La Jornada Semanal, 27 de abril de 1997
¿Aproximaciones a qué?
Lo que nos habla, me parece, es siempre el evento, lo insólito, lo extraordinario: cinco columnas de actualidad, grandes titulares. Los trenes sólo empiezan a existir cuando se desvían, y entre más pasajeros muertos hay, más existen los trenes; los aviones sólo acceden a la existencia cuando se les secuestra; los coches tienen por único destino chocar contra los arces: cincuenta y dos fines de semana al año, cincuenta y dos balances. Tantos muertos, y tanto mejor para los noticieros que las cifras no dejen de aumentar. Detrás de la información debe haber un escándalo, una fisura, un peligro, como si la vida no debiera revelarse sino a través del espectáculo, como si lo elocuente, lo significativo, fuera siempre anormal: cataclismos naturales o trastornos históricos, conflictos sociales, escándalos políticosÉ
En nuestra precipitación para medir lo histórico, lo significativo, lo revelador, no dejemos de lado lo esencial, lo verdaderamente intolerable, lo verdaderamente inadmisible: el escándalo no es el grisú, es el trabajo en las minas. ``Los malestares sociales'' no son ``preocupantes'' en periodos de huelga, son intolerables veinticuatro horas sobre veinticuatro, trescientos sesenta y cinco días al año.
Las mareas altas, las erupciones volcánicas, las torres que se desploman, los incendios forestales, los túneles derrumbados. ¡Publicis se quema y Aranda habla! ¡Horrible! ¡Terrible! ¡Monstruoso! ¡Escandaloso! ¿Pero dónde está el escándalo?, ¿el verdadero escándalo? El diario no nos ha dicho nada además de: quédense tranquilos, ya ven que la vida existe con sus altas y bajas, ya ven que sí ocurren cosas.
Los diarios hablan de todo salvo de lo diario. Los diarios me aburren, no me enseñan nada; lo que me cuentan no me concierne, no me interroga y tampoco responde a las preguntas que hago o que quisiera hacer.
Lo que pasa realmente, lo que vivimos, el resto, todo el resto, ¿dónde está? Lo que pasa cada día y vuelve cada día, lo banal, lo cotidiano, lo evidente, lo común, lo ordinario, lo infraordinario, el ruido de fondo, lo habitual, ¿cómo hacerle justicia... cómo interrogarlo, cómo describirlo?
Interrogar lo habitual. Pero si precisamente ya estamos acostumbrados a ello. No lo interrogamos, no nos interroga, no parece causar ningún problema, lo vivimos sin pensarlo, como si no fuera vehículo ni de preguntas ni de respuestas, como si no fuera portador de ninguna información. Ni siquiera se trata de un acondicionamiento, sino de una anestesia. Dormimos nuestra vida sin soñarla. Pero ¿dónde está nuestra vida?, ¿dónde está nuestro cuerpo?, ¿dónde está nuestro espacio?
Cómo hablar de esas ``cosas comunes'', cómo cercarlas, antes de eso, cómo despejarlas, arrancarlas de la ganga donde se quedaron aglutinadas, cómo darles un sentido, una lengua: que hablen al fin de lo que es , de lo que somos.
Podría tratarse de fundar al fin nuestra propia antropología: la que hablará de nosotros, de lo que durante tanto tiempo hemos copiado de los demás. Ya no lo exótico sino lo endótico.
Interrogar a lo que nos parece tan común que ya hemos olvidado su origen. Reencontrar algo de la sorpresa que podían sentir Julio Verne o sus lectores frente a un aparato capaz de reproducir los sonidos. Porque esta sorpresa existió como existieron miles, y fueron ellas las que nos modelaron.
Hay que interrogar al ladrillo, al cemento, al vidrio, nuestros modales en la mesa, nuestros cubiertos, nuestras herramientas, nuestros horarios, nuestros ritmos. Interrogar a lo que parece haber dejado para siempre de sorprendernos. Vivimos, es cierto, respiramos, es cierto; caminamos, abrimos puertas, bajamos escaleras, nos sentamos a la mesa para comer, nos acostamos en la cama para dormir. ¿Cómo?, ¿dónde?, ¿cuándo?, ¿por qué?
Describa su calle. Describa las calles una a una. Compare.
Haga un inventario de sus bolsillos, de su bolso. Pregúntese acerca de la procedencia, el uso, el futuro de cada uno de los objetos que va sacando.
Interrogue a sus cucharitas.
¿Qué hay bajo su papel tapiz?
¿Cuántos gestos se necesitan para marcar un número telefónico?, ¿por qué?
¿Por qué no se encuentran cigarros en las tiendas de abarrotes?, ¿por qué no?
Me importa muy poco que esas preguntas sean fragmentarias, apenas indicativas de un método, a lo más de un proyecto. Me importa poco que parezcan triviales y fútiles: precisamente eso es lo que las hace tanto o más esenciales que muchas otras a través de las cuales hemos intentado en vano captar nuestra realidad.
Traducción: Guadalupe Sánchez Nattel