Las asombrosas declaraciones de funcionarios y economistas mexicanos y estadunidenses sobre la pretendida recuperación de la economía mexicana son vehículo de errores y mitos. Entre estas declaraciones destacan las de William Cline, del Instituto de Economía Internacional en Washington, pero él no es el único que contribuye a reproducir el mito de la recuperación. Junto a él encontramos a los principales interesados en propalar la nueva mitología: el gabinete económico y, desde luego, el presidente Ernesto Zedillo.
La mitología se construye a partir de tres pilares. Primero: la crisis cayó del cielo como una especie de calamidad natural de la que saldremos (si todos trabajamos en equipo, si dejamos de estar criticando, etc.) Segundo: en lo interno, los signos de la recuperación ya están a la vista: tasa positiva de crecimiento del PIB, empleos recobrados. Tercero: en lo externo, superávit en la balanza comercial y pago anticipado de los compromisos con el Departamento del Tesoro. Analicemos cada uno de estos componentes.
En primer lugar, la naturaleza de la crisis. La nueva mitología transmite la idea de la crisis como fenómeno exógeno al modelo económico aplicado durante los últimos diez años. Se quiere regresar a la visión de que todo iba viento en popa cuando, por error, todo comenzó a marchar mal. Así se pretende esconder el mediocre desempeño de la economía mexicana en los últimos diez años. Tasas de crecimiento muy bajas, aumento de la marginación y la pobreza, y vulnerabilidad financiera externa creciente. Hay que insistir: los eventos de diciembre de 1994 se deben al rompimiento violento en las relaciones que mantenían las variables clave del modelo (tipo de cambio, inversión en cartera, saldo en cuenta corriente, reservas netas). El detonador estuvo en los desequilibrios externos insostenibles y por eso la explosión se presenta como crisis cambiaria. Ya se ha dicho muchas veces, pero el gobierno insiste en la cortina de humo del error de diciembre, desgastada maniobra para controlar el daño, rescatar el modelo y cargar su evidente saldo negativo sólo a la impericia o incompetencia de uno o varios individuos.
Desde luego que hubo errores, incompetencia, negligencia y corrupción. Y la responsabilidad de más de un funcionario (del sexenio anterior y del actual) está comprometida. La larga serie de errores y corruptelas comienza mucho antes de la explosión del 20 de diciembre. Pero lo más importante es definir con precisión cuáles fueron los errores, en qué actos se encuentran todavía cristalizados y disipar la cortina de humo tendida por la propaganda oficial. El error central está en haber diseñado e impuesto un modelo con contradicciones internas básicas que en el mediano plazo lo harían estallar. Para superar las contradicciones se recurrió a más recetas fáciles y a una buena dosis de demagogia, pero, en rigor, es el modelo lo que generó la crisis.
La depresión de 1995 fue deliberadamente provocada por el gobierno como su respuesta a la debacle. La contracción de la economía en 1995 fue la opción de política económica seleccionada por un equipo de economistas que sabían perfectamente lo que estaban haciendo. Escogieron un paquete de políticas monetaria, fiscal y de ingresos, entre otras, para inducir la peor depresión en 60 años, con una caída del PIB de -6.1 por ciento. La secuela de bancarrota, desempleo, brutal colapso en el salario real y crisis generalizada de pagos no pareció importarles demasiado, porque esa fue la única forma que consideraron para reducir importaciones. Así se ajustó el desequilibrio externo, a un costo altísmo. Hoy, el mismo equipo está perdido en un mar de contradicciones, espera que el tiempo le ayude y se esconde detrás de la mitología de la recuperación.
(*) Centro de Estudios Económicos de El Colegio de México.