En el Auditorio, rechiflas a traspiés y a intentos proselitistas
Elena Gallegos y Antonio Vázquez Ť De pifia en pifia los líderes obreros --por viejos unos, por torpes otros-- se ganaron insultos y burlas del público, conformado por sus propias bases. La planeada protesta light culminó en desahogo.
Entre silbidos y sarcasmos --``quiero mi cocol'', le propinaba la raza--, titubeante, humillado, Leonardo Rodríguez Alcaine, alias La Güera, quiso sacudirse la tormenta con un molesto ``¡ya voy a acabar!'', pero lo único que logró fue terminar de convocar a los demonios y un largo y generalizado abucheo sepultó la carga dramática de su discurso:
``¡Para los trabajadores organizados en el Congreso del Trabajo no existe duda --engoló la voz--: nuestras convicciones políticas nos colocan al lado del PRI!''. Entonces, tronante, furioso, estalló el ``¡buuuuuuu!'' Era la sublevación de las galerías.
De resbalón en resbalón, los dirigentes de siempre, con sus eternas lisonjas, se llevaron injurias y silbidos, en un escenario que les quedó grande y frente a un público al que no pudieron dominar. Y esto no pasaría de la anécdota sino fuera por que:
Primero: la reprobación se dio durante el festejo oficial del Día del Trabajo, que encabezó el presidente Ernesto Zedillo, cuando líderes y gobierno se refrendaban lealtades.
Segundo: de manera burda salió a relucir la fiera lucha que ya se libra por la sucesión en la Confederación de Trabajadores de México, aunque oficialmente no se haya muerto don Fidel, quien por primera vez en 60 años no asistió a la celebración. Y...
Tercero: porque fueron sus propias bases las que otra vez, entre la chacota, la ira y el desdén, les clavaron las ofensas.
``Con mucho respeto para el señor presidente de los Estados Unidos''
En ésta que fue la fiesta del trastabilleo y que sólo al principio prometía no pasar a mayores, Víctor Flores también salió con el ego raspado cuando la multitud censuró sus traspiés con ironías y hasta con carcajadas.
Y no era cualquier cantidad: 10 mil personas llenaban a reventar el Auditorio Nacional, porque, como en sus mejores tiempos, los sindicatos corporativos tuvieron para eso y más.
Flores, el ferrocarrilero, aquel que envalentonado amarró futuros políticos al quitarle la máscara de cerdo a Marco Rascón en San Lázaro, no pudo imponerse --tampoco lo consiguió Rodríguez Alcaine-- y terminó su alocución como comenzó: confundiendo cargos y términos.
De entrada, el dirigente del Congreso del Trabajo y flamante candidato del PRI a una diputación federal cometió su mayor desatino: se dirigió a Ernesto Zedillo --eso sí, con mucho respeto, pero sin tacto alguno porque jamás reparó en el error--, como ``presidente de los Estados Unidos''. Aunque desde las gradas sus huestes repetían desesperadas: ``¡...Mexicanos! ¡Te falta `Mexicanos', pendejo!'', el dirigente se siguió de largo. Las carcajadas en las galerías sonaron francas. Lo tupieron: ``Pendejo. Es un pendejo''.
Algunos reporteros recordaron que una vez, cuando le pidieron su opinión sobre el crecimiento de la presencia del PAN, Flores respondió furioso: ``No permitiremos por ningún motivo que haya aumentos a los productos básicos y el pan...'' Entonces, boquiabiertos, sus interlocutores le aclararon que le estaban preguntando sobre Acción Nacional: ``¡Aaaaah! Eso es otra cosa'', repuso.
Pero en la mofa, la confusión nunca enmendada de Flores arrancó divertidos coros de ``¡Mé-xi-co! ¡Mé-xi-co! ¡Mé-xi-co!''
El ferrocarrilero sumó otro récord a su expediente. En su intervención --buena parte de la cual la dedicó a refritearse los últimos discursos del Presidente--, dijo ``ausolencia''. En realidad quiso decir ``obsolescencia'', aunque en su texto escribió ``absolencia''.
De la protesta light y la chacota a las burlas y el ajuste de cuentas
De traspié en traspié, los dirigentes obreros recibieron su bañadita de pueblo.
Con sus gorras rojas, anaranjadas, verdes, blancas, azules, negras y amarillas, sus pants nuevos y sus paliacates al cuello, las fuerzas vivas fueron llevadas al Auditorio Nacional en cantidades suficientes para llenar el recinto, hacer vallas y darle realce al acto.
Hasta portaban mantas que exhibieron en la explanada, con comedidas demandas que mezclaban: ``¡Petroleros con Zedillo!'' ``¡Queremos salarios reales!'' o ``¡Señor Presidente, los guías de turistas apoyamos su política!'' ``¡Lucharemos por el salario móvil!''
En medio de un riguroso dispositivo de seguridad, se colocó a la gente para llenar todos los sectores. Muchos se quedaron fuera con sus porras, sus matracas y sus gorras.
No hubo presidium. Contaron algunos de los dirigentes que organizaron el acto que el miércoles a las 11 de la mañana vino la contraorden, se modificó el escenario y, por si las dudas, se decidió que Presidente, miembros de su gabinete y líderes quedaran en las primeras filas del sillerío, exactamente de espaldas a los obreros.
Según esas mismas versiones, esta nueva orden canceló cualquier posibilidad de que Fidel Velázquez acudiera. Ya se habían dispuesto rampas en puertas laterales que conducen al escenario para subir al viejo jerarca sin maltratarlo. En fin: don Fidel no fue y no hubo ni una sola mención de su persona.
Mientras aguardaban al Presidente, los obreros se divirtieron haciendo la ola, se desafiaban y peleaban por la hegemonía en los gritos y los espacios, y llamaban la atención de las personalidades que los acompañaban.
Una mujer piropeó al regente Oscar Espinosa: ``Está usted más joven y más guapo en persona''. ``Gracias'', se sonrojó el funcionario y le plantó un beso. ``¡Eso si levanta, regente!'', terció un observador.
``¡Eeeese mi Roque!'', le lanzaron los petroleros al líder del PRI, quien con una sonrisa y con el puño en alto devolvió el gesto. ``Ahí va el chinito que nos friega el salario'', dijeron al descubrir a Guillermo Ortiz.
El comienzo se retrasaba. Los obreros ya no hallaban qué inventar para matar el tiempo. ¡Orale, babosos, otra ola!, saltaban por un lado los ferrocarrileros. Por el otro los croquistas festinaban: ``¡Juárez! ¡Juárez! ¡Juárez!'' No Hernández Juárez, el de los telefonistas --quien, por supuesto, no fue--, sino Alberto Juárez Blancas. Luego comenzó a expandirse un interminable ``¡uuuleeerooos!'', pero nadie se dio por aludido.
Más tarde entró el Presidente. La recepción fue estruendosa. ``¡Zedillo, amigo!'', lo aclamaron. Vinieron los discursos y, con ellos, los resbalones, los desatinos.
El primero en subir al estrado, donde se habían colocado los telepronters para el Presidente, fue Salvador Avila, de la Federación de Obreros y Campesinos del Distrito Federal. Se fue con más pena que gloria.
Sólo arrancó risillas cuando se lanzó contra la oposición --``la derecha representada por el PAN y la izquierda delirante por el PRD''--, y acusó a esos partidos de tener ``la intención mezquina de la búsqueda del poder''.
Con Rodríguez Alcaine las masas se desquitaron y, de pasadita, hubo cobro de cuentas y zancadillas. Todo empezó porque no se le oía nada: ``¡Grita, burro! ¡Ya vete a dormir!''. Las silbatinas que empezaron en las filas que ocupaba la CROC de Juárez Blancas arreciaron y se extendieron cada vez que el dirigente se refirió a la recuperación económica. No le dejaron pasar una. Ni porque era su cumpleaños. La reprobación alcanzó su clímax cuando ubicó a los obreros al lado del PRI.
Fue casi la misma historia con Flores. Habló de recuperación y le llovieron silbidos. Ninguno superó el pánico escénico. Al acabar de leer sus textos los dos acabaron titubeantes, confundidos, tartamudos.
A medida que se repetían los rechazos, Ernesto Zedillo tomaba notas en las tarjetas que llevaba y, según contaron los que lo vieron, hacía cambios constantemente. En el instante en que se desató la tormenta, Beatriz Paredes se le acercó y le dijo algo al oído. Por eso, para dominar al auditorio, comenzó con un fortísimo ``¡hermanos! ¡hermanas!''
Sin embargo, y aunque mucho más moderadas, hubo dos silbatinas para él. Una cuando habló de los logros económicos. La rechifla se interrumpió cuando el Presidente repuso: ``Pero esto no debe llevarnos a la autocomplacencia o al triunfalismo''. La otra fue casi al final, pero ésta brotó como resultado del fastidio.
Para las estadísticas: seis sonoras rechiflas se ganó La Güera Rodríguez Alcaine en los 12 minutos que duró su discurso. Es decir, una cada 120 segundos. Cuatro para Víctor Flores. Para los dos hubo más que suficientes adjetivos y repetidas tonadillas (tú-tu tu-tú-tu) de ésas que hacen recordar a la mamá de uno. En este caso la de ellos.
En los momentos en que la comitiva presidencial abandonaba el recinto, y ya entrados en gastos, en algún sector del auditorio, a manera de despedida, se coreó la consigna burlesca: ``¡Hermano, Zedillo, ya llena mi bolsillo!''
Fuera, Nezahualcóyotl de la Vega y Víctor Flores se le lanzaron a Juárez Blancas para tratar de culparlo de todo.
--No se vale. Son vilezas.
--Lo siento. ¿Cómo voy a impedir que griten? No puedo controlar eso --se los quiso quitar de encima.
--Pues vea a los míos --se pavoneó Flores--. Yo sí los controlo.
El líder de la CROC sólo alzó los hombros.
Primero de mayo o el día en que se sublevaron las galerías.