos los que aun existen en el prodigioso Centro Histórico. Por fortuna éste no se destruyó, y se dedicó a Palacio de Justicia, después tribunales y ahora sede de El Colegio Nacional, continuando así con su vocación original, ya que fue creado para enseñar.

La fundadora, una inteligente y acaudalada dama cuahuilense, María Ignacia de Azlor y Echevers, tuvo particular interés en fundar una institución religiosa dedicada exclusivamente a la educación femenina. Con un plan muy bien elaborado se fue a España, en donde ingresó a la Compañía de María para, ya siendo monja, dedicarse a realizar los complicados trámites, que al igual que ahora, se requerían en el siglo XVIII a fin de crear una institución de esa índole.

En tanto conseguía la autorización definitiva, adquirió dos casonas en la calle entonces llamada de Cordobanes, con un costo de 39 mil pesos. Allí levantó una modesta construcción, que permitió la operación de la escuela, y desde luego un sencillo templo para las funciones religiosas. A la muerte de la noble fundadora se reconstruyó, dando como resultado las maravillas que hoy admiramos.

La santa principal es Nuestra Señora del Pilar, cuya efigie adorna la fachada y el interior; la ayudan en su labor San Miguel y San Juan Nepomuceno. Las monjas de La Enseñanza gozaban de enorme prestigio y afecto entre la población pudiente, pues eran tenidas ``como las más ilustradas, de trato franco y afable, virtuosas sin gazmoñerías''. Se dice que eran muy visitadas por la gente de alcurnia, entre otras para platicar con la fundadora doña Ignacia, que era hija del conde de Guara y de la marquesa de San Miguel de Aguayo.

Era famosa la iglesia por sus reliquias: un hueso del dedo índice de San Juan Nepomuceno, colocado en una imagen de oro de él mismo; los cuerpos de los santos Clemente, Cándida, Rufo y Rudinetris; dos Santas Verónicas tocadas a la original, al igual que una ``Sábana Santa''; varias de ellas aún permanecen en ese lugar. Allí fue sepultada la generosa monja Azlor y Echevers, que para muchos fue una santa.

Tras las Leyes de Exclaustración, el convento fue abandonado por las monjas, destinándose a los usos mencionados, y la iglesia milagrosamente permaneció intacta. Las religiosas poseían en esa fecha además de sus enormes instalaciones conventuales, que abarcaban una superficie de ``ocho mil varas cuadradas'', 34 casas en la ciudad, que les producían jugosas rentas.

Este templo soberbio se encuentra a unos pasos de la imponente Plaza de la Constitución y a tiro de piedra de numerosos sitios para comer sabroso y del precio que se quiera... y se pueda. En la señorial avenida Madero, en hermoso edificio, se encuentra una sucursal de los afamados Caldos Zenón, que ofrecen un menú completísimo por 19 pesos con 50 centavos, con platillos como: chile relleno, enchiladas y pollo con mole. Lo opuesto en precio y lugar lo encuentra en el Cícero Centenario, situado en la calle de Cuba, con su buena comida mexicana y ambientación del siglo XIX. La hermosa casona que ocupa, se dice que fue parte de la residencia de la Malinche y Juan Jaramillo, el capitán con quien la casó Hernán Cortés. Es muy posible que así sea, ya que en una época la vía llevó el nombre de Jaramillo, como se acostumbraba en ese entonces, que las calles recibían el nombre del personaje más importante que allí vivía, o el de las iglesias y conventos o los oficios, cuando éstos estaban ampliamente representados, como era el caso de los plateros en lo que hoy es Madero