En su respuesta a los cuestionamientos de las organizaciones de lucha contra el sida, el pasado miércoles, Carlos Castillo Peraza deseó esquivar ``astutamente'' las criticas: ``Lo que yo diga no los va a convencer; digo la verdad, y caray, es muy difícil si no hay voluntad de convencerse de que estoy actuando con sinceridad''.
El candidato refiere luego una anécdota sentimental: su trato personal con una persona enferma de sida, lo que, en su opinión, da fe de su generosidad y buena voluntad. Ya en su programa de acción, Peraza marca límites y avisa que la atención del sida compete de modo principal a las autoridades federales.
En su plataforma política, Castillo admite la gravedad del problema del sida, pero se deslinda: ``Soy de la convicción de que el gobierno de la ciudad debe asumir plenamente la responsabilidad que le corresponde en el asunto. Pero hay que aclarar y tomar en cuenta que se trata del ejercicio de una facultad concurrente de la Federación, en la cual ésta se ha reservado la normatividad''. (De frente a la capital, diálogos con los candidatos, Federico Reyes Heroles, coord., p. 167. FCE). ¿Cómo puede, en materia de política de salud, delegar toda iniciativa a la Federación? ¿Cómo no mencionar específicamente las campañas preventivas contra el sida?
Ni una palabra sobre el hostigamiento de los enfermos, que en algunas entidades de la República, y en la propia ciudad de México, llega en ocasiones al maltrato brutal o al desalojo de enfermos de sus propios domicilios.
No se habla del maltrato a pacientes en muchas instituciones de salud pública ni sobre el desabasto de mediicamentos. No, por lo contrario, igualando el silencio del Poder Ejecutivo, que nunca menciona en sus informes la palabra sida, Castillo tampoco atina a proferir el vocablo todavía maldito, condón.
Castillo Peraza podrá alegar su amor a Santo Tomás, y querer disimular así su intolerancia probada. No va muy lejos en su recubrimiento. Antes que el deseo de recuperar imagen están sus palabras.
En el semanario Etcétera (17 abril, 1997) refiere, entre diversas anécdotas suyas, la siguiente: ``Juan Ruiz Healy escribió en Novedades (3 de marzo) que soy un pervertido sexual. Ayer (5 de marzo), Francisco Martín Moreno escribe, en Excélsior, que soy un moralista anticondón. Yo creo que mañana voy al psiquiatra para que me hagan un test de personalidad porque no se puede ser homosexual depravado el lunes, y el martes, moralista anticondón''.
Entonces, para no tener que ir al psiquiatra, Castillo declara -de un modo implícito que es brutalmente explícito- que la defensa del condón es asunto de los homosexuales depravados.
Este es el epitafio de su ``buena fe'' en el caso del sida.
Lástima, porque ha tenido la oportunidad de una campaña diferente