Los que debieran ser primeros en los cuidados de la sociedad, son los últimos. Los que debieran ser privilegiados, porque en ellos y con ellos se construye el futuro nacional, son los desprotegidos. Los niños y todo lo que se refiere a su preparación para un mañana de progreso (libros, salarios y calidad de sus maestros, gastos escolares y sanitarios, actividades deportivas) son las primeras víctimas de una política económica y social mundial que condena a quienes no son directamente productivos y a todo lo que no es ``mercado'', en el sentido inmediato y estricto.
Tiene razón, por consiguiente, el director de Promoción y Desarrollo Social del DIF (Desarrollo Integral de la Familia) cuando denuncia que nuestro país ``va a la zaga'' en este campo y cuando informa, preocupado, sobre el enorme crecimiento de niños que deben emigrar ilegalmente para trabajar en condiciones terribles. El país no sólo sufre con la penuria en que se encuentra buena parte de la niñez mexicana y con la emigración, una sangría en sus recursos humanos, que son su principal riqueza, sino que también despilfarra e hipoteca su futuro inmediato, sólo posible con el desarrollo material y cultural de los hogares.
Se festeja, es cierto, el Día del Niño (sacrificando nuevamente en el altar del Dios Mercado), pero no se les brindan a los niños ni un presente feliz y digno ni una perspectiva de futuro, pues ni ellos, ni los ancianos, ni la mayoría de las mujeres, ni los adultos enfermos, ni los desocupados, figuran entre las preocupaciones fundamentales en ninguno de los países donde se jura sobre la Biblia de la línea proclamada (e impuesta) desde el Fondo Monetario Internacional.
¿Cómo evitar este genocidio cultural, esta destrucción masiva del derecho a una vida digna de los mexicanos de comienzos del 2000, similar en todo a lo que sucede con los niños africanos o los haitianos?
Es necesario, para alcanzar un real nivel de civilización, un cambio que privilegie la calidad de la vida, defienda el consumo interno, asegure un trabajo adecuadamente pagado y en condiciones humanas, haga hincapié en los seres humanos, invierta en la construcción de un México mejor. Eso no es sólo un problema que afecta la reorientación del presupuesto sino también la reorientación de las prioridades y, en particular, lo que se refiere a la atención de la infancia y la educación de ella y de las familias. Es también un problema directamente relacionado con la necesidad de una real democracia, que permita y provoque una exigencia social en el campo del desarrollo que, hay que repetirlo una vez más, no es sinónimo del crecimiento del producto interno bruto ni de los buenos balances de algunas grandes empresas.