La Jornada Semanal, 27 de abril de 1997
Toda la vida de las sociedades donde rigen las condiciones modernas de producción se manifiesta como una inmensa acumulación de espectáculos. Todo lo que antes se vivía directamente, se aleja ahora en una representación. Guy Debord, La sociedad del espectáculo (las citas que van en cursivas están tomadas de este libro).
La sociedad del espectáculo, el libro que Debord publicó por primera vez en París hacia 1967 y que reúne 221 tesis breves organizadas en nueve capítulos, es un análisis aforístico marxista de las condiciones de vida en un mundo moderno e industrializado. La ``sociedad del espectáculo'' es invocada aquí en términos simultáneamente poéticos y precisos: el engaño, la falsa conciencia, la separación, la irrealidad. Hoy, la influencia de Debord está fuera de discusión.
La relectura del libro me ha revelado la vigencia de su teoría, ya que Debord parecía acercarse a una descripción del fenómeno más intenso de esta década, la construcción de una red planetaria de bienes, servicios y ambientes digitales: el ciberespacio.
El ciberespacio refiere a la capacidad de interacción y conexión de una comunidad. Si bien el ciberespacio ejemplifica el espectáculo a partir de las relaciones que aquí se analizan, el problema no reside tanto en la conexión a la red como en la separación que ocasiona entre sus miembros.
La gran convergencia
El espectáculo se presenta al mismo tiempo como la sociedad misma, como una parte de ésta y como instrumento de unificación. En tanto parte de la sociedad, es expresamente el sector que concentra todas las miradas y todas las conciencias.
No es mera coincidencia que este y otros pasajes de La sociedad del espectáculo describan al mundo de las comunicaciones digitales. Pero nótese bien: la naturaleza de dicha ``unificación'' está en el corazón mismo de la teoría de Debord:
Precisamente por estar separado, este sector atrae la mirada engañada y la falsa conciencia; y la unificación que lleva a cabo no es otra cosa que el lenguaje oficial de la separación generalizada.
Como veremos más adelante, al igual que en el ámbito de la tecnología, las diferencias culturales se hacen invisibles, y las distinciones cualitativas entre datos, información, conocimiento y experiencia, se pierden o se tornan irreconocibles. Nuestras mentes son separadas de nuestros cuerpos; a cambio, nos separamos unos de otros, al igual que del mundo no tecnologizado.
La transformación del conocimiento
El espectáculo no es el producto necesario del desarrollo técnico considerado como desarrollo natural. La sociedad del espectáculo es, por el contrario, la forma que elige su propio contenido técnico.
¿Qué significa que el espectáculo elija su propio contenido? Las palabras de Jean-Franois Lyotard ofrecen una explicación. Lyotard está interesado en la transformación del conocimiento a través de los cambios operativos del lenguaje, incluido el surgimiento del lenguaje informático. En su libro La condición posmoderna, discute la manera en que la proliferación de las computadoras, máquinas procesadoras de información, afectará profundamenteÊel flujo del aprendizaje:
En esta transformación general, la naturaleza del saber no queda intacta. No puede pasar por los nuevos canales y convertirse en operativa, a no ser que el conocimiento pueda ser traducido en cantidades de información. Se puede, pues, establecer la previsión de que todo lo que en el saber constituido no es traducible de ese modo será dejado de lado, y que la orientación de las nuevas investigaciones se subordinará a la condición de traducibilidad de los eventuales resultados a un lenguaje de computadora.
La edición en cualquier medio ha sido, desde siempre, un proceso valorativo, de implicaciones estéticas y prácticas en términos de costo-beneficio. Sin embargo, estamos ante algo distinto; hay una pérdida inevitable e incalculable de contexto y connotación en el hecho mismo de ``meter'' objetos en la computadora, por no hablar de los problemas puramente técnicos que conlleva el manejo de información (resolución, velocidad de acceso).
Contrariamente a nuestros deseos tecnocráticos, existen en este ámbito problemas mucho más profundos que los referidos directamente a la tecnología. Toda la información que no sea procesada digitalmente perderá su valor intrínseco, mientras que toda aquella que exista ``en línea'' obtendrá un significado mucho mayor que su peso real.
El espectáculo se presenta como una enorme positividad indiscutible e inaccesible. Dice solamente que ``lo que aparece es bueno, y lo que es bueno aparece''.
Desde luego, una transformación de esta magnitud no es inaudita -como puede deducirse del estudio de la tecnología tipográfica que realizó Marshall McLuhan en La Galaxia Gutenberg- ni pasará desapercibida. Por si se nos olvidara que estamos en medio de una ``revolución'', diariamente miles de anunciantes nos lo recuerdan. ¿Pero quién puede establecer qué tipo de distorsión ocurre cuando toda relación de orden cualitativo se transforma en una relación meramente cuantitativa?
Cuando estamos inmersos en algún ambiente virtual, el cuerpo parece convertirse en un simple equipaje (o ``carne''). Cualquier ilusión sintética suficientemente bien resuelta para convencer o confundir los sentidos, puede capturar nuestra atención. ¿Por qué no empacar e instalarse en ella definitivamente? Si la percepción es artificialmente construida, entonces no hay razón para privilegiar la ``real''; lo real no existe.
La realidad no es un antídoto para un ambiente anestesiante. Simplemente es una fórmula distinta de la misma droga.
La sociedad del espectáculo no habla de imágenes
No se puede entender el espectáculo como el exceso del mundo visual, producto de las técnicas de difusión masiva de imágenes. Es, en cambio, una Weltanschauung efectivizada, expresada en el plano material. Es una visión del mundo que se ha objetivado.
Hasta hace poco, Internet era un mundo textual; un escritor le llamaba el lugar donde la gente baila tecleando. No hay duda de que ahora, tanto Internet como otras manifestaciones del ciberespacio transportan más que mero texto. Imágenes, sonidos, animaciones y video-secuencias, están ya disponibles en la Red como archivos digitales. Por su propia naturaleza, el ciberespacio presenta cualquier información en un formato espacial, en lugar del alfanumérico tradicional.
Sin embargo, esta evolución no es del todo pertinente a mi argumentación. Tampoco sostengo que la creciente comercialización de la Red sea la principal amenaza, si bien es tan inevitable como deplorable. Creo que la cuestión fundamental refiere al problema de la representación -en particular la comunicación mediatizada por computadora-, y no tanto a la presencia o ausencia de imágenes visuales.
Para ser más precisos, el problema tiene que ver con la objetivación:
...el espectáculo permite hacer ver, a través de diferentes mediaciones especializadas, el mundo que ya no es directamente comprensible... Es lo opuesto al diálogo. Allí donde hay representación independiente, el espectáculo se reconstruye.
Habla de dinero, estúpido
El espectáculo no es un conjunto de imágenes, sino una relación social entre personas, mediatizada a través de imágenes.
La sociedad del espectáculo no habla de imágenes. Habla de la fabricación de una carencia y de la manipulación del deseo. Habla de la separación y el asilamiento.
El teléfono es una herramienta tecnológica de la que nadie quiere prescindir. Facilita la ``comunicación''. Tómense por ejemplo los anuncios de las líneas de sexo telefónico en cualquier ciudad. ¿Qué buscan los oferentes y demandants de este servicio? ¿En interés de quién se orquesta este flujo de deseo, trabajo y crédito?
El aislamiento aumenta la técnica, y el proceso técnico aísla a su vez. Del automóvil a la televisión, todos los bienes seleccionados por el sistema espectacular son también las armas que le permiten reforzar de modo constante las condiciones de aislamiento de las ``multitudes solitarias''.
La promesa de la conexión total
El ciberespacio toma su nombre de la cibernética, concebida como la ciencia del control y la comunicación en animales y máquinas, y cuyos orígenes se remontan a los años cuarenta. Su interés abarca, por lo tanto, el flujo de mensajes y el control de dicho flujo para asegurar el funcionamiento adecuado de un sistema complejo, ya sea orgánico o artificial. ¿Qué pasa cuando se trata de un sistema social?
La ``comunidad virtual'' es la última de una serie de expresiones oximorónicas utilizadas para articular el valor imprescindible de las computadoras, mismas que desatarán las fuerzas que, en su momento, lograrán restituir a la sociedad de masas su papel de ``público''. Desde luego, la promesa de un planeta totalmente conectado no es nueva; todos estamos más familiarizados con las connotaciones básicas de la ``aldea global'' de MacLuhan. En todo caso, la novedad está en atribuir a las computadoras la capacidad de llevarnos de regreso a una forma ideal de democracia participativa: una nueva ``Atenas sin esclavos''.
No todo el mundo comparte este optimismo New Age. Existen voces disidentes aun entre los digerati (como se le conoce a la intelligentsia digital). Según Larry Keeley, durante una conferencia TED (Tecnología, Entretenimiento y Diseño) un número considerable de visitantes:
...no coincidían en que Internet es, o podría ser, una verdadera comunidad. Para Daniel Boorstin, el solo hecho de buscar nos aproxima, mientras que el encontrar nos separa. Al facilitar el encuentro, Internet sustituye a la comunidad de intereses por metas compartidas a largo plazo.
Evidentemente, la carrera por conectarse está animada por algun tipo de ansiedad. ¿Pero qué tan lejos habrá de llevarnos?
El ciberespacio se beneficia a sí mismo, no a nosotros
Como descendiente tecnológico de un sistema social dado, el ciberespacio replica a la sociedad que lo creó y alimentó, en lugar de ayudarla. La única clase de revolución que la comunicación informática promoverá es aquella en donde las computadoras y el capitalismo seguirán floreciendo de manera duradera. A pesar de que pueden aparecer tendencias libertarias al interior del ciberespacio (entre más, mejor), difícilmente éstas podrán conducir a una verdadera liberación. Para lograrlo, tendrían que destruirse a sí mismas. Esto nunca sucederá.
Ojalá este ejercicio logre contrarrestar el entusiasmo de los más fervorosos cibernautas que ponen sus plumas (electrónicas o no) al servicio de una gran promesa para todos, cuya incapacidad para cumplirla a tiempo se atribuye exclusivamente a problemas técnicos y logísticos.
Es necesaria una crítica de la tecnología que no siga los preceptos de la racionalidad instrumental, sino que emane de inquietudes epistemológicas o espirituales: ¿Cómo conocemos lo que creemos saber? ¿Y por qué preferimos tener fe en ciertas ideas? Junto al apetecible optimismo de Marshall MacLuhan y al nihilismo intoxicante de Jean Baudrillard, tendrían que reunirse bastantes voces disidentes para sobresalir en el coro de los 500 canales.
Traducción: Bruno Hernández Piché