Los sucesos ocurridos en Perú la semana pasada son expresión de que la locura es una confrontación con las imágenes --la locura privada tanto como la locura pública o política. En el terrorismo la noción de la locura cambia pronto y se convierte en una acusación de los terrorismos no cubiertos por una legalidad --como dice Legendre. Por eso los terroristas fracasan. Por lo tanto, los fenómenos modernos de atentados y toma de rehenes proceden del mismo mecanismo del parricidio. Actos que no son ciegos, en tanto que sus autores ven en la víctima --cualquier secuestrado-- la efigie viviente de las referencias de su propia historia.
Para las organizaciones terroristas y sus ejecutantes el parricidio juega por hipótesis. El concepto de victima inocente no tiene larga vida, se trata de matar imágenes vivientes. Alberto Fujimori se sintió secuestrado, en alguna forma, por los terroristas vía los rehenes en la embajada japonesa. Deja que se les mueran las imágenes vivientes lentamente y pierdan el odio. Una vez conseguido esto, él se identifica con los terroristas y se lanza al acto terrorista: toma a los rehenes a sabiendas de que como imágenes vivientes no podían tener larga vida.
En estas circunstancias el parricidio se cometió por partida doble: de en un lado, los secuestradores, y por la otra, el jefe de Estado, con todo el poder que éste le confiere, olvidándose que el oficio de jefe Estado es indisociable del principio de razón del que en suma es su traducción jurídica. Todo parricidio lo revela, el homicida arremete contra la construcción misma de la razón.
Destruidos los principios de la razón aparece la locura lo mismo de los secuestradores iniciales (el MRTA) y el secuestrador segundo (Fujimori). Los primeros, jovencitos desesperados, son aprehendidos mientras juegan ``fut bito'' haciendo gala de su negación de la realidad. El segundo, Fujimori, por sus apariciones en la tele después del secuestro. Escalofría contemplarlo con sus muecas, en estado de éxtasis, como perdido en las representaciones mentales de sus imágenes vivientes más siniestras, al tiempo que se deleita en la contemplación y olor de los cadáveres.
La grandiosidad omnipotente de Fujimori se devela. Confunde una zacapela policiaca con el paseo triunfal de los grandes titanes de la historia, después de las batallas. Si, como pareciera ser, Fujimori sabía el día, hora y minuto en que atacaría a los rehenes, es fácil deducir su carácter omnipotente que raya en lo deífico. Sólo los dioses saben el día de la muerte de los humanos. El amor a la muerte de Fujimori queda plasmado en estos hechos. La fantasía omnipotente de unión y ser uno, con una madre idealizada y perdida a la que confunde con el poder peruano.
Las palabras usadas por él, en las entrevistas televisivas tienen además marcado tinte patriarcal todopoderoso, de tipo religioso. Es el nuevo mesías designado y elegido para salvar a Perú e imponer nuevamente el orden, aunque sea con los mismos actos terroristas que él dice combatir. Sólo a él compete el terrorismo, el parricidio.
Véanse Tratado sobre el padre/Pierre Legendre. México, Siglo XXI Editores, 1994.
Fromm, Erich. Anatomía de la destructividad humana. México, FCE, 1990.