Marco Rascón
Adiós a la 56

Dentro de unas semanas, 500 pretendidos legisladores pasaremos a ocupar la categoría curricular de ``ex-diputados''; un pase logrado sin pena ni gloria, luego de que esta legislatura será conocida en la historia del país como la liquidadora de la república, la soberanía y el liberalismo mexicano.

Para unos habrá sido un parteaguas en sus vidas, pensando que su sola pertenencia los incluye en la historia; para otros, un simple escalón en la carrera que exigirá moldearse a las nuevas modas, intereses y terminologías del poder, porque ser cortesano ha sido, en estos tiempos, una profesión procreada y exaltada por la modernidad política que implicó nuevas formas de sumisión, hasta convertir la abyección en decencia.

Pese al ambiente de graduación y festejo en la Cámara, en el balance individual de todos los diputados habrá una sensible pérdida: todos tenemos ahora menos amigos. Las frases de despedida: ``yo siempre te respeté'', ``más allá de todo, tienes un amigo'', ``lo importante es que todos trabajamos para el país'', ``el partido se fortaleció'', ``hiciste un buen papel'', ``ganamos en madurez'', etcétera, en ningún caso lograron enterrar la nostalgia que dejó la sumisión de tres años y un balance incuestionable: la 56 no logró cambiar nada. ¿Cómo iba a cambiar si el líder de la mayoría fue Roque Villanueva, quien nunca abrió la boca como diputado? El PRI mandó lo peor a esta legislatura, y el resultado está a la vista; fue producto de las listas hechas por Salinas, Hank y Córdoba Montoya a la muerte de Colosio; fue un colectivo partidista que nunca toleró la posibilidad de una investigación, de un entendimiento, de una conciliación.

En el PAN vivieron, a lo largo de estos tres años, las mieles del co-gobierno. Lozano Gracia fue su jefe y salió de la Cámara; llegaron bajo la hegemonía del jefe Diego y salen con la ética política rota, pues muchas veces hablaron y se defendieron como triunfadores, y ahora consideran humillante el regreso a su papel de opositores, porque fueron despedidos del co-gobierno en forma escandalosa, pasando por las horcas de Punta Diamante.

En el caso del PRD, la fracción entró derrotada. Su primer coordinador y un grupo identificado con la vieja burocracia, decidieron unilateralmente el ``cambio de la relación con el gobierno'', justamente días antes de que la política económica del régimen se derrumbara estrepitosamente con la devaluación.

No hubo capitalización política del PRD, a partir de que en la Cámara se inaugura el compromiso con la gobernabilidad y la estabilidad a cambio de la nueva relación y una confusa inserción en apoyo a la unidad nacional en torno al Presidente. El costo por los acuerdos cupulares entre el coordinador perredista y Roque Villanueva, fue la pérdida de iniciativa política del grupo y, a la postre, su desintegración en varias fracciones y subfracciones. El viejo método de los hechos consumados no logró la política que se proponía, pero sí acabó con la cohesión interna. Luego del desastre y sin ningún balance, Jesús Ortega es premiado integrándose a la nueva dirección del partido, para hacer lo mismo que hacía como coordinador parlamentario: encargado de la fontanería política entre el gobierno y el partido. En ese contexto sucumbió la fracción perredista en la 56.

Es curioso, pero para muchos diputados el tema de las dietas es visto de otra manera: ``yo, como diputado, pierdo'', con lo cual se establece que un número considerable de presuntos legisladores en verdad se sacrifican por el país. Sin embargo, en la lucha por la homologación de la clase política de cierto nivel, existió una expectativa impasible sobre la cantidad que se recibiría al final, pues en perspectiva cualquier político del aparato partidario podía ganar más que un diputado. Aprobado el financiamiento a partidos, el criterio debía penetrar a otros niveles, pues no bastaba ya el hecho de que muchos que son legisladores y cobran sus dietas, son también funcionarios y cobran por igual en sus partidos.

Sin pena ni gloria la 56 lesgislatura se despide, para ser recordada también por lo que no hizo. Foros, convocatorias, viajes, rumores, cabildeos, quedaron atrás como un simple rumor en San Lázaro. Las elecciones heredaron el insulto y la calumnia que Roque, a través del manejo de los medios de comunicación como líder camaral, desarrolló. Lo mismo pasa ahora en las calles, donde se levanta una campaña de apócrifos contra la oposición que encabece las encuestas; donde la radio y la televisión nos demuestran que nada ha cambiado y que Roque y el PRI, en su miedo, han cambiado el lenguaje por ladridos.

Todo eso gestó la 56 legislatura, ésa que anunció con soberbia ``un cambio de relación con el Ejecutivo'' y que terminó sumida, como asamblea, entre la confusión y el descrédito.

Aún rueda sin destino, entre las curules, la máscara de cerdo que un día representó a la vergüenza.