Néstor de Buen
De gira académica por el Perú

La invariable generosidad de mis amigos peruanos, y muy en particular de Mario Pasco, sin duda el primer laboralista del Perú, nos traen a Nona y a mí a este país entrañable. Lima ha sido ahora simple puente para brincar a Arequipa, ciudad que no conocíamos y que nos ha sorprendido por su belleza. Después de Arequipa fue Cuzco (lo escriben también ''Cusco'' o, lo que es peor, ''Qozqo'').

El Colegio de Abogados de Arequipa, que preside Oscar Urviola Hani, un heredero de la combinación interesante de vasco con palestina, en un gesto grato me nombró miembro honorario, con entrega de diploma e imposición de medalla. Intenté corresponderles con una charla sobre un tema propuesto por Pasco, de esos que te comprometen a decir mucho o a no decir casi nada, pero que los demás no te perdonan si no dices algo: las perspectivas del derecho del trabajo.

Hubo algo de sadismo en la propuesta del tema, sobre todo si se advierte que fue idea de un notable abogado empresarial como es Mario. Pero la noche anterior a la conferencia dormí poco y aproveché el insomnio. Y sobre la idea de que el mercado intenta sacrificar a los trabajadores y suprimir el derecho del trabajo pero que, al final del camino, si no hay salarios no habrá tampoco mercado, me entretuve un rato y no parece que lo dicho haya caído mal.

Arequipa es una de esas ciudades asentadas sobre los privilegios rotundos de la Iglesia católica, con un Monasterio de Santa Catalina que ocupa casi la mitad del centro de la ciudad; el conjunto bello como plaza pero no tanto al interior, de San Francisco; una catedral a lo ancho de la plaza de Armas más bella por fuera que por dentro, al menos para mi gusto, la hermosa Iglesia de la Compañía con una capilla deslumbrante y el conjunto, la mejor prueba de que España fue enérgica en la devoción y menos que escasa en la producción... salvo la que se llevaron en lingotes a casita.

No tengo la menor duda de que esas costumbres han gestado las miserias interminables de América Latina.

Los arequipeños que traté, sin duda de amplias posibilidades económicas, se autocalifican de antipáticos y no tienen razón. Pero sí hacen notar un cierto separatismo elitista a costa de Lima y de Cuzco, sus rivales evidentes.

Me recuerdan un poquito a los catalanes de Cataluña...

Cuzco, reconocida justamente como Patrimonio Cultural de la Humanidad, es una ciudad deslumbrante. Reúne las gracias de la cultura incaica y del barroco español y refleja una administración muy eficiente. Por lo menos del anterior alcalde. No dicen lo mismo del actual. Se ha convertido ahora en la sede del Congreso Internacional de Derecho Procesal del Trabajo organizado por la Sociedad Peruana de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social que por supuesto preside Pasco, lo mismo que el Congreso. El objeto de la reunión es darle un repasito a la eficacia de su muy reciente Ley Procesal del Trabajo, apenas sietemesina, de la que hace exactamente un año en Lima discutimos el Anteproyecto con Américo Plá Rodríguez y Manuel Alonso Olea.

No me gustó nada el famoso proyecto y reconozco que con cierta rudeza, que no han olvidado mis amigos, le hice una crítica a fondo. Por ahí anda una publicación oficial que recoge cuidadosamente las intervenciones de todos. Y, como es natural, no me hicieron el más mínimo caso.

El Congreso de Cuzco analiza ahora sus primeros meses de vida, en una interesante tarea comparativa con laboralistas de Chile, Uruguay, Argentina, Panamá, Brasil y México. Me da la impresión de que los amigos peruanos ya no ven la ley con el mismo entusiasmo con que aprobaron el proyecto. Yo dirigiré mañana viernes (antes de ayer para mis lectores) una mesa redonda sobre las prácticas procesales laborales de Iberoamérica.

Los brasileños, siempre brillantes, apuntan ya serias críticas en contra de sus juntas de conciliación y juzgamiento, muy pareciditas a nuestras juntas de conciliación y arbitraje. No tendrán esas juntas una larga vida.

Si tengo oportunidad diré mañana que por nuestros rumbos, la decadencia de las juntas, no reconocida por supuesto, es más que evidente. Como también lo es la de los responsables de juzgar. Y ahí no cabe hacer distingos.

De lo que no cabe duda es de que los viajes ilustran.