Soy partidario de los vencidos y escéptico de los vencedores: Mutis
Francisco Vidargas, especial para La Jornada Ť Desde Los elementos del desastre, publicado en 1953 por Rafael Alberti y Guillermo de la Torre en la colección Poetas de España y América (editorial Losada), la obra literaria de Alvaro Mutis ha recibido un sinnúmero de elogios, mediante el estudio de su obra, y de reconocimientos internacionales. Su poesía y su narrativa son consideradas -como lo señaló Rafael Conte al prologar la Summa de Maqroll El Gaviero (Poesía 1948-1988)- ``un lujo en las letras hispánicas de nuestro tiempo'', por lo que ha sido galardonado nuevamente en Europa, ahora con el premio Príncipe de Asturias. Con esta charla celebramos al ``desordenado hacedor de las más escondidas rutas''.
-Maestro, usted ha mencionado que se identifica más con la literatura europea...
-En general sí, lo cual no quiere decir que no tenga una inmensa admiración por lo nuestro, ya que siempre me acompañan escritores como Juan Rulfo, a quien considero el más grande novelista de este siglo en nuestro continente y uno de los más grandes del idioma. Sus dos libros son auténticas obras maestras. Entonces, no es que descuide o deje de lado la literatura brasileña, por ejemplo, que es muy rica, extraordinaria. Hay un novelista ya fallecido, que se llamaba José Linz Dorrego, quien escribió novelas sumamente deliciosas. Su lectura es una verdadera dicha. Y también están, desde luego, nuestros queridos Borges y García Márquez. Del amor y otros demonios es un modelo de escritura, no hay otra palabra. Al lector le podrá interesar o no el argumento (a mí sí, por razones personales), pero hay que disfrutar la escritura, absolutamente clara, transparente, sencilla, que vuelve una fiesta la lectura. Yo sigo siendo muy fiel, muy asiduo a la literatura francesa. A partir de cierta edad, uno empieza un ejercicio que yo recomiendo muchísimo, que es releer, y la relectura da sorpresas extraordinarias. Libros que fueron para uno una maravilla, finalmente se releen y les encuentra uno ciertas virtudes, pero no se entiende por qué se estuvo tan entusiasmado con ellos. Y con otros pasa algo muy interesante: se encuentra un libro nuevo con cosas admirables que se nos habían escapado, porque la vida va creando una serie de capas de experiencia que le permiten a uno disfrutar, por ejemplo, una página de Chateaubriand con mucha más intensidad. Entonces, la relectura es un placer extraordinario.
-Pero también sigue de cerca la nueva literatura...
-¡Claro! Por ejemplo hay poetas mexicanos como Efraín Bartolomé, Francisco Cervantes y Francisco Hernández que realmente son sorprendentes. Me conmueve mucho más estar cerca de los jóvenes que luchan y comienzan, partiéndose el alma con la escritura, que con los ya consagrados. En los jóvenes está la posibilidad de que, a pesar de los horrores del mundo moderno, ante esta mecanización absurda, esta especie de masacre universal en la que hemos entrado, la esperanza prosiga.
Al escribir no cambio de género
-Su obra narrativa denota gran fascinación por la poesía, una misma obsesión por el lenguaje. ¿Cuál de los dos géneros le ha dado mayores satisfacciones literarias?
-Cuando tengo que explicar esto en mesas redondas, en charlas, siempre veo la cara de escepticismo en quien me está preguntando, sobre todo con los críticos y periodistas literarios franceses, que están acostumbrados a la división rigurosa, estricta, de los géneros, donde la novela es novela, la poesía, poesía, y el teatro, teatro. Yo le confieso, y siempre lo he repetido, que cuando estoy escribiendo mis narraciones, o novelas, como insisten en llamarlas, no siento que cambie de género. Quien lea con cuidado mi poesía, por ejemplo Los elementos del desastre (1953), va a encontrar un poema que se llama Oración de Maqroll, que es el retrato del naviero. Cada vez que leo el poema en público me doy cuenta que ya existía el personaje. Más adelante hay otro titulado Hastío de los peces, donde también se encuentra ya el tramp steamer. Entonces, yo sigo con mis mismas obsesiones, en este caso con muchas de las de Maqroll. Las desarrollo con otra andadura, otro ritmo, no siento que me esté saliendo de un supuesto género para pasar a otro, lo que estoy es manejando, en otra forma, los mismos recurrentes misterios que me inquietan: el paso del tiempo, las trampas de la memoria, la inutilidad de toda acción humana, la importancia de la amistad, el valor inmenso de tener siempre al lado a una mujer, que son mucho más sabias y ven mucho más lejos que nosotros. Todo eso está en la poesía y lo paso a la prosa. Por ejemplo, en una novela como Amirbar (1990) hay un poema de cuatro páginas, que es una invocación que hace Maqroll para aplacar las fuerzas del océano: ``(...) aquí me tienes escarbando las entrañas de la tierra como quien busca el espejo de las transformaciones,/ aquí me tienes, lejos de ti y tu voz es como un llamado al orden de las grandes extensiones salinas (...)'' En La nieve del almirante (1986) hay, también, momentos de poesía: ``Invoco tu presencia en esta hora y deploro de todo corazón la cadena de mis prevaricaciones (...)'' Y en Un bel morir (1989) hay sueños. Lo importante de mi respuesta es que me crean.
-Dos presencias vitales en su obra son el agua y la música. ¿De qué manera han determinado el ritmo de sus textos?
-Las dos en una forma fundamental, cada una en un campo especial que finalmente, si profundizamos, vienen siendo lo mismo que ese misterio: lo insondable; son las grandes presencias que nos trascienden. En el caso del mar, desde muy niño en los viajes que hacía desde Bélgica o Francia a Colombia en las vacaciones, y que duraban tres semanas porque eran barcos muy lentos, convirtieron al mar en una especie de símbolo, de la presencia de Dios. Hay allí una fuerza tranquila y total, absoluta, y a pesar de que lo estemos cruzando nunca lo dominamos. Allí encuentro una imagen de lo que puede ser la divinidad, inclusive con las sorpresas que da el mar, que en la mañana está tranquilo y en la tarde se desata un desorden, una locura. En el caso de la música, para mí es absolutamente necesaria, es como una segunda circulación de la sangre. También me es un misterio absoluto ver que, manejando el espacio y el tiempo, que es como se hace la música, el resultado sea un cuarteto de Schubert o de Brahms, o una sinfonía o una cantata de Bach. Es un asombro parecido al que me causa el mar.
El éxito, un engaño del mundo moderno
-Detrás de la ``elegante sobriedad de sus textos -como escribiera José Balsa- se encuentra el caos'', momentos desoladores y amargos de la condición humana. ¿Esa obsesión por el fracaso, la rutina, el desgaste de las personas y la memoria, surge exclusivamente de sus vivencias personales, de sus tristezas y derrotas?
-Evidentemente sí, desde luego. Yo he tenido cambios muy radicales en mi vida, ya volveremos sobre ellos, y de ellos, que han sido brutales, he ido aprendiendo que no hay derecho a tener esperanza y a esperar esa felicidad que nos va a colmar, en la que muchos hombres caen engañados. Es mucho mejor saber que estamos derrotados, que no hay nada que hacer y vivir cada día, vivir el presente, lo que hace Maqroll también. Eso que dijo Aristóteles, de que el hombre es arquitecto de su propio destino, siempre me ha parecido una sandez, porque todo se nos va de las manos, todo se destruye, todo se nos cambia. Cuántas veces nos ha pasado que, al regresar a una ciudad bellísima, donde pasamos días felices, la encontramos distinta, con calles inhóspitas y ámbitos que no nos dicen nada. Lo que hay que hacer es cargar el presente cada día, cada instante, y no esperar nada. Y entonces vendrán las cosas. Yo siempre he sido un gran partidario de los vencidos, cosa que se reflejó primero en mis poemas y después en mis narraciones, y un escéptico muy grande sobre la existencia de los supuestos vencedores. Para mí el vencido es quien en verdad aprendió: al quedar vencido sabe.
-Una lección que quizá confirmó en Lecumberri...
-Fue una experiencia maravillosa, porque allí tuve la prueba palpable de que no hay tales vencedores, sino que todos los que estábamos encerrados ocupábamos los mismos lugares, teníamos las mismas caídas provenientes del supuesto éxito. Con eso nos engaña el mundo moderno, nos hace caer en una trampa sobre el éxito, sobre vencer los obstáculos, cuando en realidad no vencemos nada. Es una lucha estéril. Vamos jalando torpemente, viendo cómo el mundo se desangra en la forma más estúpida y gratuita, y no tenemos remedio. Pero no hay que desesperarse por eso, no hay que rasgarse las vestiduras, sino tan sólo saber que formamos parte de ese continuo derrumbe y que así está planteado el juego. Por eso los vencedores me dan lástima, porque me doy cuenta de que van por el mundo completamente ciegos, borrachos en sus victorias.
-Entre sus placeres literarios se cuenta la lectura de escritores como Rimbaud, Baudelaire, Saint-John Perse, Réverdy, Apollinaire, Whitman y Borges, así como la música de Lamartine; pero, ¿qué influencia han podido tener en su obra?
-Con las influencias hay que tener cuidado, porque el proceso de una influencia es muy complejo y no consiste, desde luego, en el planteamiento elemental de decir que se han leído los poemas de Neruda y se va a escribir como él. Las influencias son aquellos libros que ponen en movimiento nuestro motor para que nuestras propias obsesiones, nuestras propias imágenes y destino se aclaren. Un escritor que para mí ha sido fundamental es Charles Dickens, y no creo que haya una sola línea de lo que yo he escrito que se parezca a él. Pero esa especie de vorágine imaginativa de sus novelas, de fluir constante, vigoroso, de lugares, personajes y situaciones, me da una energía y un entusiasmo por la escritura que no me da, por ejemplo, Perse. Otro escritor que me inquieta y me interesa mucho es Melville. El libro que me hizo a mí escribir, que me confirmó y encaminó en la vocación literaria, y que no lo ha mencionado nadie, es Gaspar de la nuit, de Aloysis Bertrand, pero no se encuentra en mis poemas, sino tal vez en Un homenaje y siete nocturnos (1987). Las influencias son, necesariamente, de escritores que nos han gustado por lo que dicen. He sido un gran lector de Neruda, sobre todo de los dos tomos de Residencia en la tierra, que me parecen de gran poesía. En cuanto a Borges, siempre he dicho que es un escritor para escritores, por todas las malicias y gracias que encierran sus textos, y que se pueden disfrutar mucho mejor cuando uno ha estado frente a la máquina de escribir, con la página en blanco. En sus textos hay una especie de guiños para otros escritores, y también para los lectores con una gran formación literaria. Tengo una narrración que quiero mucho, La muerte del estratega, una prefiguración de Maqroll y de varias historias de amor, y cuando salió algunos críticos y amigos me dijeron: ``Oye, pero qué bárbaro, esto es el mejor Borges''; sin embargo, no tiene nada que ver con él. Es una historia bizantina, pero con el hecho de ser un mundo extraño, inmediatamente los críticos, por facilidad y pereza, la relacionaron con Borges. Por desgracia, después él mismo se encargó de decir que esa era una de las historias más bellas que había leído, y con eso me acabó de fastidiar. Cuando nos conocimos le dije lo que me había hecho y me contestó: ``Pero Mutis, ¿usted todavía le hace caso a los críticos? Le doy un consejo: no lea esas cosas, porque la gente no sabe nada de uno. Esa es una bella historia que yo hubiera querido escribir, pero no tengo ni el conocimiento de la historia bizantina, ni podría trasladarme a esa época''. Estaba siendo muy generoso conmigo. Hay escritores que me interesan mucho, como Céline, donde uno sabe que está frente a una obra única, que no se parece a nada y que jamás se escribirá algo parecido.
La novela siempre será un cuento
-Ha hablado de la ``tortura endemoniada'' de trabajar con las palabras. ¿Esa batalla lo ha llevado más fácil a la prosa que al poema?
-No, al contrario, lo que me cuesta mucho trabajo es la prosa, sobre todo la prosa narrativa. Como no tenía experiencia, en realidad comencé no hace mucho; había escrito ciertos cuentos como La muerte del estratega y El último rostro, todos ya recogidos en la edición de Siruela (1990), pero eran, digamos, ensayos de pocas páginas, de poca extensión, de ahí que la novela me cueste un trabajo endemoniado. Y de eso creo que se da cuenta el lector cuando ve todos los trucos que tengo que emplear para contar algo que le sucedió a Maqroll. Nunca sé bien cómo acabar de narrar y me deja con grandes perplejidades y dudas todo libro mío en prosa. En la poesía no es que esté seguro, pero durante 40 años de ser fiel a ella uno aprende a vigilarse a sí mismo y a saber cuándo está naciendo un poema y hacia dónde va. Eso en la poesía yo lo siento. Por ejemplo, quiero dedicar un poema a la infanta Catalina Micaela de Austria, retratada por Sánchez Coello, y empiezo a estructurar, en mi mente, las imágenes. Nunca tomo notas, sino que ya sé como va a ser. Decía Paul Valéry que ningún poema se termina, sino que se interrumpe, por ello cuando sé que hay que dejarlo ahí, ahí me detengo. No hay que buscar el poema perfecto, acabado, ni hay que trabajarlo más de lo necesario porque se destruye, o se cae en la retórica pensando que se está escribiendo.
-Desde 1953 ha publicado magníficos libros de poesía; sin embargo, lo que más fama le ha dado es la narrativa, inclusive años atrás una revista consideró a Maqroll como uno de los personajes más fascinantes de este siglo...
-Bueno, la poesía será siempre, a partir de escritores como Baudelaire y Holderlin, un misterio que nos exige, para entrar en ella, una máxima concentración. El hombre del siglo XX lo quiere todo fácil, de inmediato, sabroso, y no hay una frase más gratificante que ésta: ``Alvaro, te voy a contar un cuento...'' Ahí está la persona con todos sus sentidos, abiertos como antenas, para escuchar ese cuento. Dígale a un niño: ``Ven, te voy a contar una historia donde había un rey...'', y quedará hipnotizado. Eso es lo que toda novela plantea, y es un género con más difusión, con más apetencia por parte del público, más fácil de leer, así sean Ulises o todo Proust. La novela siempre será un cuento. Por el contrario, intente decirle a alguien estas líneas: ``Sucede que me canso de ser hombre/ sucede que me canso de mis pies y mis uñas...'', y verá cómo empieza a entrar en una perplejidad, en un misterio respecto a este poema maravilloso de Neruda. El lector tiene que hacer un esfuerzo para comprenderlo. Por ello la poesía nunca será popular, salvo casos como el Romancero gitano, de García Lorca, pero que es muy inferior al Poeta en Nueva York, que es un libro al que hay que entrarle con mucha paciencia y devoción.
Vacunado contra el exilio
-¿Le ha sido difícil vivir lejos de su país?
-A los 11 años tuve que dejar Europa, a la que llegué de dos, y a esa edad los niños establecen ya su situación en el mundo, de ahí que yo pensara que toda mi vida iba a vivir allá. No entendía por qué teníamos que regresar, y de ese exilio no me he repuesto. Cada vez que tengo que tomar el avión en París o Bruselas para regresar, reacciono en contra. ¿Por qué no me quedo? Pero eso me ha vacunado contra el exilio y he llegado a una conclusión que me sirve de consuelo: somos unos eternos exiliados. Para comenzar, estamos exiliados de un paraíso maravilloso: nuestra infancia. La madurez nos alejó de ese momento luminoso, prodigioso. Al llegar a México sentí un choque, porque cada país es muy distinto a los otros en América Latina. Pero por la generosidad de mis primeros amigos aquí, Octavio Paz, Carlos Fuentes, Ramón Xirau, Jaime García Terrés, Juan Soriano, se me hizo más fácil adaptarme. Siempre me da risa que me pregunten por mi exilio mexicano, cuando en realidad he vivido más de la mitad de mi vida aquí. No me engaño, no vivo en mi país, pero viajo seguido a Colombia, al igual que lo hago a Francia y España. Cuando me dicen, sobre todo en mi tierra, que ya soy mexicano, siempre les digo que no, porque no es fácil llegar a serlo. Para tratar de comprender al mexicano hay que leer el Laberinto de la soledad y Pedro Páramo, no creer que todos son como Pedro Infante.
-Pero persiste la nostalgia por Colombia...
-Sí, pero es fácil de curar. Con sólo agarrar el automóvil e irme a Jalapa y Córdoba, encuentro nuevamente los cafetales, los ríos, el paisaje. Tengo una gran necesidad de cierto paisaje que también encuentro en Tabasco y Chiapas. Hace tiempo hablaba con unos amigos chiapanecos y les decía que ser de su tierra era la manera más decente de ser colombianos. Y en caso de que duela la nostalgia, se puede curar viajando a mi país, aunque ya no tiene nada que ver con el que dejé. O sea que también soy un exiliado de esa Colombia que ya se perdió, como se ha perdido buena parte de la maravillosa ciudad de México. Entonces no queda más que asumir la filosofía de Maqroll: protestar contra lo imposible es inútil. Lo que hago es tratar de disfrutar.