VENTANAS Ť Eduardo Galeano
La noche
Cuando tenía siete años, Helena quiso descubrir la noche.
Se hizo la dormida, y a la medianoche se escapó de la cama. En silencio se vistió de fiesta, como si fuera domingo o día de cumpleaños. Y con todo sigilo se deslizó hacia el patio y se sentó a conocer los misterios de la noche de Tucumán.
Sus padres dormían, sus hermanas también. Helena quería saber cómo era el cielo mientras la gente dormía. Quería ver cómo crecía la noche, y cómo viajaban la luna y las estrellas. Alguien le había dicho que los astros se mueven, y a veces se caen, y que el cielo va cambiando de color mientras la noche anda, porque la noche nunca es negra como a primera vista parece.
Aquella noche, noche de la revelación de la noche, Helena miraba sin parpadear. Le dolían los ojos, se estrujaba los párpados, volvía a mirar. El color del cielo seguía siendo negro como la tinta china y la luna y las estrellas seguían estando muy quietas, cada cual en su sitio.
La despertaron las luces del amanecer. Helena lagrimeó. Después, se consoló pensando que a la noche no le gusta que le espíen los secretos