La Jornada Semanal, 27 de abril de 1997
"¿Has visto a los Sex Pistols?'', le susurró Joe Strummer a Graham Parker una noche de principios de 1976. A mí esta pregunta me recuerda lo que decían los valencianos cuando vieron debutar a Juan Belmonte en el mundo del toreo. ``¿Has visto a Belmonte? Pues si no lo has visto, apresúrate a hacerlo. Es genial pero no durará mucho, lo matará un toro.''
Joe Strummer susurraba porque no acababa de creérselo ni él. De pronto -mira por dónde- volvían los situacionistas, los dadaístas, los cátaros, todos los movimientos más radicales que la civilización cristiana ha conocido. Movimientos rápidos, muy ágiles, sin la menor solución de continuidad. Movimientos subversivos hasta extremos impensables. Cuando aparecieron los punks, hasta el Parlamento británico se reunió para estudiar la situación. Movimientos que tienen la dulce manía de poner de vuelta y media a nuestra ridícula sociedad, ``la sociedad del espectáculo'', la llamaba Guy Debord.
-No -contestó Parker-. No he visto a los Sex Pistols.
-Algo totalmente nuevo -dijo Strummer-. Algo muy diferente a todo. Dadás. Mean sobre las monjas porque quieren bautizarlas. Y luego salen al escenario. Y cantan ``Que te den por culo''. Son los herederos de los situacionistas. Dadás.
-¿Los situacionistas? -preguntó Parker.
-Si. Los que llenaron París en 1959(?) de consignas que simplemente decían: ``No trabajéis jamás''. ¿Hay algo más obvio? ¿Para qué trabajar y colaborar para que cuatro asnos se enriquezcan? Los Sex Pistols cantan ``que te den por culo'' y luego vomitan y reclaman voluptuosidad subersiva y vuelven a vomitar y vomitan. Son los herederos de Fourier.
-¿Fourier? -preguntó Parker.
La primera vez que oí hablar de Fourier fue en el París de 1974, cuando alguien se molestó en descubrirme el acontecimiento más importante que tuvo lugar en esa ciudad después de Mayo del '68, cuando ya todo el mundo pensaba que la revuelta estaba enterrada. ``En homenaje a Charles Fourier, las barricadas de la calle Guy-Lussac.'' Esta inscripción figuraba el pie de la estatua de Charles Fourier que en 1969 un grupo de las barricadas de Mayo instaló sobre el pedestal desnudo de la plaza de Clichy. Donde antes había estado Fourier, volvía a estar -en un acto relámpago, fulminante, situacionista- Fourier. Los periódicos comentaron al día siguiente que un comando compuesto por diez jóvenes terminaron la operación en apenas quince minutos, mientras que la retirada de la estatua -el Estado es como una estatua que hay que retirar, el Estado es pesado y es gordo y está muerto pero sonríe- requirió la intervención de treinta gendarmes, una grúa y muchas, muchísimas horas.
-Fue un homenaje a Fourier -le susurró Strummer a Parker- y un gesto anticipador del trabajo atrayente.
-Fourier -dijo Parker.
-Sí -dijo Strummer-. Fourier y Guy Debord.
-¿Guy Debord? -preguntó Parker.
La primera vez que oí hablar de Guy Debord fue el mismo día en que llegué a París, con la intención de pasar en esa ciudad una larga temporada. Mi amigo el cineasta Udolfo Arrieta me llevó a ver una película de Debord que se llamaba La sociedad del espectáculo, basada en el libro del mismo título. Recuerdo que era una película terrible: todo texto, todo consignas, todo aclaraciones sobre la clase de mundo en el que vivimos, casi toda la película eran carteles negros con letra blanca que modificaban nuestra forma de pensar: ``A medida que la necesidad resulta socialmente soñada, el sueño se hace necesario. El espectáculo es la pesadilla de la sociedad moderna encadenada, que finalmente no expresa más que su deseo de dormir. El espectáculo es el guardián de este sueño.''
Al salir del cine Udolfo Arrieta y yo coincidimos en lo mismo: la película tenía un texto que llevaba toda la razón del mundo: ``El espectáculo es el discurso ininterrumpido que el orden actual mantiene sobre sí mismo, su monólogo elogioso. Es el autorretrato del poder en la época de su gestión totalitaria de las condiciones de existencia.''
Cuánta razón llevaba Guy Debord y qué aburridos eran sus razonamientos. l precisamente no era una persona aburrida. Le recuerdo en una fiesta partiéndose de risa con Georges Perec al ver aparecer por la puerta al solemne Philippe Sollers. No lo olvidaré nunca. Perec fue a saludarle rodando por el suelo, como si fuera una alfombra que estuvieran enrollando.
Y luego alguien le tiró a Sollers un tomate. ``No he sido yo'', dijo Severo Sarduy, sobre quien injustificadamente recayeron todas las sospechas. ``No he sido yo'', repitió Sarduy. Y Debord se partía de risa. No lo olvidaré nunca. Tampoco olvidaré la primera vez que vi a Catherine Deneuve. Nacida en 1943, apareció en televisión para promocionar Youth Garde, una crema para la piel. ``He vivido mucho -dijo abiertamente-, no tengo nada que ocultar.'' Lo que trataba de decir Denueve era que la juventud no podía definirse por la edad. Y yo creo que tenía toda la razón. Bastaba ver a Debord o a Perec. Parecía que ellos consumían Youth Garde, una crema que a diferencia de otras no ocultaba nada: sacaba a la luz lo que uno había hecho, lo que sabía, lo que era.
-Jóvenes -decía Catherine Deneuve- son todos aquellos que han vivido mucho y están dispuestos a vivir aún más.
-Fourier -dicen que le dijo Parker-.
Pero yo no puedo asegurar eso, porque no estaba allí. Yo estaba escuchando a Perec que, tras enrollarse como una alfombra ante Sollers, se puso de pie y le ofreció la mano mientras le decía: ``Dadá es la única caja de ahorros que paga intereses durante toda la eternidad.'' Yo estaba allí y lo oí, y por primera vez en mi vida comprendí lo que era la famosa fugacidad de la felicidad. Pero que nadie descanse porque un día volveremos, siempre vuelven los cátaros. ``No trabajéis jamás'', dicen, y luego añaden cantando: ``Echaremos a pique este mundo'', y después vomitan, garganta abajo. Siempre vuelven los cátaros. A fin de cuentas, saben que cualquier signo -cualquier calle, anuncio, cuadro, texto, cualquier representación de la idea de felicidad que tiene la sociedad- es susceptible de convertirse en otra cosa, incluso en su opuesto.
Para Josep Pla la Revolución es un simple cambio de personal. Yo estoy de acuerdo, y digo Fourier como si fuera Parker, y pienso que cada vez es más urgente que haya un cambio de personal. Y repito: un día volveremos.