La Jornada viernes 2 de mayo de 1997

Pablo Gómez
De Houston a Atlanta

El presidente Ernesto Zedillo ha presentado un informe completo del estado que guarda el país, en Atlanta. Los temas y definiciones no fueron más superficiales que los contenidos en sus mensajes ante el Congreso mexicano. Pero existe una diferencia: allá, en Estados Unidos, el jefe del gobierno y del Estado ha tenido que responder preguntas y dar explicaciones pedidas, lo cual, en México, no se admite.

Ernesto Zedillo no viajó a Estados Unidos en visita de Estado, a pesar de que el mandatario estadunidense estará pronto en México por invitación oficial. El Presidente de México estuvo en Atlanta como si hubiera visitado cualquier otra ciudad importante de México, aunque acá Zedillo no comparece en sesiones de preguntas y respuestas.

Este hecho relativamente nuevo es una expresión concreta del corto trayecto que se inicia en Houston, en ocasión del acuerdo en principio para la integración económica entre México y Estados Unidos, tomado sorpresivamente por George Bush y Carlos Salinas.

Ya entonces se señaló que dicha integración abriría un proceso cada vez más acelerado, tanto de carácter económico como político, el cual se ha presentado como inevitable y benéfico. La principal cuestión, sin embargo, no consiste en el reconocimiento abierto de que nuestro país está ineludiblemente conectado con Estados Unidos, sino en la conciencia y dirección de las relaciones entre ambos países.

Así como el diálogo --las preguntas y la necesidad de dar respuestas-- es una forma de la política y los negocios en Estados Unidos, así también se han venido imponiendo las maneras americanas de ser en el comercio y las relaciones entre Estados. Mas no se trata solamente de las formas sino de los contenidos impuestos por el más poderoso.

Zedillo ha tenido que defender la reforma electoral y sus propias reacciones ante la extendida corrupción pública. Ninguna de las dos respuestas del Presidente mexicano ha sido concluyente, pues ni la democracia impera ni la corrupción es efectivamente combatida a fondo. Pero éstos son dos temas de la mayor importancia para estadunidenses y europeos, al grado que estos últimos hacen depender de ambos asuntos la posible apertura del comercio libre con México.

El camino para no ser arrollados por los estilos e intereses estadunidenses sólo podrá ser el de la conciencia de lo que el país hace y quiere hacer como tal. Ninguna situación puede ser gobernada cuando imperan los fenómenos espontáneos o cuando las autoridades pactan sin el conocimiento y respaldo del pueblo. ¿Qué es lo que efectivamente se desea de la relación entre México y su poderoso vecino? ¿Cuál debe ser la pauta del trato entre ambos? ¿Hasta dónde se puede planear hoy el proceso de integración económica? Estas preguntas son inquietantes, pues ni siquiera está sobre la mesa un temario claro para todos.

Esa abigarrada mezcla de políticos tradicionales --burócratas de viejo cuño, charros sindicales y caciques-- y tecnócratas neoliberales igualmente antidemocráticos (lo cual hace posible la alianza entre ambos grupos), no puede producir un programa suficientemente claro para conducir las relaciones con Estados Unidos. La línea básica sigue siendo la toma de decisiones inconsultas, en cúpulas cerradas, que se caracterizan no solamente por una falta de previsión sino por la renuncia de objetivos de largo plazo.

Del Tratado de Libre Comercio a la comunidad económica, y de ésta a la unión, no hay más que pasos sucesivos que pueden emprenderse en lapsos relativamente cortos. Pero, en México, el gobierno sigue sin dar respuestas programáticas claras y sin siquiera exponer una vaga visión de largo alcance.

Antes de seguir adelante con los tratos y convenios con Estados Unidos, es necesario que México como país realice una reflexión sobre su futuro en vecindad y relación con Estados Unidos. Lo que debería ser absolutamente inaceptable es que tales vínculos se fueran modificando sin una guía fundamental, sin un programa básico capaz de dar rumbo.

Sería demasiado pedirle al presidente Zedillo, conociendo sus limitaciones como político y hombre de Estado, que encabezara un esfuerzo programático de largo aliento. Pero existen otras formas de iniciar esa tarea indispensable, tal como el logro de un Congreso pensante, abierto, permeable, autónomo en sus decisiones, al cual recurran los grupos y sectores de la sociedad con sus propias ideas e intereses. Esto implica la creación de un verdadero sistema de partidos y una ampliación sin precedente de las libertades ciudadanas, especialmente en materia de asociación y comunicación social.

Así, la capacidad de conducir las relaciones con Estados Unidos tendría que ser parte de la conformación de una nueva forma de gobierno en el país, de una manera distinta de participación de las partes componentes de la nación mexicana.

El corto camino que va de Houston a Atlanta debe ser desviado hacia la senda de la democracia nacional, única manera de poder decidir hacia dónde queremos ir.