León Bendesky
Regocijo comercial

Es común ya que el secretario de Comercio, Herminio Blanco, defienda a ultranza al Tratado de Libre Comercio; es también comprensible que lo haga, puesto que es uno de sus artífices. Pero sus argumentos siguen estando sujetos a discrepancias. Recientemente en Washington, Blanco sostuvo otra vez que de no haber sido por el TLC la crisis mexicana hubiera sido mucho más profunda. Lo que nunca dice el secretario es por qué se desató esa crisis en primer lugar, rehuyendo con ello la cuestión de que durante el primer año de la vida del flamante tratado, el país había acumulado un déficit de comercio superior a los 18 mil millones de dólares, y no sólo eso, sino que el gobierno del cual él era alto funcionario pretendía financiar un déficit similar en 1995.

Evidentemente ese propósito no pudo cumplirse y, en cambio, hubo que dar un vuelco al saldo comercial mediante la severa contracción de la actividad económica interna y el castigo al nivel de vida de la población. No es tan fácil relegar, cuando menos no fuera de la Secofi, lo que significa la caída del PIB en más de 6% en un solo año, en una economía con prácticamente nulo crecimiento durante los últimos 15 años.

El TLC significó en la etapa inicial de su funcionamiento una enorme afluencia de capitales usados para financiar un gran déficit comercial, que finalmente puso a la economía en la misma situación de vulnerabilidad crónica y postración con respecto al sector externo. Después hubo que cubrir el endeudamiento para pagar la cuenta del entusiasmo comercial generado sobre una estructura productiva que no aguanta, más que en el sector maquilador y en aquel ligado a la producción trasnacional, las condiciones del libre comercio. El debate que esto provoca no es únicamente de índole teórica, o cuestión de historia económica, sino que está en el centro de la evolución actual de la economía y se vincula de lleno con el severo ajuste productivo y social.

El discurso de referencia del secretario Blanco en Washington fue ante un público amistoso (como lo calificó la reseña de La Jornada del 29 de abril), y sería bueno que esa misma posición se abriera al debate en casa, con otro público. Gracias al TLC, Blanco dixit, la crisis ha sido prácticamente sorteada. México incrementa rápidamente sus exportaciones, situadas ya cerca de los 100 mil millones de dólares anuales. Cómo contradecir al secretario con esa precisión estadística. Lo que pasa también, aunque se dice menos, es que las necesidades de importación para generar esas exportaciones ha aumentado significativamente, casi 95 centavos de cada dólar exportado se importa. Lo que pasa también es que el saldo comercial no maquilador es ya deficitario.

Los costos de la crisis de 1995 no pueden calcularse de modo estricto, pero lo cierto es que la recuperación no es un asunto eminentemente contable. Si se han creado empleos hasta llegar al nivel de antes de la crisis, también es un dato que el valor real de los salarios mínimos en el país está hoy por debajo de su nivel en 1960. El INEGI señala que el empleo y los ingresos de los trabajadores están a niveles inferiores a los de hace diez años y que el consumo se mantiene prácticamente estancado. El Banco de México, por su parte, dice que la masa salarial total del sector manufacturero (por cierto, el más dinámico de la economía) medida en términos reales está también estancada y se sitúa 13 por ciento por debajo del registro de 1987.

Es cada vez más difícil sostener el discurso del secretario de Comercio; su visión de la crisis es parcial e incompleta cuando menos, y la evalución que hace del éxito que constituye el TLC, tal y como ahora opera, puede revertirse pronto. Los bolsones de dinamismo económico que hoy se aprecian en la economía y que se asocian con las actividades del comercio exterior, no son suficientes para arrastrar a toda la economía; la fortaleza necesaria para hacer que el crecimiento sea sostenible y se extienda entre los sectores productivos y la población, no se está creando. La política económica sigue estando en cuestionamiento, más allá de todo el regocijo washingtoniano