Miguel Covián Pérez
Profecías y encuestas

Tan antiguos como la humanidad son los intentos por saber hoy lo que va a ocurrir mañana. El hombre de nuestros días, materialista y pragmático, poseedor de tecnologías inimaginables hace apenas una generación, no puede sin embargo sustraerse al deseo de romper las barreras del tiempo y asomarse al porvenir... antes de tiempo.

Esa inclinación irreprimible es una de las causas del auge que han tenido, en esta temporada electoral, las empresas especializadas en la realización de encuestas o sondeos de opinión, por más que los resultados de sus trabajos poco tengan que ver con el futuro. Se ha repetido hasta el cansancio que, en el mejor de los casos, son la expresión de lo que un pequeño segmento de una colectividad responde, en un momento único e irrepetible, a preguntas esquemáticas que dejan fuera del campo supuestamente investigado, un vasto universo de variables por sí mismas modificatorias de las conclusiones que el encuestador resume con el carácter de certezas. Cuando se dan a conocer, tales conclusiones son ya el pasado.

Me pregunto si una muestra representativa de un conglomerado humano de casi seis millones de personas en edad de votar, puede constreñirse a las respuestas de apenas 600 (una por cada diez mil). La técnica tal vez sería pertinente en el caso de una colectividad relativamente homogénea, pero tómese en cuenta que la principal característica de la población del Distrito Federal es precisamente su heterogeneidad. Por ejemplo: ¿han considerado los diseñadores de alguna muestra, las variables derivadas del tiempo de residencia en la capital del país? Es obvio que una persona avencindada recientemente no puede reflejar la opinión de quien es nativo de la entidad o tiene 10 ó 20 años de vivir en ella. Esta aseveración es válida también en la situación inversa.

Leemos que algunas encuestas abarcan las 16 delegaciones del Distrito Federal, pero no se aclara si fueron practicadas en los respectivos domicilios y si la ubicación de éstos correspondió a las proporciones de la distribución poblacional por número de habitantes en cada una de las demarcaciones.

A veces se precisa que la encuesta se hizo en la vía pública, para evitar las inhibiciones de quienes no desean ser identificados. Mucho me temo que en este tipo de encuestas se haya interrogado indiscriminadamente a la población flotante, es decir, ciudadanos domiciliados en los municipios conurbados del estado de México que realizan sus actividades habituales en el Distrito Federal, pero que no participarán en la elección de jefe de gobierno.

Suponiendo, sin conceder, que la primera pregunta se refiriese al nombre de la delegación en que la persona tenga su domicilio, no es lo mismo vivir en Lomas de Chapultepec que en Santa Julia, aunque en ambos casos la respuesta sería Miguel Hidalgo. Una muestra en verdad representativa debería hacerse por colonia y no por delegación. Entendemos que las dificultades son enormes, porque en el Distrito Federal hay casi dos mil colonias, barrios o unidades habitacionales, y su número de habitantes varía considerablemente. Practicar una encuesta sobre la base de un sujeto por cada colonia sería una aproximación razonable, por más que subsistiría la objeción de falta de proporcionalidad de la distribución demográfica, aparte de que probablemente sería necesario prescindir de la clasificación, en correspondencia a las estadísticas censales, por grupos de edad, escolaridad, ocupación y algunos más, toda vez que cumplir con estos criterios y también con la distribución territorial implicaría dificultades prácticamente insalvables.

Una alternativa podría ser diseñar una muestra específica para cada delegación y practicar las encuestas respectivas simultánea o sucesivamente. Para lo primero, se requeriría de un ejército de empleados, cuya experiencia y/o previa capacitación fuera aceptable, lo cual implicaría un costo estratosférico. En el segundo caso, el tiempo de aplicación sería excesivo: cuando concluyese la encuesta en la última de las 16 delegaciones, los resultados obtenidos en las primeras donde se practicó habrían perdido actualidad y, por tanto, validez.

Mi conclusión es que, en lo concerniente a la elección de jefe de gobierno del Distrito Federal, la técnica de las encuestas es tan poco rigurosa como fue en la antigüedad vaticinar el futuro hurgando en las entrañas de las aves.