John Lee Hooker cuenta su método para olvidar a una mujer que lo hacía sufrir: entra en un bar de media luz y medio vacío y le pide al barman el remedio infalible para olvidar un amor perdido: un bourbon, un escocés y una cerveza. Cuando John Lee pide la receta por tercera vez, el barman le hace ver que su estado empieza a ser inconveniente: ``No te preocupes'', le dice el maestro a medio hablar, dentro de esa media luz que alumbra el bar medio vacío, ``tú nada más traeme un bourbon, un escocés y una cerveza''. La historia termina como todas las historias de amor que quieren resolverse en un bar. Hooker ahogado en la barra, pensando con insistencia de borracho, en esa mujer que, ni con su remedio infalible, podía olvidar, y pidiendo la del estribo que era: un bourbon, un escocés y una cerveza. O el remedio no era tan bueno o la mujer era extraordinaria. Esta bebida triple aparece en el track cinco del álbum Chill Out de Hooker. Casualmente, otra canción de este álbum, Annie Mae, sirve de fondo para la borrachera de Liv Tyler en la película Stealing Beauty, de Bernardo Bertolucci. Probablemente esta misma Annie Mae sea la mujer que resistió el remedio triple.
En su libro A decir verdad, el filósofo español Fernando Savater hace una encendida defensa del alcohol, en un capítulo cuyo nombre no deja resquicio para falsas interpretaciones: Elogio a la embriaguez. Dice Savater: ``Lo divertido de la libertad, no nos engañemos, es el libertinaje; lo mejor del erotismo es, por supuesto, la pornografía. Y en el terreno de la bebida, el ideal no es tomar un par de copas para animarse un poco, sino emborracharse como un cosaco en Nochevieja''.
En otra parte de este texto, cita la frase que solía decir un sobrino del escritor Mark Twain, a propósito de la vocación de cosaco que tenía su tío: ``Tomaba de vez en cuando una copa para estabilizarse; a veces se estabilizaba tanto que no podía moverse''.
Al final, Savater da su receta: ``¡Ah, mañanas de chinchón seco, mediodías de Campari, aperitivos de manzanilla y oloroso, comidas regadas con buen vino, grappe enérgica de los postres, tarde de mezcal, vodkas estimulantes, bourdon en donde suena la sirena de un coche de la patrulla nocturna y ron en el que se ahogan piratas fantasmales!''. Y para terminar el filósofo podría añadir un bourbon, un escocés y una cerveza.
Raymond Chandler, ese extraordinario escritor de novelas policiacas, era famoso por su metodología, cuando se trataba de ejecutar el oficio que más detestaba: el de guionista en Hollywood. Necesitaba una habitación con instrumentos para la escritura, una caja de whisky (que pretendía terminarse cuando pusiera el punto final), una enfermera (para que le suministrara suero cada vez que el escritor flaqueaba) y una ambulancia (por si flaqueaba el suero de la enfermera). Es necesario apuntar una de sus frases luminosas: ``Nunca me ha resultado difícil dejar de beber, pero entonces ¿qué te queda?''.
Su célebre personaje, el detective Philip Marlowe es, desde luego, un gran bebedor. Aunque casi siempre toma whisky, en la novela El largo adiós, este héroe de la investigación se deja llevar por su cliente Terry Lennox hasta una mesa minúscula, situada en la media oscuridad del bar Victor. Lennox ordena una ronda de gimlets y a continuación, en una reacción aparentemente contradictoria, le explica al detective: ``Aquí no saben prepararlo. Lo que llaman gimlet no es más que jugo de lima o de limón con gin, una pizca de azúcar y licor de raíces amargas. El verdadero gimlet está hecho mitad de gin y mitad de jugo de lima de Rose y nada más. Deja chiquito al Martini''.
Aquí debería seguir, para no dejarlo tan chiquito, la receta del Martini de Luis Buñuel, pero sus múltiples combinaciones exigen un capítulo aparte, así que saltaremos hasta el vodka; de Chandler a William Burroughs, ese escritor del que tanto se ha escrito. Su edad, si no ha conseguido retirarlo de sus costumbres, sí lo ha obligado a practicarlas con menor frecuencia, con excepción de una, que sigue intacta; todos los días, a las cuatro en punto de la tarde, se toma el primer vodka con Coca-cola.
Esta serie de bebidas (y bebedores) ejemplares, deben terminar con unas líneas de Alejo Carpentier, que aparecen en las páginas de su novela Los pasos perdidos. Pertenecen al género de John Lee Hooker, al que busca alivio en la amnesia temporal; y no al de detective Philip Marlowe, que agudiza su intuición policiaca con los gimlets: ``Apuré un gran vaso de jerez, resuelto a aturdir al que demasiado reflexionaba dentro de mi cráneo''.